1.- Dégel.

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Cada día envejecía y cada noche recuperaba su juventud.

Dégel, sin apellido y sin edad había vivido tanto tiempo que los años pasaban indiferentes. Poseía algo que no todos gozaban... vida eterna, pero era una vida vacía, sola y sin color.

Ojos violetas que se teñían de rojo escarlata al enfurecerse, cabello verdoso que en el día era blanco, pero su característica belleza jamás se perdía.

Ningún hechizo ni arma podía elimimarlo por que su alma y corazón estaban unidos a aquel ser que quiso nacido de su sangre siglos atrás, pero ahora no sabía a ciencia cierta si alguien lo traería nuevamente a sus brazos....

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La luz del sol se coló por la ventana de su mansión, la servidumbre desde mucho antes realizaba sus deberes por lo que Dégel Von Shielfs no tenía de qué preocuparse por las cosas de una casa. Se estiró cual gato con pereza mientras apartaba la sábana escarlata de seda y se ponía de pie para iniciar sus doce horas como anciano en búsqueda de aquel niño que fue su vida hacía tantos siglos.

Los lujos rebosaban, hasta la cerradura de la puerta de su alcoba era de oro puro, el techo de la misma colgaban candelabros de cristal que insólitamente se habían apagado el día en que su adorado hijo se fue de su lado y según la leyenda se encenderían nuevamente cuando este naciera nuevamente.

Aún conservaba un mechón de cabello guardado en un pequeño cofre que sacaba cuando acaecía el aniversario de su partida.

—cuando....

No había respuesta ante la interrogante, la maldición no le permitía saber a ciencia cierta si él había nacido.

Se vistió como todo un caballero moderno obviando que sus rasgos masculinos estaban envejecidos y que la ropa y el misterio que despedía lo haría temerario tal como lo fue en su época de oro, antes de ser maldecido por aquel humano....

—señor—una joven sirviente le extendió una bandeja con fresas rojas y rebosantes apenas lo vio salir de su habitación—hemos oído el llanto de un niño cerca de aquí.

—es el niño de los humanos que viven cerca de aquí, Aura—refutó Dégel—si fuera mi hijo ya lo hubiera sentido.

La joven se excusó con una sonrisa nerviosa mientras hacía una pequeña reverencia y él continuaba su camino hacía la inmensa sala de su antigua mansión donde lo esperaba otro igual que él, un inmortal quién le traía noticias del mundo moderno.

Una cabellera castaña se asomó ante sus ojos, este le sonrió amable y comprensivo; no todos los inmortales que él conocía eran así, es más eran envidiosos, fríos y detestables. Sísifo era su nombre.

—¡saludos, Dégel!

—Sísifo—lo reverenció—¿ hay noticias?

Le mostró una imagen de una ciudad, con sus gentes apuradas y distraídas, ignoraban que los veían. Dégel buscaba con minucioso detalle algo que le permitiera tener pista de su hijo, hasta que su mirada se detuvo sobre una joven embarazada que caminaba fatigada sosteniéndose el vientre.

—nacerá de ella.

—¿lo crees?

—he sido quién conoce más de cerca tu dolor de padre.

Una esperanza nació en el viejo Dégel, si buscaba a esa mujer seguramente la esencia de su hijo se manifestaría si lo sentía cerca. Cerró los ojos y visualizó aquel joven rostro cuya última sonrisa fue hace tantos siglos y por el que había llorado y matado a los que se lo habían arrebatado.

Al abrirlos tenía sus pupilas completamente violáceas, enviaría primero a sus centinelas a vigilar más de cerca a la joven que tenía a su hijo reencarnado y luego después haría su aparición el día en que este naciera y entonces su maldición se rompería y ya no tenía que ser anciano ni ocultarse por las noches de sus enemigos. Las arrugas se suavizaron al mirar nuevamente el vientre hinchado de la desconocida la cual a palabras de Sísifo era la madre en esa vida de su hijo Camus.

—¿tienes los archivos de la Inquisición?

—los quemé un siglo después—dijo tomando una manzana roja y brillante—para qué quería guardar cosas que me causan dolor.

—ahí estaban los nombres de quienes te quitaron a Camus.

—los tengo guardados en mi mente, mi aspecto ahora es de un viejo, pero mi mente es de un joven de 20 años—dijo arrojando la fruta a un cuenco cercano.

Sísifo tomó la manzana, la contempló y entonces a su mente afloraron multitudes de recuerdos con sólo verla y tocarla, esa fruta simbolizaba el antiguo amor de Dégel del cual él casi nunca hablaba.

Nadie sabía a ciencia cierta por qué él omitía hablar de esa persona.

Después de varios minutos de silencio, Sísifo se despidió de Dégel deseándole un buen día.

Al quedarse solo, el anciano Dégel lanzó un suspiro al vacío mientras el color habitual de sus orbes volvía a su normalidad, en tanto movía sus pies en dirección a la puerta de la que saldría como todos los días y regresaba antes del anochecer pues ahí retomaba su apariencia juvenil.

—otro día más.... ¡ qué me traerás a aparte de mi hijo!

Sólo él sabía donde iba....





¡ Hola!

Nueva historia, espero les guste n.n

:)

μετενσάρκωση ( Reencarnación: Camus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora