Bajo la atenta mirada de los dioses de piedra
el otoño melancólico viene a pintar las hayas.
Dorado, bermellón, naranja y marrón tiñen
las moribundas hojas, y los esbeltos troncos blancos
se alzan entre la lluvia como esqueletos.
El viento del Norte canta su triste canción
de crujidos de hojas y silbidos de ramas desnudas,
que resuenan como gemidos en el vacío del bosque.
Cae la noche, y la luz de la luna torna mágico
cada rincón, y los níveos troncos brillan como
estrellas caídas y marchitas.
Las sombras nocturnas aparecen, y juegan a ser
hadas, duendes, trasgos... y una magia ancestral
se eleva al cielo con cada respiración
exhalada.
Un suspiro, una palabra... Un Haya.
