XVIII

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Varios días pasaron.

Eran las nueve de la mañana, y habían sacado a los presos, de determinadas plantas, para desayunar en el comedor.

—¿Has conseguido que se tranquilice cuando estás cerca de él? —le preguntó Tomás, mientras se llevaba un trozo de pollo, con mal aspecto, a la boca.

—No —respondió Samuel a su pregunta—. Creo que eso va a ser bastante difícil. Por no decir imposible.

—Bueno, ten en cuenta que después de la paliza que le diste, lo has traumatizado de por vida —Esas palabras sólo lo hicieron sentirse peor consigo mismo. Pero no se le ocurrió, que tal vez ese era el propósito de su amigo—. Pero gracias a ello, lo has atado a ti.

Él no se esperó aquellas palabras, pero debía reconocer que no le habían disgustado en absoluto.

—Sí —habló esta vez Percy—. Ahora tienes todo el poder sobre él. ¿Qué es lo primero que vas a hacerle?

—Ni siquiera lo he pensado, si os soy sincero. Pero ahora que me lo decís, se me ocurren miles de ideas...

Tomás y el inglés se dedicaron una mirada cómplice y luego sonrieron con maldad a su compañero. Los tres podrían planear cosas que nadie jamás llegaría a imaginar. Podían llegar a ser los más crueles de aquel edificio, si se lo proponían.

El mayor de los tres miró con asco la comida que se encontraba sobre su bandeja. Odiaba tener que comer casi siempre de sobras.

—¿Acaso este pollo es el que cenó Jesucristo en la última cena? —Percy y De Luque rieron ante eso.

Ambos pensaban lo mismo. Parecía que llevara siete mil años en ese lugar. Su sabor era nauseabundo.

—Aquí si no mueres en la silla eléctrica, lo haces intoxicado por la comida.

Samuel asintió. No podía estar más de acuerdo con el inglés.

—¿Cuántos días más estará el chico en la enfermería?

—Hoy es el último —articularon los labios del castaño, cuando terminó de dar un sorbo a su vaso de agua—. Creo que esta tarde vuelve a su celda.

—Entonces, ¿hoy no irás a verlo?

—Sí. Iré a la enfermería antes de que lo saquen de allí.

—¿Crees que ya está recuperado?

—Está bastante mejor. Puede moverse por sí solo, aunque le sigue costando esfuerzo.

—Entiendo... —Tomás volvió a dar un bocado de su pollo, y empujó el plato, alejándolo de él. Dando por terminado su desayuno— Así que pronto volveremos a tenerlo entre nosotros —Sonrió enseñando los dientes, y sus compañeros lo imitaron—. No sabéis cuantas ganas tengo.

—Yo también. —admitió el de ojos azules.

Samuel quería que llegara ya el momento en que los cuatro se reuniesen. Y de hecho, él era quién más lo deseaba.

[...]

Miguel se había adelantado ese día. Se encontraba frente la celda del chico, más temprano de lo normal, lo que le pareció raro al que se encontraba frente a él.

—¿Cómo es que has llegado antes? —El carcelero no sabía muy bien cómo explicar eso. Desvió la mirada a su izquierda, donde el propietario —por el momento—, de la celda de al lado se acercaba para escuchar mejor lo que tenía que decir a su compañero.

—Hoy no podré llevarte —dijo, intentando mantener el control sobre su voz. No quería parecer asustado, aunque así fuese—. Han reforzado la seguridad, debido a que se tiene que trasladar a Guillermo.

—Me importa una mierda —Samuel habló con una seriedad y calma asombrosas—. Me dijiste que iría y así será.

—¿No te enteras de que no es posible? Hay policías en la enfermería y allí es donde quieres ir. ¿Crees que te darán la bienvenida en cuanto te vean? —Acercó su rostro a los barrotes y dijo lo siguiente— Yo creo que más bien adelantarán la fecha para freírte.

A De Luque no le gustó nada el tono que utilizó el azul, e inconscientemente estiró su brazo derecho, sacándolo de entre los barrotes y agarró del cuello a Miguel, quien no esperó tal cosa. Su cabeza fue golpeada contra los hierros, lo cual le dejaría una brecha en la frente.

Los ojos del golpeado se cerraron de golpe y volvieron a abrirse buscando con miedo los del contrario, esperando que no volviese a asestarle otro porrazo más.

Los ojos del inglés brillaron con un esplendor casi mágico. Se sentía increíblemente excitado con la escena que acababa de presenciar.

—No vuelvas a hablarme de ese modo, ¿queda claro? —Samuel mantenía los dientes apretados, mientras aplicaba más fuerza sobre el cuello del contrario. Una gota de sangre resbaló de la frente de este, llegando a caer sobre la piel del preso, quién desvió la vista y volvió a visualizar de nuevo al carcelero. Este no sabía cómo reaccionar.

Agitó ambas manos y las colocó alrededor del brazo del castaño, intentando zafarse de su agarre, pero De Luque lo soltó antes de que lo consiguiera. Aunque dudaba que hubiese podido escapar de él.

Miguel se alejó, lo más rápido que le fue posible, para que no pudiera volver a agarrarlo y cogió todo el aire que había estado necesitando.

Sin decir nada, éste se giró y comenzó a andar hacia el lado contrario del que se encontraban los prisioneros.

Percy miró a su compañero, que no apartaba los ojos de quién se alejaba a paso rápido de ambos.

Samuel sabía cómo transmitir miedo a los demás, y eso era algo que no hacía falta comprobar. Se podía ver desde el exterior, sin necesidad de conocer demasiado al chico. Aún así, pronto más personas experimentarían la misma situación que Miguel...

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora