Capítulo 3: Secuestrada

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Hora desconocida

Sentí unos brazos por mi cintura y mi espalda y fruncí el ceño. Noté que alguien me cogía en brazos y cargaba con mi cuerpo durante varios metros bajando unas escaleras. Traté de abrir los ojos, pero era incapaz. ¿Cuándo había decidido rendirme?

Intenté ordenar mentalmente a mis brazos que se movieran, que golpeasen, que hiciesen algo, cualquier cosa, pero no obtuve ningún resultado.

Intenté concentrarme en otra cosa e inspiré profundamente. Un olor a colonia inundó mis fosas nasales y enarqué las cejas. Reconocía ese olor, pero no recordaba muy bien por qué.

Me dejé de mover lo que significaba que se había parado. ¿Dónde se había parado? ¿Era mi hora? Se agachó y noté algo blando bajo mi cuerpo. ¿Podría ser un colchón? No estaba segura. Me revolví en el sitio intentando luchar conmigo misma.

—Nos veremos pronto, Maddie —susurró y noté otro pinchazo en mi pierna.

—No... —murmuré antes de quedarme una vez más inconsciente.


Hora desconocida

—Maddie... despierta... —susurró una voz cerca de mi oído.

Me moví y gruñí.

—Maddie... es hora de cenar...

Los párpados me pesaban, la cabeza me pesaba, todo mi cuerpo pesaba.

—Yo... —intenté hablar, pero me costaba—. Yo no...

Apoyé las manos como pude y con todas mis fuerzas intenté levantarme, pero me caí golpeando mi cara contra algo blando.

—Vamos, Maddie...

Abrí los ojos como pude y lo vi todo borroso.

—Yo no... —balbuceé—. ¿Dónde estoy? —pregunté en un susurro.

—Estás en casa.

Su voz retumbaba en mi cabeza y me ponía muy nerviosa.

Parpadeé varias veces hasta que la imagen empezó a volverse cada vez más nítida e intenté mirar a mi alrededor. Una estantería vacía y mugrienta, cajas de cartón cerradas y amontonadas en una esquina, una bombilla que parpadeaba todo el tiempo y una mesa con dos sillas, una de ellas ocupada.

Mi cuerpo reaccionó al instante, abrí los ojos de golpe y me eché hacia atrás asustada hasta chocar contra la pared que había detrás de mí.

—No, no, no. —Me levanté arrastrando mi espalda por la pared y apoyé mis manos a los lados de mi cuerpo—. ¡Socorro! ¡Ayuda! —grité.

—Puedes gritar todo lo que quieras, pero nadie te va a oír —dijo antes de levantarse de la silla y acercarse a mí—. ¿No quieres estar aquí, Maddie? —preguntó acercando su mano a la mía, pero la aparté con rapidez.

—¡Aléjate de mí! —le grité con todas mis fuerzas—. ¡No te acerques! ¡No me toques! ¡Déjame salir de aquí!

Una risa salió de su boca y su rostro quedó a pocos centímetros del mío. Podría agarrarle el pasamontañas y quitárselo para saber quién era, pero me quedé completamente paralizada.

—Maddie, Maddie, Maddie. —Apartó un mechón de pelo de mi cara y lo colocó detrás de mi oreja—. La preciosa e increíble Maddie Smith.

—¿Quién eres? —pregunté asustada—. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Vas a pasar mucho tiempo aquí así que tendrás tiempo para averiguarlo tú solita. —Se separó de mí y volvió otra vez a la mesa—. Te he traído algo de comer. —Dejó encima de la mesa una bolsa de cartón y un refresco—. Seguro que tienes hambre.

—No voy a comer nada.

—Entonces te morirás de hambre.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Dinero? Puedo conseguir todo el que quieras.

—No quiero tu dinero, Maddie —respondió mientras caminaba alrededor de la mesa y metió la mano en la bolsa—. Hay patatas fritas.

—¿Qué quieres?

—A ti.

—¿Qué? ¡No! ¡Eso no va a pasar! —Me intenté acercar a él, pero algo me impidió caminar más y me caí al suelo—. Pero qué... —Miré mi tobillo derecho y vi una cadena alrededor—. ¡No! —grité y empecé a tirar de la cadena en un intento desesperado de que cediera y pudiera liberarme—. ¡No, por favor! —Le miré horrorizada—. ¡Quítame esto! ¡No puedes hacerme esto!

—Ten cuidado no vayas a hacerte daño —contestó con tranquilidad.

—¡Estás loco! —le chillé—. ¡Eres un malnacido!

—Puedes gritar e insultarme todo lo que quieras, pero no va a servir de nada.

—¿Por qué me haces esto? —pregunté al borde del llanto.

—¿Y por qué no? —preguntó divertido—. Nunca nadie se lo pregunta.

—¡Suéltame! ¡No soy un perro! ¡Quítame estas cadenas!

Se acercó otra vez a mí con la bolsa de comida y se agachó para quedar a mi altura.

—Seguro que nos lo pasamos muy bien juntos.

—Quiero irme a casa. —Las lágrimas empezaron a salir—. Por favor, no se lo diré a nadie.

—Esta es tu casa, Maddie. —Me puso la bolsa delante y sacó las patatas—. Come.

—No.

—He dicho que comas —me ordenó.

—Te he dicho que no —contesté a la defensiva.

—Creo que no estás en una posición para elegir, Maddie —insistió nervioso.

Se notaba que no le gustaba que le llevaran la contraria y en eso yo era experta.

—¿No me has entendido? Te he dicho que no —contesté intentando que mi voz no sonara tan alterada.

—¡Come! —gritó enfurecido.

—¡No! —le grité—. ¡Moriré de hambre si es necesario!

Me agarró del cuello con la mano y me estampó contra la pared.

—Deberías sentirte agradecida, Maddie —susurró. Traté de quitar su mano de mi cuello, pero él fue aumentando la presión lentamente—. ¿Es que no lo entiendes?

—¿Qué tengo que entender? —articulé como pude.

—Vas a quedarte aquí conmigo te guste o no, Maddie. Nadie va a venir a salvarte —dijo antes de que su mano empezara a aflojarse alrededor de mi cuello—. Acostúmbrate a tu nueva vida.

—Por favor... —le supliqué—. Suéltame.

Finalmente me soltó del cuello y caí de rodillas al suelo. Me acurruqué contra la pared y me hice un ovillo para protegerme.

—No quiero hacerte daño —murmuró.

Estiró su mano un poco hacia mí, pero luego la echó hacia atrás y se incorporó.

—Suéltame, por favor —susurré.

—No puedo hacer eso.

—Por favor...

Le escuché suspirar.

—Volveré mañana —dijo.

Se dio la vuelta y subió las escaleras sin decir nada más. Segundos después, escuché una puerta cerrarse con fuerza y el ruido de una llave. Me había encerrado.

Cerré los ojos y dejé que las lágrimas salieran de mis ojos sin ningún tipo de oposición.

Secuestrada en un espacio de dos por dos hice al odio motor de mi liberación.

Salir con vida (EDICIÓN 2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora