31. Así se siente la felicidad. (Final)

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Emilia's PoV.

Me encantaba esta nueva historia, este nuevo recuerdo.

Nunca me habría imaginado que acabaríamos así, ni siquiera se me cruzó en la cabeza. Pero aquí estamos, siendo felices y estando juntos de nuevo.

Al día siguiente nos levantamos de la cama con el tiempo justo para almorzar, y el fin de semana también fue una maravilla.

El lunes las cosas estaban un poco raras. En mi casa nada había cambiado (aun no les decíamos a nuestros padres que salíamos), el colegio fue lo que me sorprendió un poco. Apenas entré al colegio fue como si el mundo se detuviese. Todos observándome y siguiéndome con la mirada.

—¿Qué demonios esta pasando aquí? —susurré a Emma, habíamos llegado juntas.

—No tengo la menor idea...

—¡SIGUEN MIRÁNDONOS DE ESA FORMA Y LES ROMPO LA CARA, ¿OYERON?! —grité algo enojada, que no me gusta que se me queden viendo, carajo. Inmediatamente, todos siguieron su camino, olvidando nuestra presencia.

—Así está mejor, ahora, vámonos —Emma me jaló del brazo y entramos a nuestra primera clase justo al tiempo en que tocaron el timbre.

Todo parecía normal hasta la hora de la comida. No sé como le hicieron, pero las mesas que normalmente usan el equipo de animadoras del colegio, el de fútbol y las chicas del grupo de baile estaban juntas. Y eso era un escándalo.

Se escuchaba más ruido de lo normal y no faltaba mucho para que un profesor, o hasta mi tío apareciera para regañarnos. Intenté llamar su atención, pero solo funcionó después de soltar un silbido muy fuerte.

—¡¿Que demonios pasa aquí?! —grité. Chad Morrison (capitán del equipo de fútbol y el equivalente a Sasha Clark) sonrió al verme.

—Eh, pero si es Holland, ¿es cierto que ya echaste novio, nena? Es una pena, estaba pensando en que podíamos salir uno de estos días y... —giré los ojos tan fuerte que dolió, pero no hice nada. Había notado a Joseph entre esa gente y no quería llamar la atención, por más que a él le gustara verme apalear idiotas.

—Una palabra más y te rompo la nariz —advertí.

—Lo único que quiero que rompas será... —no terminó la oración, Joseph se había levantado de su puesto y golpeó su quijada haciendo que se desequilibrara y cayera de su sitio.

—¡¿Qué demonios ocurre contigo, Sanders?! —reclamó.

—Sucede que es mi novia, imbécil. Una palabra más y ese golpe será lo que menos les preocupen en el hospital.

—¿Tú eres su...? —en ese momento reaccioné. Ya sentía a todos viéndonos y murmurando entre sí.

—¿Qué no se suponía que ya sabían? Pensé que se los habías dicho —pregunté a Joseph.

—De hecho lo único que sabían es que tenías novio, no sabían que era yo, ¿lista para correr? —me preguntó bromeando.

—Sí, solo dejame hacer una cosa —dije de vuelta, asintió y me paré en una silla para que todo el mundo me viera.

—¡Atención todos los presentes! Creo que ya todo el mundo me conoce, y si no, pues hola, soy Emilia. Y sí, el niño que ven aquí es mi novio —señalé a Joseph, el sonrió viendo mi espectáculo —Entonces, la cosa es simple, le hacen algo, les rompo la cara, me hacen algo, les rompo la cara. ¿Van a portarse como idiotas? También les rompo la cara. Cada quien cuida lo que es suyo, sigan las normas y vivirán felices. Emilia, fuera —hice un saludo militar y me volví a sentar, esta vez, con Joseph a mi lado.

Un corazón por sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora