Rosa de Barranquilla

15 1 0
                                    



Estamos en época de Carnavales y mis compañeros de trabajo han mencionado el festival de Barranquilla, mención que mi jefe ha aceptado de muy buen gusto y ha decidido hacer un viaje de la compañía. Serán dos días de cervezas y licores hasta donde la vista alcance, pero he de repetir que el alcohol no es de mi gusto y he decidido asistir sólo para aprender sobre la cultura.

Se alquiló un transporte que nos lleve puesto que el viaje del centro del país está la costa es demasiado extenso para permitir que cualquiera de nosotros se adjudique el gasto de la gasolina.

Se nos estima que el viaje será de diez horas y tendremos una parada para reponer combustible y estirar las piernas. Entonces salimos de la estación a las diez de la mañana con apenas equipaje para un par de días, puesto que tenemos órdenes de no cumplir un plazo mayor de 48 horas exactas. Podría decirse que nuestro jefe es un personaje bastante preciso y estricto, además del hecho de que se rige por la frase "el tiempo vale oro".

Lo que nadie sabe y que yo he planeado milimétricamente es la invitación de la mujer de la plaza al festival, quien llegará un poco más tarde en su vehículo. No tengo ni la más mínima intención de buscar pareja en aquel lugar y por eso he decidido disponer de una acompañante más apropiada y de mi confianza.

Desde pequeño nunca he podido dormir en los autobuses, el movimiento constante e incluso el monótono trayecto me hacen imposible la tarea de conciliar el sueño. Entre follaje, chozas y más follaje, se cumplen ocho horas de trayecto y el chófer despierta a todos para anunciarles que la parada ya esta cerca.

Todos, incluyéndome, bajan del autobús somnolientos y buscando el baño, esto me recuerda inmensamente a mi infancia, cuando al bajar en las paradas siempre encontraba baños insalubres, malolientes y dañados. Prefiero rodear el lugar y comprar una merienda que haga más ameno el recorrido. Al cabo de diez minutos todos subimos de nuevo y salimos casi de madrugada. En ese par de horas visualizo ríos y fuentes que se extienden hasta el horizonte, el cual está muy oscuro para que distinga nada.

Cuando llegamos al pueblo donde pasaremos nuestra estancia son las cinco de la mañana y prefiero dormir las próximas tres horas hasta el amanecer...

La posada tenía un ambiente sabana, la habitación entera estaba hecha de madera y las sábanas eran de flores al estilo de Hawaii. Pero el calor y los mosquitos hacían la estancia algo insoportable para mí, que usé un abrigo para protegerme de picaduras pero no del calor. Las tres horas pasaron lentamente sin que pudiera dormir más de treinta minutos entre cada despertar, lo cual resultó positivo en cierta forma pues no había tenido pesadillas.

Al despertar sentí el suave aroma de la brisa marina inundando mis pulmones, llenándome de un aire de paz y serenidad. La vista del mar es hermosa y el tacto de los pies descalzos en la arena blanquecina me resulta único.

La fiesta empieza en la noche y por ahora se siente tranquilidad, no hay nadie en la calle y los abastos están cargados de licores y bolsas de hielo para la despensa. Asimismo llegan camiones bastante viejos cargados con barriles de vinos procedentes de las haciendas de la región, pero me entristece saber que sólo hay uno que carga vino blanco y ninguno de vino rosado, que es mi favorito.

Mi acompañante llega dos horas después y, ni corta ni perezosa, lleva consigo su propia máquina de café en el auto. Claramente es una mujer de costumbres pero a la vez es bastante práctica. Cuando baja del auto se muestra bastante feliz, viste un sombrero de playa grande, gafas de sol bastante grandes, una camisa azul celeste traslúcida, que deja entrever su traje de baño, y pantalones cortos blancos.

Cuando la saludo me recibe con un abrazo y una sonrisa de oreja a oreja, entonces le pregunto por el motivo de tanta alegría y me contesta con euforia que es la segunda vez que va al mar, lo cual me deja atónito ya que yo fui al mar Caribe anualmente cuando era pequeño y ya conocía notoriamente el océano. Pero ella me explicó que toda su vida ha estado en el centro del país y apenas vino una vez cuando era joven, asimismo mencionó la nostalgia que le traía esta playa, en la cual bailó con su abuelo hace muchos años...

Pasé mis horas descansando y comiendo postres típicos de la zona. Pero pasaba de la mayoría ya que los preparaban con frutas que no son de mi agrado.

Cayó el sol en el horizonte y este pacífico pueblo de aire sereno y brisa de playa se llenó de fuegos artificiales, gritos y una mezcla entre el olor a pólvora y alcohol.

Todas las casa abrieron sus puertas y familias enteras salieron a festejar los carnavales. Los niños disfrazados reían con gozo, los jóvenes pintaban el cielo con destellos y pirotecnia, los adultos descorchaban botellas como si no hubiera un mañana. Era una escena cautivadora la que mi ojos presenciaban, un paisaje familiar, digno de toda mención.

Mi acompañante se me acercó por el costado izquierdo y miró al oscuro cielo de luna nueva tornándose de colores. Ya que está distraída, decido tomar su mano con delicadeza, como si no quisiera ser percibido. Pero ella nota mi gesto y lejos de separarse entrelaza sus dedos con los míos, esto sin dar palabra.

Mis compañeros y jefe salen a beber como cosacos y en menos de una hora ya están todos ebrios. Verlos en ese estado me hace querer unirme a la fiesta, sacó de mi bolsillo un vaso para tragos que llevo especialmente para la ocasión y me dispongo a dar un trago a cada uno de los doscientos barriles que me rodean a diestra y siniestra. Pero me veo en imposibilidad de cumplir mi antojo pues al septuagésimo barril estoy mareado y me sostengo a duras penas en mis pies

Yo me creía toda una barrera con mi altura, pero he de reconocer que el talento de los pueblerinos para beber sin desmayarse o vomitar es sin duda un arte que han desarrollado a través de generaciones.

Mi acompañante, quien se separó de mí por cerca de media hora, se apareció en un estado tan lamentable como el mío. No dice cosas sin sentido, pero se tambalea y da tumbos con una taza de cerámica en mano. Al verla, camino lentamente hacia ella y la toma por piernas y cargo en brazos, entonces se desmaya y suelta la taza, que se hace añicos en el piso. Camino hacia la posada y presencio en cámara lenta las hileras de casas adornadas de flores y guirnaldas, los fuegos,artificiales en el cielo y las personas bebiendo sin darse respiro.

Todo esto sucede frente a mí y no puedo hacer más que seguir caminando lentamente hacia mi cama.

Una vez llegado a la posada y entrando en mi habitación, me pongode rodillas, veo a mi acompañante una última vez y me acerco para besarle pero me desmayo con ella en brazos...

El suelo está frío bajo mis piernas, pero siento algo cálido y suave sobre lo que me recuesto desde la cintura hacia arriba. Tengo el peor dolor de cabeza que jamás he sentido y los recuerdos de la noche anterior están borrosos, levanto cabeza y veo a mi acompañante, cuyas mejillas están de un color rosicler. Duerme con tanta calma que verla me transmite cansancio. Pero levanto y miro al reloj, que muestra que han pasado seis horas desde mi desmayo.

No puedo dejarla en el suelo, la tomo y recuesto en la cama con suavidad para no molestarle.

Gracias a ella me han pasado dos cosas dignas de mención, la primera es el hecho de no haber tenido pesadillas y la segunda es algo mucho más profundo. He soñado estar cubierto por un mar de rosas, con cascadas de oro en el horizonte, una paisaje similar al Shangri-La, que se narra en las historias de Nepal. Una vez que salgo de mi habitación, procuro caminar con silencio para no molestar a todos cuantos duermen.

He de decir que el silencio ayer era pacífico, pero hoy se ha vuelto tétrico,y da la impresión de que estoy en un poblado fantasma. No parece que nadie vayaa despertar hoy, así que tomo unas alpargatas y me dirijo a la orilla del mar,a reflexionar sobre mi día.r

La Culpa es del EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora