Cap 2: Descubrimientos

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Lo que empezó siendo un día interesante se iba convirtiendo de un momento a otro en una tarde estresante. La cercanía de Áscar lo estaba poniendo de los nervios, lo tenía casi pegado a la espalda, no estaba en sus planes encontrarse con él. No lo pensaba y tampoco lo esperaba.

Habían salido a comprar un presente para Melina, discutiendo por unos momentos cual sería el mejor regalo para ella. No se decidían si era mejor libros, ropa, armas o joyas.

Analizaron las propuestas. Libros; tenía tal cantidad que podía abrir una biblioteca. Ropas; con todas las que Haddadrimon y ellos mismos le regalaban, podía abrir una boutique, o quizá tres. Armas; tenía un arsenal completo en el sótano, armamento de última generación, barcos, naves y... otras cosas más.

Resignados, optaron por algo que no tuviera en gran cantidad.

Joyas.

Casi nunca las usaba, y era muy raro verla con ellas. Buscarían algo elegante, simple y por sobretodo práctico. Estaban hablando de Melina. No era una chica común. Tenía que ser por sobretodo práctico.

Por tal motivo se dirigieron a las tiendas de mayor renombre en la ciudad. No les quedaba mucho tiempo, la celebración era esa misma noche, y debían escoger algo pronto. Habían estado tan ocupados en los últimos días desmantelando otra fábrica clandestina que casi no logran salir a tiempo a buscar el regalo.

Buscando entre uno y otro lugar llegaron a «La Rosita» una de las joyerías más exclusivas del País, donde realizaban trabajos con todo tipo de materiales preciosos, dando especial cuidado a los diamantes, rubíes y esmeraldas. Zafrán lo conocía muy bien, porque justamente allí su señor tenía algunos negocios escondidos de los escrutadores ojos de la familia Sho. Negocios que él solía supervisar y vigilar con ayuda de su hermano.

Le resultaba nostálgico pensar que antes se desvivía por hacer que el negocio marchara como su señor lo esperaba. Y era extraño que ahora no le importara en lo más mínimo.

—"Se podría decir que ahora soy feliz" —pensó con orgullo. Y por muy extraño que pareciera tomando en cuenta las circunstancias en las que se encontraba se sentía tranquilo, completo y sobretodo rebosante de esperanza. — "Mi señora está viva" —repetía una y otra vez como un mantra.

Ya iban más de dos meses que Zafrán vivía con Melina en la mansión de Haddadrimon, y sintió como si el tiempo hubiera pasado volando. Recordaba perfectamente el impacto que sintió al enterarse que Melina se encontraba allí, tan cerca y a la vez tan lejos. Él en persona había visto a Haddadrimon incontables veces en un centenar de reuniones desde que recordaba, pero nunca jamás se le hubiera ocurrido pensar siquiera que esa extraña joven que solía acompañarlo en contadas ocasiones fuera su señora.

Era imposible reconocerla, estaba muy cambiada. Debías ponerle especial atención si querías siquiera encontrar un rasgo, un resto, una sombra de lo que ella fue. Sólo si eras observador, por escasos segundos, podías volver a encontrarla. La antigua Melina, con ese brillo especial en la mirada y esa tímida sonrisa que logró conquistar los corazones más helados y muertos que pudieron existir.

Incluyéndolo.

—"Desde el día que mi señor la trajo a la mansión dándonos ordenes claras y precisas de protegerla, supe que mi vida le pertenecería más de lo que jamás hubiera imaginado. Ella es mi vida, mi ser entero le pertenece. Si me ordenara acabar con mi vida, lo haría sin dudarlo sólo para complacerla."

No pudo evitar soltar un suspiro desde lo más hondo cargado con mucho sentimiento. Evocar el nombre de Melina siempre lo llenaba de muchos sentimientos, todos gratos. Nunca antes en toda su vida había experimentado esa clase de emociones, tan extrañas, tan nuevas y tan fuertes.

El despertar del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora