lV
-¡mirad, reina Anfisa! No hay ni una nube en el cielo. ¡Los jardines están preciosos!
Las estancias reales ocupaban los pisos superiores de la más alta torre del vasto castillo. Anfisa acabo de vestirse y Wyja abrió las espesas cortinas que ocultaban la vista de los jardines reales. La doncella no había exagerado: los jardines relucían bajo el sol matutino.
Los jardines, conocidos como los "Jardines Divinos", cubrían hectáreas de exóticas flores, deliciosos frutales y árboles de todo tipo y tamaño y eran famosos en el mundo entero por su extraordinaria belleza. Mariposas de todos los colores revoloteaban entre las delicadas hojas y aves traídas de todos los rincones del planeta acicalaban sus vistosos plumajes. Los jardines habían sido su regalo de coronación, pero cuando los contemplaba ahora, aun en toda su hermosura, Anfisa no sentía nada más que una sensación de vacío en su interior.
Su antecesora, Clare Wil, había nacido plebeya pero el amor que sus súbditos sentían por ella era tal que incluso la habían santificado. Su desaparición poco tiempo después de ser coronada había sido una tragedia nacional pero, pese a todos los esfuerzos realizados, no se disponía de la más mínima pista que pudiese contribuir a explicar que había sido de ella.
Ahora, el insolente almirante Belta, el "orgullo de Tritonia" el "timonel del reino", como lo describían los comunes, había muerto. Anfisa no se vería obligada a escuchar nunca más sus sermones ni tendría que aguantar ya sus constantes amonestaciones. Además, ahora, con el Monasterio de Okunada y sus inútiles fieles fuera del territorio, Anfisa había logrado librarse finalmente de sus enemigos políticos.
A pesar de las frecuentes guerras, el palacio real nunca había resultado seriamente dañado. La perezosa cinta de agua cristalina que atravesaba los jardines seguía siendo fresca y pura, como si ni hombre ni bestia hubiesen tocado nunca su superficie. Otras capitales del mundo ardían consumidas bajo las incesantes incursiones de los biolitos, pero el reino de Tritonia había escapado a a destrucción. Su palacio real se erguía sólido y orgulloso, tan resplandeciente como hacia un siglo.
Anfisa ya no tenía ningún motivo para inquietarse. Nada impedía que su corazón rebosase de satisfacción y sin embargo...
-¿Por qué no logro sentirme nunca satisfecha?-murmuro para si-. Es como si siempre me faltase algo...
Wyja condujo a Anfisa a un elegante sofá. Con cada movimiento de la Reina, el sol arrancaba reflejos a las joyas que adornaban su vestido.
-¿Qué la turba, Majestad? –Musito Wyja-. ¿Acaso no tiene todo lo que deseaba?
Anfisa se detuvo bruscamente y comenzó a responder:
-¿Por qué...?
Parecía al borde de las lágrimas, como una niña que se hubiese perdido. Con un hilo de voz concluyo su pregunta:
-¿Por qué me odian todos?
-¡Oh, Majestad!
Anfisa la interrumpió:
-No uses ese tono conmigo. Sé que la gente me llama traidora. Dicen que eh vendido Tritonia a los biolitos y a la iglesia de Parmus. ¡Pero si no lo hubiese hecho, nuestro reino estaría ahora en ruinas como todos los demás!
Wyja asintió.
-Tiene razón, Majestad.
-Y sin embargo, mis súbditos y mis vasallos me señalan con el dedo. ¿Acaso preferirían que los hubiese enviado a la muerte para defender su estúpido orgullo nacional?