El Contrato

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La vida de Ha Na nunca había sido fácil; desde pequeña había visto por su seguridad, alimentación y estudio ella misma. Nunca había conocido a su padre, según le había dicho su madre las pocas veces que la señora hablaba sobre su pasado; él al ver que su novia de hace pocos meses estaba en cinta, había huido y nunca lo había vuelto a ver.

Su madre, aunque trabajadora era alcohólica, y el poco que dinero que quedaba de los gastos de la casa se lo terminaba en licor, le gustaba mucho el soju. Eso recordaba Ha Na. La señora había fallecido cuando ella contaba con tan solo quince años, no tenía familiares cercanos, a la edad en que entrabas en la adolescencia y empezabas a conocer lo que era el amor y los muchachos, ella empezaba a trabajar. Vivía en un barrio pobre, la casa era vieja y mal cuidada, olía a humedad, y en las noches de invierno, cuando Ha Na descansaba, el frio era tan penetrante que le castañeaban los dientes.

Con la meta de cambiar su forma de vida, Ha Na se graduó de la secundaria, era buena estudiante pero no logró ganarse una beca. Con más tiempo libre, empezó a trabajar en varios sitios: en la mañana atendía una pequeña panadería familiar, en la tarde ayudaba en una tienda de libros y en la noche, iba a una discoteca. No era una de las típicas discotecas; de mala muerte. Era llena de lujo y como camarera veía a los jóvenes más ricos de todo Seúl.

Fue allí donde conoció un nuevo empleo que le daría mucho dinero: la prostitución. En aquel mundo de niños con camas de oro no lo llamaba así, les decían "damas de compañía", pero gracias a su amiga Ha Nuel, ella supo todo lo que debía saber. Por una noche llegabas a cobrar casi un millón de won, era más del dinero que ella podía recolectar con sus tres empleos en seis meses. Tenía servicios especiales y podías disponer de los precios como a ti te diera la gana, y también dependiendo de qué tan cotizada eras en una noche. Ha Nuel trabaja en eso unas cuentas noches a la semana, podías poner precio a las felaciones y al sexo oral. Había clientes con gustos raros, a ella le había tocado uno de esos, quería eso que algunas chicas que llevaban tiempo en el negocio llamaban sexo anal, y aunque ella jamás tendría el coraje de practicarlo, algunas lo habían logrado y cobraban más de dos millones de won más el servicio completo.

Al principio con esa información a Ha Na le daba miedo, conocía el sexo, ¿Quién no lo hacía a la edad de 16 años?, en el colegio había tenido amigas que le contaban sus experiencias tanto con hombres de su edad como con hombres que les doblaban la edad. Además, aunque había sido un momento que ni ella misma había entendido, había dado su virginidad a uno de los alumnos de altos grados, le había dolido mucho, el muchacho había sido brusco y fue más por el placer de él que el de ella. Aun así, había tenido curiosidad después de eso, veía videos que la dejaban con ganas de repetir la fea experiencia con el chico, pero en vez de hacerlo había conocido la masturbación, y por el momento aplacaba las ganas de más.

Fue así como Ha Na entró a un negocio no solamente por necesidad, sino también por placer. Los primeros días no había ganado mucho, pero no le importaba, sabía que mientras ganaba fama. Los hombres que ahí iban tenían más títulos que ella, eran hombres de negocios, universitarios, padres de familia, y si tenías suerte, incluso iban algunos mujeres. Fue así como una noche conocían a Song Quian, o como le gustaba que la llamaran: Victoria. Era adinerada, siempre que visitaba el local iba bien vestida y olía bien.

La primera noche que Ha Na la conoció, ella buscaba una chica con quien pasar la noche, casi siempre elegía a Ha Nuel y a veces a Kotomi, pero ese día, apenas posó los ojos en Ha Na, la eligió.

-¿Eres nueva aquí? – le dijo mientras con una sonrisa acariciaba el cabello de Ha Na. Ella asintió un poco intimidada y sonrojada lo que causo una sonrisa de satisfacción en Victoria. – Creo que seré tú primer cliente mujer, ¿no es así? – Ha Na la miró sonrojada y volvió a asentir con timidez. – No importa, siempre hay una primera vez. – Dijo tomándola de la mano y llevándosela fuera del local, le indico que entrara a un lujoso auto descapotable negro, ella entró tímidamente y luego de unos segundos ella entró al lado del conductor. Manejo durante unos minutos en silencio y llegaron a una de las más lujosas zonas residenciales en Seúl; las casas eran enormes y como si cada uno de los habitantes de ese barrio tuvieran algo que ocultar, eran diseñadas para guardar los secretos más oscuros con recelo.

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