La danza de la muerte

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Negro, oscuridad. Era lo único visible durante largos segundos. Sentía un dolor apretando sus ojos; extendiéndose hasta los párpados y sienes. Entre gemidos de una bestia herida, intentó ver, logrando apenas capturar una delgada línea de luz. Rendido, volvió a las sombras con destellos e hilos de colores brillantes; amarillos, rojos, incluso verdes. Una respiración más, una inhalación precipitándose hasta el fondo de sus pulmones intensificó las picaduras ardientes en su costado derecho. Soltó un alarido antes de abrir los ojos, otra vez.

Despacio, fue logrando visualizar cada vez más su entorno. Quejándose, volteó hacia la izquierda, al lado contrario y hacia arriba. Solo se visualizaba blanco; un blanco enorme al parecer infinito, mirara por donde mirara. No había nada más. Parpadeó algunas veces ante la cantidad de luz percibida, sin poder acostumbrarse a ella de momento.

—¿Dónde estoy? —Murmuró.

Encogió los párpados con fuerza, mordió su lengua, intentó mover sus manos. De momento no deseó mirarlas, temía ante el escenario posible de encontrar al hacerlo.

Se sintió capaz de doblar los dedos. Intentó dejar de temblar al escuchar leves golpes constantes. Después, advirtió el sonido de un metal chillar contra una superficie. Asustado, soltó los puños, provocando la caída de algo al suelo. Respiró de nuevo; guiñó el ojo izquierdo y sus cejas se fruncieron, de nuevo, ese dolor en su cuerpo lo atormentó.

En un momento, alzó la espalda, sin abrir demasiado los párpados. Cuando lo hizo, observó un largo cuchillo de forma rectangular a escasos centímetros de su mano izquierda, el cual se encontraba manchado de carmesí, desde el filo hasta el mango. Al verlo, abrió la boca tanto como los ojos; alzó las cejas, su frente se marcó de arrugas. Gritó de forma instintiva. Su dentadura golpeó contra su lengua, no dejó de moverse. Llevó las manos a la boca, ocultándola.

Al meditarlo un poco, bajó las pupilas con temor, encontrándose con los dedos borrosos cubiertos de sangre. Gritó de nuevo, soltó las manos y las colocó frente a él, para observarlas. Como vio antes, su piel estaba tintada de rojo, algunas manchas más oscuras en comparación a otras, observó cómo se esparcían hacia sus brazos, una a una. Apretó los puños, temblando en el aire. Contuvo de nuevo la respiración y, sin saber la razón, sus ojos color café se inundaron de lágrimas, las cuales resbalaron a través de sus mejillas hasta caer su pantalón azul marino.

—¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? —Alzó la voz, desesperado.

Pronto esas marcas coloradas se detuvieron a la altura de sus hombros. No le dolían, sólo estaban allí, propagándose. Extendió los bazos agitados, con temor. El color empezó a cambiar el tenues difuminados, quitándole el brillo. Llevó las manos al rostro, cubriéndolo, limpiando su llanto. Cuando todas la manchas se volvieron negras, pasó algo muy extraño en su pecho; dejó de sentir los latidos acelerados de su corazón, dejó de temblar, su respiración fue haciéndose cada vez más tenue y el dolor de sus extremidades se iba calmando, poco a poco.

A lo lejos, el blanco empezó a marcarse de pequeños puntos negros, esparcidos; los puntos se movieron y volaron en forma de mariposas, aglomeradas en aleteos circulares alrededor del hombre. Algunas conforme llegaban al torbellino, dejaban de volar. Estáticas, flotaban, desde a una altura corta del suelo hasta el infinito blanco del cielo. Las restantes fuera del evento, iban de un lado a otro, en todas direcciones.

El aire de trajeron las mariposas se impregnó de una dulce fragancia, quizás de flores. En medio de los aromes, se encontraba aquel hombre, respirando cada vez menos profundo. Deleitado del aroma. Empezó a sentirse tranquilo, somnoliento. Los dedos de sus manos se extendieron y sus pies se abrieron. Sonrió de lado, movió la cabeza de un lado a otro, en consecuencia, sus cabellos ondulados y negros reposaron en su rostro.

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