Sadness and Happiness/ Muke

H

—Hoy el cielo es hermoso —comentó Michael en voz baja—. ¿No crees?

—No —respondió Luke con seguridad y ante la mirada interrogadora del chico de su lado, entrelazó una de sus manos con las de él y continuó—: Tú eres mucho más hermoso.

Como era de esperarse, el chico enrojeció violentamente. El rubio sonrió y acarició una de sus sonrojadas mejillas.

Los dos estaban sentados en las raíces de uno de los numerosos árboles del parque, con la espalda apoyada en el grueso y nudosos tronco. El clima de ese día era magnifico. Hacía un poco de calor junto con una ligera brisa. El cielo ostentaba un precioso color azul turquesa y ligeras y esponjosas nubes blancas lo cubrían parcialmente.

—Tus ojos son del mismo color que el cielo, Luke —comentó el chico de cabello azul casi sin darse cuenta—. Lindo.

Luke volvió a sonreír rodeando los hombros de Michael con un brazo y atrayéndolo hacia él y éste apoyó su cabeza en el hombro derecho de su amigo.

—Y tus ojos son del mismo color que las hojas que estamos pisando en este momento —Luke rio, avergonzado—. Vaya eso no sonó tan romántico como esperaba...

¿Romántico? El corazón de Michael dio mil y un vueltas analizando esas palabras. Romántico...

Hoy era un buen día para Michael. Ese día, las burlas de sus compañeros habían disminuido considerablemente. No había pasado nada vergonzoso o triste en su día ¡Incluso ese día se había animado a comer en el almuerzo!

Y estar con Luke, tomados de la mano y sentados debajo de un árbol, parecía la culminación perfecta para ese muy buen día. Siguieron observando el cielo hasta que este empezó a oscurecerse y a llenarse de estrellas.

—Creo que es hora de que vuelva a casa —comentó Luke en voz baja—. Mis padres se van a preocupar...

Michael asintió a regañadientes porque en su caso, él no quería regresar a casa. A una casa donde no había que se preocupara por él y donde seguramente lo único que existía eran gritos y tristeza.

—Sí, está bien, vuelve a casa. Yo me quedare aquí un rato más —respondió él.

Luke lo miró y alzó una ceja.

— ¿Quieres que me quede un rato contigo? —preguntó con amabilidad.

Michael quiso decir que no, que no era necesario. Pero su corazón acabo traicionando su mente y asintió.

Se quedaron ahí, otros minutos en silencio, hasta que el rubio habló:

— ¿Sabes, Michael? Creo que hoy fue un día perfecto, ¿sabes por qué? —antes de que el chico pudiera contestar, Luke continuó—. Estuvimos toda la tarde juntos. Sin problemas ni presiones. En realidad cada día que paso contigo es perfecto.

— ¿Por qué dices eso? —tartamudeó él sin creer las palabras que salían de la boca del chico.

—Porque eres perfecto —finalizó Luke con voz firme—. Tan jodidamente perfecto.