El perseguidor

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Tenía la boca llena y por un momento pensó que bien podía atorarse escandalosamente o escupir la comida a sus pies. Peor; tal vez estaba con la boca abierta y no se había dado cuenta. Pasó ese segundo que le pareció eterno con la mente llena de preguntas hasta que atinó a cerciorarse de que tenía la boca bien cerrada, a negar con la cabeza y con el índice y fingir una sonrisa.

- Ya veo, está comiendo. La espero.

Sofía trató de hacer más gestos para enfatizar la negativa, pero Sergei parecía analfabeto en el lenguaje de los gestos y sólo se quedaba ahí mirándola y sonriendo. Al fin tragó. Tomó un sorbo de jugo y luego se volvió a su interlocutor, para hablar en el tono más cordial que pudo.

- No, no bailo. Muchas gracias.

- Ah. No baila. Creí que era sólo porque el alcalde es un petulante fascista y no quería darle en el gusto. 

- ¿Petulante fascista?

- Así le dicen todos en mi mesa, al menos. 

- Pues no. No sé nada de eso. Simplemente no me gusta bailar, ni menos a la fuerza. Ahora, si me permite, creo que allá está mi novio. Que pase buena noche.

Sofía hizo un ademán de salir caminando, pero cuando vio que él la acompañaba, se detuvo.

- ¿Qué está haciendo?

- La acompaño, claro. No vaya a ser cosa que otro gordo bigotudo se la quiera llevar a la fuerza al campo de baile

- No hace falta, muchas gracias.

- No es ninguna molestia. La acompañaré.

- Prefiero ir sola. Verá,... mi novio es un poco celoso y si me ve con usted, pues...

- ... ¿Pues...?

- Ya sabe. Puede creer que usted pretende algo conmigo.

- No lo creo. No se molestó en auxiliarla cuando el gordo fascista la tironeó del brazo; no se molestará por un músico enclenque que la acompañe hasta sus brazos protectores.

Sofía lo miró, irritada, por algunos segundos, y comprendió que ya no tenía sentido seguir la farsa.

- No me dejará, ¿verdad?

- No.

- ... De acuerdo. - suspiró

- ... ¿Ya no va?

- No. – él sonrió

- ¿Y por qué? ¿Qué le pasó?

- No era mi novio. Era otro que se le parecía.

-  Bastante tonto su novio en dejarla sola. Ya ve, en menos de 5 minutos, dos hombres espantosos acosándola. – ella sonrió - ¡Oh, una sonrisa! Vamos, no se amargue. No ha pasado nada terrible.

- No. Sólo he quedado de loca frente a todo el mundo

- Eso tiene solución

- ¿A ver?

- Baile conmigo – Sofía levantó una ceja

- Es una broma

- No. Prometo no acosarla ni tironearla. Pero sería una buena forma de demostrar que no muerde. 

- No tengo que demostrar nada a nadie.

- Muy bien. Usted dirá. Aunque le aviso que soy un buen bailarín.

- Mire, la verdad es que bailo pésimo. Por eso no quiero bailar.

- Ah, qué bien.

- ¿Bien?

El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora