9: Bienvenida al Caldero Chorreante

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Tom, el tabernero del Caldero Chorreante, ni siquiera parpadea cuando aparezco en la chimenea del bar.

—Salud —dice cuando me oye toser. Todavía no me acostumbro a cerrar la boca en estos viajes de Papá Noel y siempre trago ceniza. Por suerte el vestido gris disimula que caí sentada en la pila de cenizas al aterrizar.

Como soy de las personas que piensan que no solamente hay que decir "salud" cuando alguien estornuda, sino siempre que tiene alguna vía respiratoria obstruida, sonrío. Con la boca cerrada, eso sí. Los dientes grises no están de moda estos días.

—Últimamente nadie viene por polvos Flu —dice Tom, limpiando un vaso distraídamente—. En realidad, ya casi nadie viene. Demasiada paranoia por las calles. Si quieres quedarte en la hostería, hay lugar de sobra.

—¿Agua? ¿Vaso? —digo con el poco aire que tengo.

Luego de beber un par de vasos de agua, mi garganta vuelve a ser la de antes y puedo formular oraciones completas y coherentes. Bueno... al menos sí serán completas.

Tom señala el libro de huéspedes y me da una pluma y un tintero. Me registro como Blair, Leyla en el último renglón de la página, y como debo dejar que la tinta se seque antes de cerrar el libro, descubro que Longbottom, Neville también está pasando el fin del verano aquí. Busco en los renglones más arriba y más abajo de su nombre, pero su abuela no está registrada. ¿Quizás usó su apellido de soltera? Pero el nombre Augusta tampoco aparece por ningún lado.

Tom y yo subimos hasta mi habitación, la número 13 (sí, solamente hay que llamarse Leyla para tener mala suerte en todos lados). Acomodo mi baúl entre la cama, que se ve tan cómoda como la que tengo en lo de mis tíos, y el espejo. Por la ventana se ve la calle muggle, llena de coches y gente con bolsas de compras. Del otro lado del Caldero Chorreante, oculto, está el Callejón Diagon, su otro-yo mágico. De verdad es lindo estar en el limbo entre ambas realidades.

—Aquí tienes tu llave. El desayuno se sirve entre las siete y las nueve y media.

Tiemblo un poco. No debo quedarme dormida si no quiero morir de hambre.

—El almuerzo es de once y media a catorce y media, y...

Ya no lo oigo más. Siento una explosión en la calle y vuelvo a la ventana, pero no veo nada extraño en la calle.

—¿Qué fue eso?

—Un camión lechero.

—Ah.

Tom se va y cierra la puerta. Me siento sobre la cama, reboto un par de veces simplemente porque es muy divertido y no es mi colchón. Todo es más interesante cuando no es mío.

En la pieza de al lado hay ruidos. Una silla se corre y una lechuza ulula. Creo que ya tuve suficientes lechuzas por un tiempo.

—Hedwig, quieta, fue sólo un camión lechero. —La voz se oye apagada al atravesar la pared. Pero hasta yo me dí cuenta de quién es.

Salgo de mi habitación y llevo la llave conmigo (he madurado mucho en este verano), pero, claro, me olvido de cerrar la puerta con ella. Golpeo la puerta 11 y, al abrir, los ojos verdes de Harry Potter me miran detrás de sus anteojos.

Nos abrazamos con alegría y me invita a pasar. Como por la ventana se ve lo mismo que desde mi habitación, esta vez no me distraigo y puedo preguntar directamente:

—¿Tú también estás aquí?

—¿Aparte de quién?

—De Neville.

Leyla y el prisionero de Azkaban | (LEH #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora