Perfecto

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Pedro Sánchez Pérez-Castejón no es perfecto, aunque  a simple vista pudiera parecerlo.

Sufre el síndrome del caballero andante debido a una niñez desdichada. Desea y espera rescatar a todo el mundo de todo, incluso de sí mismos, aunque ellos no quieran. Lo que le convierte en un arrogante paternalista... con bonita sonrisa, eso sí.

Espía a los novios de la madre de su hija, a los chicos que se acercan a sus hijas, a los profesores y a los padres de los amigos de sus hijas, y bueno a cualquier persona que se acerque a menos de dos kilómetros de Pablo Iglesias. Sin embargo, lo peor de todo es que no entiende porque esto molesta tanto.

Él no da su confianza a nadie que no haya investigado antes...

Tiene tendencia a renombrar a la gente en contra de su voluntad, con apodos aparentemente peyorativos, intentando ocultar un enorme complejo de inferioridad, seguramente debido a la ya nombrada infancia traumatica, que intenta olvidar.

Ha tenido graves problemas con el juego y alguno pequeño con la bebida. Se ha acostado con dos hermanas mellizas al mismo tiempo y ha mantenido relaciones vacías buscando un afecto que no ha reconocido en ninguna persona, excepto en su abuelo y en sus hijas.

Es alto, guapo, sexy, inteligente, tiene una sonrisa increíble y un sexto sentido para calar a la gente.

Sin embargo, ya ni eso se le da bien.

Él cree que son los efectos secundarios de algún problema que ha podido tener en el pasado, pero lo que no entiende, es que es a Pablo al que no comprende.

Él tampoco sintió nunca, lo que siente por Pablo.

No se lo esperaba.

No se esperaba que Pablo llamara a su puerta siete horas antes de que tuviera que abandonar la ciudad inexorablemente y sin opción alguna a renuncia.

No para él.

No se esperaba que Pablo se presentara ante él llorando. No se esperaba que le rogara por su vida que no se fuera, que desertara, que mandara a la mierda al ejercito.

No se lo esperaba.

No de él.

No de Pablo.

No del hombre que lo rechazo.

No del hombre que acepto con indiferente resignación su marcha tres días antes.

¿En qué planos diferentes de la realidad habían estado viviendo?

Pablo no lo queria.

Él  lo sabía.

Si Pablo le hubiera querido él lo sabría.

Lo tenía que haber sabido.

Debería de haberlo sabido.

Como sábia que moría por él, pero que jamás se permitiría amarlo...

Si lo hubiera sabido, hubiera seguido luchando.

No se esperaba que le cogiera de la ropa y le besara con desesperación. Sin preguntas, sin respuestas, entre lágrimas. No se esperaba que prácticamente le arrancara la camiseta y que se colgara de sus caderas.

Ni siquiera le dio tiempo a pensar que lo que estaba haciendo estaba mal.

Deseaba demasiado sentir el cuerpo de Pablo sobre el suyo, como para pensar en nada más que corresponderlo.

Le daba lo mismo que fuera sexo, por pena, por desesperación o por soledad.

Si por algún casual moría en aquella nueva misión en Somalia y como bien decía Pablo no existía el cielo, lo compensaría saber que ya lo había tocado. Ya había tocado el cielo. Los labios de Pablo recorriendo su cuerpo eran el cielo.

Hacer el amor con Pablo era mucho mejor que el cielo.

No tenía definición alguna.

Durante años había fantaseado con lo que sería tener sexo con él. Pablo presumía de ser muy bueno en la cama y él se sabía bastantes buenos trucos. Aparte, por supuesto, de que nunca había hecho el amor con alguien a quien amara tanto. Con alguien de quién tuviera el pleno convencimiento de que era el amor de su vida.

Hacer el amor con Pablo Iglesias resulto mucho mejor que bueno, fue increíble. Pablo era pasión y dulzura. Deseo, desesperación y entrega absoluta. Se acoplaba a su cuerpo como si fuera parte de él. Hacer el amor con Pablo Iglesias fue un sueño hecho realidad, su sueño español personalizado.

Tanto como despertarse con él utilizándole de almohada, completamente desnudo, expuesto, adorablemente sexy.

Ese recuerdo le acompañaría siempre y le ayudaría a morir en paz, si fuera el caso.

Lo que no sabía es si le sería más o menos difícil vivir, ahora que sabía a ciencia cierta lo que se estaba perdiendo.

No se lo esperaba.

Lo dejo dormido en la cama. Tenía que huir. Más de las que nunca tuvo. Quería el recuerdo intacto, sin un despertar amargo. No sabía que pasaba por la cabeza de Pablo. Nunca había estado tan perdido.

No se lo esperaba.

Mientras le preparaba el desayuno y un discurso por el cual daba por sabido que aquello que había pasado era simplemente un regalo de despedida, Pablo se acerco por detrás, le agarro por la cintura y le beso la espalda mientras susurraba...

- Te quiero.

Pedro Sánchez Pérez-Castejón no era perfecto, pero por primera vez en su vida, no le importo.

Perfecto (Peblo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora