Los colores sobre el puente

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Los Colores Sobre El Puente

La biblioteca no tenía mayor color, ella lo sabía mientras caminaba despreocupada por las estanterías buscando la pequeña mesa que se ocultaba detrás de estas; sabía que era solo marrón, que no existía el más mínimo sentido de belleza fuera de las páginas de libros, y ella no gustaba de leer.

Escuchó el susurro de las voces antes de ver a quienes las producían: un par de jóvenes, no más de veinte años, cigarrillo en mano y libro abierto sobre la mesa. Sus botas no hicieron mayor ruido. El de cabellos negros la observó por unos segundos con desinterés y volvió su rostro al chico rubio.

Alessia se había acostumbrado a eso, a ser ignorada por él. Sus hilos tendían a volverse de un azul claro cuando ocurría, pero volvían al típico gris en cuestión de segundos. Era una tristeza momentánea, el darse cuenta de que todavía le afectaba el verlo, no de la misma manera que antes, pero ahí estaba la melancolía acechándola.

Dejó el bolso negro en el suelo, al lado de la silla vacía. Alisó la falda antes de sentarse, el cigarrillo apareció frente a ella sin que lo hubiera pedido. Se inclinó un poco para atraparlo entre los dientes, sus ojos de un simple color verde se encontraron con los marrones de Leandro, ninguno de los dos rompió el contacto hasta que el fuego hubo encendido su cigarrillo.

Era extraño, tres criaturas tan diferentes como ellos encerradas en un mismo vicio, en una misma realidad que solo prometía volverse peor. Algunas veces es difícil comprender cuál es el deseo del Tiempo mismo, porqué deja que los seres como ellos sufran de destinos crueles cuando sus vidas no impactaran a nadie.

A nadie más que ellos. Cuando todo acabe, cuando sus vidas hayan terminado en aquel viejo puente cerca de la biblioteca, nadie los recordará, pocos sabrán que existieron y solo los extrañaran aquellos que llegaron a apreciarlos.

Y esa lista es muy corta.

Ninguno de los tres poseía un motivo para existir, eran aquellos seres que nacían fuera del plan del Tiempo. Asignados a los más desdichados de los titiriteros o simplemente a ninguno, una sola misión quedaba en poder de nuestros dedos: terminar sus vidas antes de que afecten a alguien, antes de que cambien la historia.

Alessia dejó escapar un suspiro, sus pies estaban sobre la mesa, los movía al ritmo de la canción que sonaba en ese momento. Pocas veces se preguntaba el que hacía ahí, en medio de dos hombres que poco tenían que ver con ella, en medio de dos personas por las que solo sentía cierta curiosidad.

Ellos hablaban en suaves murmullos, sus labios apenas se movían y no existían sonrisas en sus rostros, una línea tensa las reemplazaba. Leandro y Oliver, un par que se había dedicado a fumar, leer y dejarse llevar por lo que viniera. Seres que de no ser por su origen tan desastroso habrían aportado lo suficiente a un mundo en decadencia.

Sus hilos pertenecían a nadie, caían a sus costados sin gracia alguna, una libertad concedida de la nada, ganada por no haber sido planeados, por haberse ocultado a la perfección de un sistema que los repudiaba. Hilos negros que no podían ser tocados por nadie.

Leandro y Oliver eran seres libres que habían optado por cadenas mundanas, por tristezas típicas, que pasaban desapercibidos en medio de las multitudes que los buscaban todo el tiempo. Se habían ocultado de los humanos, de sus iguales, pero de los dioses nadie podía escapar, no por tanto tiempo.

Eran pocas las veces en las que el olor a cigarrillo atraía a alguien hasta el fondo de la biblioteca, hasta aquel rincón olvidado que utilizaban ellos para ver pasar el tiempo frente a sus ojos. Pero Alessia los había encontrado un día, guiada por mis deseos, y se quedó prendada de la oscuridad que parecía venir de ellos.

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