El niño
omo una bestia que engulle su presa, aquella misteriosa niebla devoraba el pueblo lentamente. La noche había llegado sin previo aviso, sin atardecer ni luna, acompañada por un tupido velo que lo envolvía todo en la más confusa oscuridad.
-¡Mi hijo! ¡Mi hijo ha desaparecido! Por favor, ayudadme a encontrar-lo antes de que la Quietud se rompa- suplicaba entre sollozos una mujer, mientras sus vecinos agachaban la cabeza y se desvanecían en la niebla como fantasmas -. ¡Cobardes! Es mi pequeño. Todos le conocéis- apeló a su compasión.
La madre se dirigió a casa de su mejo amiga mientras se enjugaba las lágrimas.
-¡Naya, te lo ruego, no me abandones tú también!- le imploró aporreando la puerta.
Un cúmulo de Partículas brillantes empezaron a flotar a su alrededor, desatando en miedo de la mujer, que rápidamente se cubrió la boca y la nariz con su fular.
-¡Ayúdame, por favor!- suplicó una vez más.
AL fin, la puerta se abrió, Naya sostenía un farolillo y también se había protegido las vías respiratorias con un pedazo de tela húmeda.
-Entra.
-¡NO!- gritó histérica la madre- . ¡No pienso abandonar a mi hijo!
-Vamos, ponte a salvo, como los demás- le insistió Naya, padeciendo por u amiga.
-No voy a perderlo, ¿me oyes? ¡No voy a perderlo!
Naya sintió lástima por ella y la abrazó con fuerza. Luego, sin ánimo para sostener la mirada, le dijo de forma tajante:
C
-Ya han aparecido las Partículas. Por desgracia, no hay nada que podamos hacer. Lo siento, es demasiado peligroso.
La mujer rehusó el abrazo de su amiga y luego empezó a temblar.
-Es… sólo un niño- dijo, con el rostro surcado de lágrimas-. Estaba jugando en el Bosque de los Mil Lagos y no volvió a tiempo. Ayúdame, Naya, por favor. Tú y tu hija conocéis mejor que nadie ese lugar. Te lo ruego ¡tenéis que encontrarlo!- reclamó una vez más, retorciendo nerviosamente los pliegues de su falda.
En el interior de la casa, apareció una muchacha de cabello negro y grandes ojos dorados que había presenciado la escena y se mostraba claramente afligida.
-Papá no habría permitido que ese pobre niño se perdiera- intervino la joven.
-Lan, tu padre…
Antes de que su madre pudiera terminar la frase, Lan salió disparada por las estrechas escaleras que conducían al primer piso, empapó un largo pañuelo en una vasija de agua y se lo enrolló alrededor de la boca.
-¡Lan! ¡No voy a permitir que te pierdas tú también!- gritó Naya, enfadada-. ¡Lan! ¡Laaan!
Su hija la ignoró por completo, prendió un farolillo y luego saltó por una de las ventanas que daban al bosque. Empezó a correr a toda velocidad, sorteando troncos, peligrosos zarzales y lagunas de arenas movedizas. Conocía el terreno como la palma de su mano, pero la niebla complicaba el recate.
Lan miró a uno y otro lado buscando al niño con desesperación.
-¡Ivar! ¡Ivaaar!
Siguió corriendo entre la maleza, decidida a encontrar a pequeño antes de que se perdiera para siempre.
-¡IVAAAR!- gritó de nuevo, tan alto como pudo.
Sin embargo, el bosque estaba sumido en un silencio sepulcral. Cuando se avecinaba una ruptura de la Quietud, todos los seres vivos se ponían a salvo.