Mirándote

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-¿Qué pasa? ¿Está todo bien?

La voz de Gabriela resonó en sus oídos. Genzo miró hacia abajo, allí donde tenía el rostro de ella a sólo centímetros. Observó su ceño ligeramente fruncido, los labios entreabiertos, y los ojos cerrados, con los pliegues marcados en un genuino gesto de confusión.

Sonrió. Supo que ella adivinó el gesto, porque de inmediato enarcó la ceja derecha, mientras que su boca se curvaba en desaprobación, combinándose con el rastro de una débil sonrisa.

Aún tenía los ojos cerrados. Él le había dado orden de no abrirlos hasta que todo acabara, y ella estaba cumpliéndolo a cabalidad.
"Siénteme", le había dicho él por toda justicación a su orden.

Y ahora que estaban así, desnudos, juntos, él encima de ella cubriéndola enteramente (jamás le había parecido tan pequeña y frágil hasta entonces), la lucha interna que llevaba dentro de sí, esa en la que se debatían en una cruenta batalla los deseos del cuerpo y los del corazón, pudo vislumbrar la tregua a sus sentimientos.

Apoyándose en el antebrazo izquierdo, cuidando de no dejar caer su peso por completo sobre ella, llevó su pulgar a un recorrido por las cejas y los párpados de Gabriela.

-¿Genzo?

Miró los labios que se movían susurrando su nombre.

-Abre los ojos, Gaby.

Un par de ojos dorados le miraron desde abajo, y él aprovechó para inclinarse hasta rozar su nariz con la mejilla derecha de ella. La escuchó respirar profundo y sonreír.

Posó su mirada nuevamente en la suya, y habló con una voz que sentía no le pertenecía. Él, que acostumbraba a hablar siempre de manera firme y potente, ahora lo hacía en un susurro ronco y áspero. Ella aguardaba por la respuesta a sus preguntas.

-Es sólo que jamás pensé que podría hacerme tanta falta mirar mis ojos en el reflejo de los tuyos.

Ahora fue él quien cerró los ojos al sentir el contacto de un par de labios abrasadores ciñéndose a los suyos.

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