30. Una fecha para no olvidar.

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Joseph's PoV.

—¿Qué tienes? —pregunté a Emilia. Estaba acostada a mi lado intentando dormir, pero hace un rato noté que se había quedado mirando el techo de mi habitación.

—Nada, nada, solo estaba pensando —dijo acomodándose en mi pecho para poder dormir.

—¿Puedo saber en qué o me dejarás con la intriga?

—En el futuro.

—¿Qué tiene?

—No sé cómo ocurrirán las cosas. Es decir, pronto acabarán las clases, nos graduaremos e iremos a la universidad. ¿Pero, y si no quiero hacer una sola cosa? Osea, no puedo limitarme a seguir un solo camino, nunca lo he hecho y no quiero empezar ahora.

—Simplemente no lo hagas, tú nunca puedes hacer una sola cosa a la vez, ¿por qué habrías de empezar ahora?

—A ver, especifícate —dijo dándome toda su atención.

—Mira, tienes muchas opciones: una empresa familiar, una pasión creciente por el baile, un interés en el arte, y un amor a la literatura. Solo haz todo. Crea una rama para ti en la empresa (a eso se anexa la literatura, así que mejor), puedes empezar un proyecto para una academia de baile o inaugurar una galería, qué sé yo. Sólo no te atarees tan pronto, si empiezas una de las cosas, espera a que estés estable en ello y avanzas con lo otro. Simple y sencillo.

Se quedó pensando un rato, para sonreír y acurrucarse a mi lado mientras susurraba un "gracias".

Después de todo nuestro rollo confesatorio, decidimos (o decidí yo) que Emilia se quedaría a dormir en mi habitación, era demasiado tarde para dejarla en su casa sin llamar la atención aunque sea un poco. Además era una suerte que mis padres no se encontraran en casa, al parecer mi madre tuvo que viajar a una reunión súper importante de no-sé-qué-cosa, y papá tenía turno de guardia en el hospital y no volvería hasta la mañana.

—Empezaré por hablar con mi padre entonces, de seguro él me ayuda en todo esto —asentí dándole la razón —Espera, maldición, ¡mi padre! —salió de la cama de un salto.

Ah, para mí que se acordó de que no le había dicho nada acerca de donde estaba. Se me escapo una risa que ella no escuchó y tomé mi teléfono.

—Emilia —no contestó, estaba apurada intentando ver donde estaba su zapato —¡Emilia! —listo, así mejor, ya me había ganado su atención.

—¿Qué pasa? ¿Acaso no ves que trato de evitar un castigo inminente? —me preguntó algo desesperada. Sonreí y puse a reproducir un audio que tenía listo en mi celular.

—Dios santo, gracias por avisar que estaría allá contigo, Carmen solo me dijo que había salido como loca de la casa. Dile que no se preocupe, no está castigada, ya tiene mucho que hacer como para darle más trabajo; sólo que mañana trate de venir lo más temprano que pueda o a la hora que prefiera pero que avise, aún vive bajo mi cuidado.

La nota terminó y ella se quedó parada tratando de procesar la información. Se quitó los zapatos y se tumbó de nuevo a la cama.

—Ay, Dios mío, gracias por avisarle, no necesito otro castigo ahora —se rió algo nerviosa.

—De nada, siempre será un pacer ayudarte en todo, aunque sea una estupidez —le guiñé un ojo y rió.

—Me alegra saberlo, y mis ideas son geniales, algo raras y a veces parecen misiones suicidas... ¡Pero son geniales! —exclamó riéndose bajito —Bueno, volviendo al tema anterior, ¿tú que harás?

—Tampoco estoy seguro, mis opciones no son tantas como las tuyas, pero son buenas, creo que seguiré la carrera de mi padre, la medicina siempre me ha llamado la atención, pero están otras cosas.

—¿Otras cosas como qué?

—Bueno, otras carreras, ingeniería civil, arquitectura, y montón de cosas más que me llaman la atención, aunque lo más llamativo siempre serás tú, claro —rió bajo ante mi respuesta. Puede que mis padres no estuviesen, pero aún era tarde y era mejor no hacer escándalo.

—Muy buena respuesta, señor Sanders. Oye espera, ¿qué hora se supone que es?

—Según mi teléfono son más de la una de la mañana.

—Uh, eso es algo tarde —asentí dándole la razón —¿Me prestas tu celular? El mío no sé dónde está y quiero mandarle un mensaje a Emma.

—Toma —se lo extendí —Y el tuyo esta en mi escritorio, aunque no creo que te sirva de mucho, no le dejaste batería. ¿Para qué le enviaras un mensaje a Emma a las una de la mañana?

—Sí, olvidé cargarlo, para que sepa dónde estoy y molestarla un poco si es que estaba dormida... ¡Joseph!

—¿Qué pasa?

—Le cambiaste la contraseña —hizo un puchero, olvidaba que ella se la sabía, ahora no podía usarlo.

—Escribe 17-05 y ya, esa es la nueva —le dije, acostándome de lado otra vez.

—Ya, espera. ¿Por qué le pondrías la fecha de hoy como contraseña? No tiene sentido.

Sonreí y me senté de nuevo para verla de frente.

—Para mí, tiene todo el sentido del mundo, porque hoy empezó el nosotros, creo que eso es importante. Además, si lo uso como contraseña, será un recordatorio constante, y no se me olvidará nunca —le dejé un beso en la frente y volví a acostarme.

Pasaron unos segundos hasta que la sentí en mi espalda, rodeándome con sus brazos y soltando un suspiro.

—¿Cómo le hiciste para meterte así en mi vida? —susurró, su aliento golpeando mi nuca.

—Esa pregunta me pertenece a mí, señorita. Pero, solo por ser tú, la voy a responder —le contesté.

—¿Entonces? Dímela —me pidió, giré completamente en la cama para verla a los ojos.

—No sé una respuesta concreta, nunca sé que decir cuando estás cerca, normalmente improviso. Lo único de lo que estoy seguro, es que si me hubieran dicho, hace casi un año, que yo iba acabar enamorado de la rubia patosa que había llegado tarde a su primera clase, me habría reído de ellos. Eres de las personas que llaman la atención así no quieran, pero tú no se la das a nadie que no lo merezca. Así que bueno, no sé qué hice, pero estoy feliz de que me hayas visto y yo a ti.

Me quedé esperando una reacción, ella solo sonrió y agacho su cabeza para esconderla en mi pecho.

—Gracias, por todo, por esto, por nosotros... Gracias —susurró entrecortándose un poco.

—No llores, por favor.

—Lo siento, pero estoy feliz —sonrió.

—Ya duérmete, mañana vamos a tener ojeras si no lo hacemos, es muy tarde —le dije riendo bajo.

—Vale, vale, me calmo. Buenas noches/madrugadas.

Dormir no resultó fácil para ninguno de los dos. Ella estaba absolutamente perdida en su cabeza y yo en la mía, aunque por dentro nos encontrábamos felices, claro.

No importaba que mañana ella tuviese que salir temprano, era casi seguro que nos quedaríamos dormidos hasta tarde y aun así, despertaríamos con ojeras.

Pero no importaba, ahora, nada lo hacía. Mañana podíamos preocuparnos de todo. Hoy solo quería disfrutar esto y descansar, o al menos, intentarlo.

Un corazón por sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora