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Después de todo lo sucedido no me quedaban más energías para continuar, nunca antes había sentido tanto cansancio. Mis pies estaban hinchados de tanto caminar, los músculos de las piernas comenzaban a ponerse rígidos. Me tumbé en el sofá y encendí el televisor. El reportero del noticiero local daba las últimas noticias. Cambié de canal.
Comerciales. Películas. Reportajes. Programas educativos. Basura, porquería. Información carente de sentido. Alimento para la existencia.
No tenía más ánimos de continuar con eso, estaba solo, rodeado de millones y millones de personas que también estaban solos.
La palabra "millones" carecía de total significado, me estaba mintiendo. Jamás había tenido un millón de algo, cualquier cosa que fuese, mucho menos "millones y millones". El número no significa nada. ¿Qué son millones de personas? Ni siquiera sabía cómo se veía tanta gente reunida, ni siquiera eso era posible.
A lo mucho conocía a un ciento de personas. Vecinos, compañeros de trabajo, muy pocas personas a quienes dirigí la palabra. El resto... seres que coexisten en el mismo espacio y tiempo en que mi propia existencia transcurría. Y mentía cuando pensaba que era mi existencia.
No era mía, esa existencia no me pertenecía, no tenía poder alguno sobre ella. Ni siquiera era capaz de suicidarme.
Mi familia estaba compuesta por papá, mamá y dos hermanos. Eramos ya cinco.
Mi padre tuvo un padre y una madre, tres hermanos. Once.
Mamá era la cuarta de siete. Veinte.
La casa en la que viví estaba a las afueras de la ciudad, nuestros vecinos, una pareja de ancianos, recibían constantemente la visita de sus hijos y nietos a los que llegué a conocer sin placer alguno. Siete hijos. Cincuenta y siete...
No tenía ni idea en ese entonces de que llegaría a vivir en un apartamento en el ultimo piso del edificio más alto de la ciudad más famosa...
No imaginé nunca que estar ahí, contemplando la ciudad desde esa altura, resultaría tan problemático. Estábamos solos. No había nadie a quien le importase si en el mundo había millones de personas. No existía persona alguna...
Me equivocaba, no conocía a nadie así.
Todas las perdonas a mi alrededor estaban vacías. No les importaba nada más que saber dónde sería la siguiente fiesta, quién se acostó con quién. Cuántas mujeres se llevaron a la cama, con cuantos hombres estuvieron en la ultima semana. No había nada que importase más poseer, acumular. Alimentar ese vacío del que nadie era consciente. Alimentar ese ego hambriento, ansioso por devorar todo lo que estuviese a su paso.
Y, la verdad es que nada de eso importaba.
No importaba si alguien moría, las personas mueren a diario, todos morimos. Y aún así, no conozco a nadie que haya sido capaz de jalar del gatillo. Nadie se atrevía a tomar una decisión de tal importancia.
No estaba tan mal, después de todo ni siquiera importaba. Para qué pensar. No vale la pena esforzarse en ello.
Es mejor disfrutar la vida, ¿no?
Es más fácil, una muerte menos dolorosa.

No está tan mal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora