Capítulo 50: Expiación

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Tan sólo se oía el sonido del silencio. El ambiente primigenio, de la creación.

Rafael les guió, tal y como les había prometido, hasta el Trono de la Madre.

"No queda resto alguna de la efigie pétrea que la contenía. Ha despertado."

"... despertado..." repitió el eco del arcángel.

Entonces Maddalena soltó un grito de horror. Luego, se tapó la boca, aunque era tarde. Acababa de ver los restos de Lara en el altar. Kurtis giró el rostro hacia allí.

- ¿Qué ocurre? – dijo – No puedo ver nada ahí.

"Da gracias a Dios por ello", dijo el arcángel, "Tu ceguera es una bendición..."

"... bendición..."

Nada convencido, él dio un paso adelante, pero lo detuvo una voz ahogada:

- Hijo mío... estás aquí.

Marcus.

El anciano estaba acurrucado a los pies del altar ensangrentado. Todavía aferraba entre sus manos el volumen ensangrentado, pero lo dejó a un lado, boquiabierto, cuando sus ojos divisaron el resplandeciente ángel tras Kurtis.

- ¡Entonces han venido! – exclamó - ¡La habéis escuchado!

"Hemos venido muchos más", concedió Rafael, "para entrar en combate si es necesario..."

"...necesario..."

Kurtis avanzó, con los brazos levemente extendidos. Veía a Marcus envuelto en una débil luz, pero tras él no había nada, no podía ver. El anciano avanzó cuatro pasos torpemente, y se aferró a los brazos del hombre.

- ¿Puedes ver, hijo mío?

- Veo.- dijo él – Veo todas las cosas, iluminadas.

- Ves todo lo que está vivo. Lo que vive, la Luz lo ilumina. Alabada sea la Luz. Tu ceguera te ha dotado del poder necesario para vencer, ¿lo sabes?

Ajeno a su discurso, Kurtis se desembarazó de Marcus y avanzó hasta el altar. Maddalena gritó:

- ¡Deténlo! ¡No lo dejes acercarse!

- ¿Para qué? – suspiró Marcus – Ya lo sabéis. Está muerta.

Maddalena sacudió la cabeza indignada. ¿Es que eran idiotas? Corrió tras él pero no llegó a tiempo. Kurtis había posado la mano sobre el altar y la había retirado dando un respingo. La levantó a la altura de su rostro, pero no veía que estaba teñida de sangre. Se frotó los dedos, notando una sustancia pegajosa y fría.

Ella le agarró del brazo.

- Déjalo. Apártate.

- Sangre.

- Sí.

- Su sangre.

La apartó bruscamente y se volcó sobre el altar. Ahora sí, la tocó. Retiró las manos como en un espasmo, y luegó empezó a palpar, frenéticamente, el cuerpo que tantas veces había amado, reconociendo el rostro, el cabello, los labios de Lara, sus pechos... el vientre abierto...

Maddalena soltó un gemido y hundió la cabeza en el hombro de Kurtis, seguro que aquello acabaría con la poca cordura que le quedaba a él. Sin embargo, tuvo que soltarse, sobresaltada, porque de pronto la piel de Kurtis se volvió caliente, muy caliente, hasta que el calor que emanaba se volvió insoportable y retrocedió, apartándose y vislumbrado una aura anaranjada en torno a su cuerpo.

"¿Qué?"

A pocos metros, había aparecido la resplandeciente figura de Betsabé. Así como el aura de Kurtis era anaranjada e incandescente, la suya era azulada, glacial, como un viento frío del Norte. Se acercó lentamente a él.

Tomb Raider: El Cetro de LilithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora