Ya no quedaba nada de qué hablar, sin embargo, sus ojos se clavaron en los míos como dagas clavándose en el alma de un enamorado. Su corazón palpitaba fuerte, tanto que mis sentidos lograban captar algo que no muchos son capaces de percibir: el amor.
El desorden del ambiente provocaba deseos rebeldes. El aire mismo era rebeldía. Una luz atravesaba la oscuridad que había reinado durante años en ese pozo de soledad. Y esa misma soledad se veía reflejada en sus ojos, ahora iluminados como la misma realidad que nos rodeaba. Sus manos temblaban y su boca sin palabras intentaba expresar los sentimientos que emanaba su ser.
Solo una mirada hacia la nada y un retorno a sus ojos bastaron para entender lo que había sucedido. Había vuelto a vivir.
