Dieciocho siglos antes de Cristo, algunas tribus nómadas abandonan Caldea con sus rebaños para establecerse en Egipto. Entre esas tribus y clases nómadas hay un cierto número de familias cuyo jefe es Abrahán. Para Abrahán, personaje completamente insignificante desde el punto de vista de la historia, esta emigración obligada va unida a una gran esperanza: Dios lo había llamado y prometido una recompensa extraordinaria: "Abrahán, todas las naciones de la tierra serán tuyas".
Cuando Dios se revela a los patriarcas Abrahán, Isaac, y Jacob, éstos son aún nómadas; comparten con los demás nómadas una religión simple, hecha de apego al "Dios de sus padres" y de veneración de un cierto número de pequeños ídolos familiares. Pero el encuentro con el Dios Vivo los va a llevar a una nueva toma de conciencia: Dios ampara a los que elige. Gracias cantidad de pruebas parecerán contradecir la promesa que Dios les ha echo, pero Dios intervendrá cada vez en favor de sus fieles. Desde entonces se establece entre Dios y los patriarcas una relación privilegiada, caracterizada por la fidelidad de Dios a su palabra y por la confianza inquebrantable de sus fieles. A través de ellos Israel será incitado a contemplar, a lo largo de su camino, tanto las maravillas en favor de aquellos que ha elegido como la fe indefectible de sus padres.
Seis siglos más tarde, algunos descendientes de los patriarcas se reúnen en el desierto y, bajo el mando de Moisés, se dirigen hacia la Tierra Prometida. La etapa de Horeb es decisiva: es aquí donde estos clanes nómadas van a vivir tal experiencia espiritual que los textos bíblicos no cesarán de referirse constantemente a ella. Dios se compromete solemnemente con su pueblo y al mismo tiempo le da una Ley: es la alianza con Dios, el código de conducta personal y comunitario de Israel. A la palabra dirigida a Abrahán responde en adelante la del Sinaí. Promesa, alianza y salvación serán los tres pilares de la fe de Israel, y los puntos firmes de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento.
Con la entrada en la Tierra Prometida, Israel se ha de enfrentar con los demás pueblos mucho más avanzados culturalmente. Desde hace más de dos mil años, ellos han construido una civilización urbana, desarrollando la agricultura, estableciendo relaciones comerciales con todo el próximo Oriente e incluso más allá. Esta civilización brillante pero pagana será una trampa constante para la fe de Israel. Entonces Dios envía a su pueblo sus profetas, sus portavoces. David se apodera de Jerusalén, una pequeña ciudad Cananea y hace de ella su capital, introduciendo en la misma el arca de la alianza, signo visible de la presencia de Dios en medio de su pueblo. A partir de este día, no solamente la Ciudad Santa entra en la historia del pueblo de Dios, sino que su vocación rebasa el tiempo y la historia, ya que ella aparece en las últimas páginas del Apocalipsis como la figura de la humanidad definitivamente reconciliada con su Dios. Salomón, al construir el Templo de Jerusalén, que dos siglos más tarde se convertirá en el único santuario legítimo, da a su pueblo un punto de reunión: la "Morada de Yavé".
Condenación de Israel por sus innumerables infidelidades, recuerdo de la incansable misericordia de Dios con Jerusalén, exigencia de verdad y de sinceridad en el culto del templo, proclamación de la salvación que viene: todo esto constituye la médula del mensaje de los profetas. Al acercarse los últimos tiempos, la meditación de Israel se hace más intensa. Muchas pruebas han purificado las ideas falsas, demasiado humanas. A través de la oración de los salmos en relatos edificantes o máximas, con los desarrollos sobre el hombre y la sociedad algunos sabios deciden guiar a Israel en las últimas etapas de su camino hacia aquel que viene a cumplir todas las cosas.
Los Escritos de la Sabiduría, que constituyen la tercera y última parte del Antiguo Testamento, pueden parecer menos coherentes que la Ley o los profetas; en efecto son el reflejo de un pueblo convulsionado y con frecuencia dividido; es el tiempo en que Dios se prepara un "pequeño resto" en medio de una nación presiona y arrastrada por todas las tentaciones del poder y la confusión entre el reino de este mundo y el Reino de Dios.
Pero después de tantas experiencias acumuladas en el pueblo de Israel, sobreviene un periodo de crisis en el que Dios decide conducirlos a superar los más grandes desafíos de la fe y de la historia. En este preciso momento es cuando aparece Jesús.
Así, pues, el Antiguo Testamento consta de 46 libros, y constituye la primera y más voluminosa de las dos partes de la Biblia. Se trata de la lenta preparación de Israel para la Alianza definitiva y eterna que Dios iba a establecer con los hombres en la persona de Jesucristo.
Así como las obras de una biblioteca pueden ser clasificadas de modo si por uno u otro bibliotecario, así también los 46 libros del Antiguo Testamento han sido clasificados de modo diferente, y esto desde los primeros siglos de la era cristiana. Los editores modernos de la Biblia han debido, pues, elegir entre las dos clasificaciones más frecuentes adoptadas por los antiguos manuscritos; en orden de la Biblia hebrea o el orden de la Biblia griega.
Al incluir entre los "profetas" los libros que la Biblia griega denomina "históricos", la Biblia hebrea pone de relieve la originalidad de esos textos. Para el Antiguo Testamento, así como para el Nuevo, todo acontecimiento es portador de una palabra de Dios; no se hace historia por el placer de dar a conocer el pasado, si no para testimoniar la fidelidad de Dios con su pueblo, para hacer conocer su voluntad y preparar de este modo a los hombres a acoger la gracia de su salvación. En este aspecto toda la narración bíblica es "profética".
Aquí se ha adaptado el orden de la Biblia hebrea. Al comienzo se encuentran los cinco libros del Antiguo Testamento denominados la LEY, la Torá para los judíos de lengua hebrea y el Pentateuco para los de lengua griega. En ellos vemos a Dios actuando en la historia humana para liberar a un pueblo que quiere hacer suyo instruyendo a este pueblo y dando sentido a su historia.
Después vienen los libros LIBROS PROFÉTICOS; Dios interviene en la historia por medio de los profetas, a los que comunica su palabra y su Espíritu "para destruir y construir, para edificar y plantar". Estos profetas inspirados van a desempeñar un papel decisivo en la educación de la fe de Israel.
Por fin nos encontramos con los LIBROS SAPIENCIALES, es decir, con todo un conjunto de obras que bajo las formas más variadas yuuunos ponen en comunicación con la plegaria, la sabiduría y la moral del pueblo de la antigua alianza. Estas obras nos enseñan el arte de servir a Dios en la vida diaria y a convertirnos en personas responsables en la fe.