El paraíso puede esperar

24 5 1
                                    



Son las cuatro de la madrugada, me encuentro despierto y mirando al techo con lágrimas en mis ojos pues acabo de tener una pesadilla y fue tan real que desperté de un golpe, como aquel mísero día que arremetí contra la puerta de la casa del español buscando respuestas. Mi cerebro lo almacenó demasiado bien, de hecho fue como estar atado a una silla y con pinzas sosteniendo mis párpados mientras presencio una atrocidad.

Indiferentemente del material con el que esté hecho este colchón, estoy en la vacuidad flotando, mis ojos se abren y sigo en el negro absoluto. Siento que así pasa una eternidad hasta que un tono azulado y oscuro asoma más allá del infinito, viajo en la inmensidad de la nada y veo un portal que lentamente se tiñe de amarillo y blanco asta quedar cegado. Soy Ícaro y mis derretidas alas se despegan de mi ser para ir hasta el sol. Entonces cuando ya siento el calor... despierto.

Estoy en la ventana y ese portal amarillo no es más que el sol, la eternidad que recorrí son apenas tres o cuatro pasos y mis alas derretidas son la sábana, que se ha deslizado lentamente hasta caer de mi cuerpo. Estoy confundido, no soy sonámbulo pero he caminado dormido, o tal vez caminé somnoliento y me dormí allí, no lo sé.

Voy a desayunar y me visto para ir al trabajo, me quedan treinta minutos así que apresuro el paso. Una vez allí, la jornada laboral es bastante tranquila y cumplo ocho horas, como estipula mi contrato.

Son las seis de la tarde, no tengo ni idea de a dónde ir. Recuerdo la nota con el número telefónico de la mujer que conocí en la plaza, entonces me decido a escribirle un mensaje proponiéndole salir a tomar un café. Al cabo de diez minutos responde afirmando mi petición y diciendo que pase por ella a las ocho en un lugar específico.

No tengo auto, pero por fin me digno a tomar un taxi y llegar al sitio indicado, por costumbre, soy puntual y me presento media hora antes. En ese tiempo me dispongo a reflexionar ¿Será necesario asistir a un psicólogo para orientarme sobre qué hacer para dejar las pesadillas? O ¿Debo recurrir a la hipnosis para borrar aquellos recuerdos? Mientras pienso esto, se me presenta la mujer, quien ahora se gana el título de dama pues su atuendo es modesto. Viste una chamarra marrón que le cubre desde el cuello hasta los talones, llevando zapatillas de color café. Nada de maquillaje, lo que me hace pensar que ha de ser una mujer hermosa para que no requiera emperifollarse y aún siga luciendo tan radiante. Nos saludamos dándonos la mano de manera cortés y simple.

Primero que nada le digo que no poseo un vehículo, por lo cual sólo se encoge de hombros y dice que prefiere tomar un taxi, hecho esto y llegados al lugar, entramos y rápidamente nos atiende un camarero, quien dispone una mesa para dos... clásico

Ordenamos café y yo aparte pido un postre ya que mi almuerzo el día de hoy resultó pequeño para un hombre de mi apetito. Mientras tanto, hacemos cuenta de que es una cita y hablamos de temas simples para conocernos mínimamente. Su voz es particular y casi es como un gesto característico.

Decide que es hora de irse y yo me veo en un extraño estado de ansiedad. A punto de irse, la tomo por el brazo y voltea a mirarme.

Le digo con cierta inseguridad

"¿Crees que podamos vernos otra vez? La pasé muy bien contigo y no tengo muchos amigos por aquí"

Ella ríe y responde

"No tienes cara de pocos amigos"

Y le digo

"Es que apenas llevo un par de semanas aquí"

Entonces me mira con cierta duda y dice

"Entonces podemos vernos otra vez ¿Pero no crees que es mejor no ser tan pretencioso?"

Me sorprenden sus palabras y entre balbuceos pone su dedo en mis labios haciendo gesto de silencio. Levanta su chamarra un poco y exhibe ligeramente su cuerpo. Entonces me dice

"No apresures las cosas, el paraíso puedeesperar".

La Culpa es del EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora