Descubierto

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Descubierto

Ella lo había visto.

Vio la bestia que vive dentro de él, ese horrible monstruo por el cual había decidido no acercársele como quería, anhelaba y necesitaba por miedo a herirla. Pero la idea de perderla, de que esa luz desapareciera lo había vuelto loco, y la había dejado salir.

Ahora tenía que borrar su memoria. Tendría que limpiar sus recuerdos, uno por uno, hasta finalmente eliminarse a sí mismo de su vida. Era lo mejor, lo más seguro. Lo que debió hacer en un principio, pero que debido a su egoísmo se había negado a cumplir. No deseaba que ella lo olvidara, en absoluto. Quería ser el dueño de sus pensamientos y recuerdos, de sus sueños y fantasías. Quería poseerlo todo. La quería a ella. Pero no podía.

Se giró sobre su costado para poder mirarla. Al marcharse la bestia, siempre quedaba exhausto, y las heridas que había adquirido antes de su liberación permanecían. Le tomaría algún tiempo antes de poder levantarse y caminar.

Enfocó su mirada en el lugar donde la vio por última vez antes de quedar inconsciente. Ella seguía ahí, sentada en el suelo, mirándolo con una emoción que no lograba descifrar.

Miedo, probablemente es miedo, pensó. Seguramente ahora que había visto lo que podía hacer y lo que era –un monstruo– no se le acercaría de nuevo.

Cerró los ojos intentando extender una de sus manos hacia ella a pesar de que la distancia que los separaba era demasiado amplia como para tocarla. Sin embargo, un sonido llamó su atención. Abrió sus ojos nuevamente, sorprendido de verla a ella, avanzando decidida en su dirección. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se había vuelto loca? ¿Es que no le temía a esa cosa… a él?

Se arrodilló a su lado, cerrando con fuerza sus puños sobre sus muslos. De cerca, pudo ver su rostro un poco mejor. Esa expresión en su cara… ¿acaso era preocupación?

Sacó un pañuelo de su bolsillo y comenzó a limpiar el sudor de su frente. Al contacto, sintió su interior removerse fuertemente. Esa cosa quería salir de nuevo.

–¿Qué estás haciendo? –Preguntó confundido–. Tienes que alejarte de mí, debes irte… –las palabras sabían amargas en su lengua–… ¡podría hacerte daño!

Se detuvo momentáneamente, haciéndole pensar que le haría caso y finalmente se marcharía, sin embargo tras unos segundos reanudó su labor. Ichigo no sabía qué hacer, la reacción que su cuerpo tenía cuando estaba cerca de ella lo asustaba y aún en su condición no estaba seguro de poder contenerse.

–¡Maldición Rukia, mírame a los ojos! –Gruñó desesperado–. ¡Te dije que te fueras! ¡Márchate, vete lejos! ¡Podría lastimar–

Escuchó un sonido extraño emanar de ella. ¿Estaba llorando?

–¡Idiota! –Lo miró inesperadamente, descartando su último pensamiento. No estaba llorando, estaba enojada. Enfadada. Terrorífica–. ¿Qué me marche y te deje aquí tirado? ¿Es que acaso no te has visto tú mismo? Estás… mírate, estás hecho un desastre.

Lo consideró por unos momentos. –Lo sé –finalmente respondió. Sabía muy bien que su apariencia no era muy agradable a la vista tras uno de sus episodios. Sin embargo no comprendía por qué ella seguía ahí, por qué no corría o huía lejos de él. Simplemente no lo entendía. Al sentir sus manos nuevamente sobre él, la miró dubitativo.

–¿Qué estás haciendo? –Inquirió sin despegar su vista de ella.

–¿Qué crees que estoy haciendo? –Contestó molesta–. Estoy tratando de limpiarte un poco. No puedo llevarte por ahí cubierto de sangre.

Levantó una ceja. –¿Llevarme? ¿A dónde?

–A mi casa. No te ves muy bien, y considerando lo que acaba de suceder… dudo que llevarte a un hospital sirva de algo. ¿Me equivoco?

La observó por unos segundos, aún sin comprender nada. –No, no te equivocas.

–Bien, entonces necesito que te sientes. ¿Crees poder hacerlo?

–¿Por qué?

–Porque yo no puedo levantarte por mi cuenta –contestó levantando una ceja.

–No, no quería preguntar eso. ¿Por qué… estás ayudándome? ¿Es que –tragó saliva audiblemente, conectando su mirada con la de ella– no me temes?

El silencio que cayó sobre ellos le pareció eterno. No obstante, finalmente ella rompió el silencio. –No tengo razones para temerte.

–¡Pero me viste! –Exclamó alterado–. ¡Viste a esa horrible bestia! ¡Viste lo que soy! –Ella continuó observándolo fijamente–. ¡Viste de lo que soy capaz!

De repente se detuvo y jadeó tratando de recobrar el aliento cubriendo sus ojos con una mano.

Inesperadamente, sintió otra mano posarse sobre la suya, halando de ella hasta destapar sus ojos. Violeta se encontró con ámbar, que la miraba inseguro.

–No te temo porque no hay nada a qué temer –respondió sinceramente–. Vi lo que le hiciste a esos hombres… o lo que se supone que eran –pausó momentáneamente– pero sé que lo hiciste por protegerme. No puedo temerte, eres Ichigo. Nunca me harías daño.

Su corazón se encogió por un instante, y al siguiente se expandió tanto que sintió que explotaría dentro de él. Ella confiaba plenamente en él y sin importarle lo que había presenciado, lo aceptaba tal y como era, con el monstruo que llevaba dentro.

–Rukia… –murmuró atónito. No tenía palabras para describir lo que estaba sintiendo en esos momentos, simplemente no las había.

Súbitamente, ella frunció el ceño. –¿Qué hay con esa mirada tan boba? –Lo reprendió cruzándose de brazos–. Te ves estúpido. Y además, te pedí que te sentaras, mi auto no está tan lejos y en verdad quisiera salir ya de aquí. ¡Levanta tu trasero de una buena vez! –Exigió con tono mandón.

Ichigo soltó una carcajada alegre que le hizo ganarse un buen golpe por parte de la morena. –¡Está bien, está bien! –Accedió fingiendo estar molesto por su agresión–. ¡Ya me estoy levantando!

–¡Si no quieres que te deje aquí tirado, mejor apresúrate! –Le gritó desde la distancia.

–¡Ya voy! ¡Maldición, Rukia! –Se quejó, más esbozó una sonrisa. No le importaba tener que perseguirla. Ahora estaba seguro. La quería. La amaba. La necesitaba. Y la haría suya, sin importar cuánto tiempo le tomara.

- - - - -  Fin  - - - - -

Espero que haya disfrutado de la lectura  xD

Gracias por leerla :D

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