Recuerdo como lo había conocido. Desde el primer momento me había enamorado. Recuerdo como su rostro se perdía entre las categorías de los estantes con la infinidad de libros que tenía nuestro negocio. Siempre había pensado que ese tipo de chicos lo podías conseguir en alguna lujosa discoteca o algún extravagante restaurante, todo menos una librería. Llevaba la mayoría de mi edad en la librería y había visto muchos chicos pero ninguno como él. Siempre pensé que la librería era un negocio familiar que mis “abuelos”, tal y como les llamaba a mis padres por ser mayores de edad, habían fundado solo para hacer a la gente feliz, provocar que las personas olviden un poco este mundo y se refugien en cualquiera que su deseo y su bolsillo pudiera pagar. No solo los clientes eran felices al ver que les poníamos el libro que habían escogido en alguna buena oferta, sino que también yo era feliz porque sabía que no era la única a la cual le gustaba la lectura. Muchos chicos apuestos me habían ignorado, yo sabía que era bonita lo cual no me importaba, esperaba el verdadero príncipe azul que me descubriera por quién soy y no por lo que deseara aparentar. Y ese sería Kevin. Recuerdo que cuando se acercó a preguntar por un libro, el cual, sinceramente no recuerdo por lo impresionada que estaba en ese momento, pude apreciar su sonrisa, era una sonrisa diferente. Tenía una extraña combinación de misterio y seducción. No sabía si temerle o dejarme llevar por el simple hecho de que cualquier cosa que hiciera, yo no sería dueña de mis deseos. Todo lo supe desde que su mirada se cruzó con la mía, después de eso nada importaba. Había quedado como una tonta cuando Kevin me preguntó acerca del precio del libro. Me disculpé y le dije que lo checaría enseguida. Volteé hacia todos lados y vi que por la puerta de cristal salía mi abuelo. Le grité pero jamás volteó. Mi abuelo Harold Lewis era muy distraído, parecía que los años además de robarle un poco del sentido de su oído también le habían causado que se acostumbrara a solo llegar, abrir el negocio, esperar clientes, tomar una hora y media de comida, fumar un poco y después dormir un poco en la parte trasera de la librería. De vez en cuando, cuando mi abuela Mary estaba en el negocio él se la pasaba con ella haciendo cuentas acerca de las inversiones, algunas deudas que tenían y por supuesto…de mi. Pensé que un libro no podría afectar nuestras ganancias así que decidí regalárselo. El chico quedó sorprendido. Insistió tanto en pagarlo y yo en regalárselo. Le mencioné que era mejor que alguien como él lo comprara y se lo llevara, sabía que estaría en buenas manos, era eso o esperar que con el tiempo el libro se fuera deteriorando. Con esfuerzo lo aceptó y me agradeció, me dijo que lo pagaría de algún modo. Fue algo tonto, pero se lo dije. Le pedí una condición, la condición de pagar en manera de asistir al concurso de poesía y cuento que organizaríamos en una semana más. Le dije que el concurso está hecho para apegar a las personas a la lectura y que el ganador se llevaría diez libros, los cuales, naturalmente serían los que él deseara. Me dijo que eso era perfecto. Me comentó que era un escritor amateur, gozaba de libros románticos, me aclaró que tal vez era algo no muy común en un hombre, pero que definía el amor como el más fuerte sentimiento de todos y que si en palabras podría expresar lo que una persona era capaz de llegar a ser, pensar y actuar no le importaba nada. Me dijo que escribía una novela romántica, no llevaba mucho con ella, pero que le había avanzado lo suficiente como para terminarla en un par de días, pero que lo que mostraría sería poesía que dedicaría tiempo solo para presentarla en el concurso. Le comenté que era perfecto y que quizás, con un poco de suerte y con el apoyo de los jueces podría llevarse el premio, además de mi punto de vista. Aclaró que tenía que irse, que estaría sin falta el día del concurso y que participaría no solo para pagarme el libro, si no que aprovecharía y ganaría lo mejor de todo…volverme a ver. Dio media vuelta y salió por la puerta, mi mirada le siguió hasta que desapareció a lo lejos entre la multitud y el asfalto. No me di cuenta, ya me había enamorado.
Espere al día siguiente para ver si había captado el mensaje, deseaba que se presentara para poder verle de nuevo. El sol nació y la luna le asesinó con una serenidad y tranquilidad que provocó mi sueño. Nunca llegó.