Un paso hacia adelante, dos hacía atrás.

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Sujeto la cámara entre mis manos, miro por el paisaje del viejo tren. Las ventanas chirrían por el movimiento del vagón. El paisaje se vuelve seco y sin vegetación, veo los escasos matorrales y la poca sombra que causan. Abro la ventanilla ya que el tren no tiene aire acondicionado, empieza a hacer bastante calor. El viento me golpea la trenza y mis hombros descubiertos por la camiseta de tirantes. Respiro hondo y levanto un poco la cámara que esta colgando de mi cuello y posada en mis manos. La miro y la enciendo. Es como una quinta extremidad, otra parte de mí. Sigo mirando por la ventanilla, mirando como los pocos pájaros que aguantan el clima de esta zona de África revolotean por el cielo azul. Bebo agua de una botella de mi mochila y me mojo los labios, siempre he aguantado bien el calor pero aquí hace demasiado. Un niño pequeño se sienta frente a mí, es de piel oscura, se vuelve para atrás y me mira, señala mi cámara. Yo la enciendo y disparo, haciéndole una foto y enseñándola, el niño sonríe y toca la pantalla con sus pequeñas y sucias manos. Se mueve de su asiento y se sienta a mi lado. Me toquetea la trenza y yo le sonrió. Ve mi botella de agua en la mochila y la señala, como si una súplica recorriera su cara en un segundo, un segundo lleno de desesperación. Le doy un poco y él me abraza agradecido, esboza una pequeña sonrisa en sus labios que hace que todo cobre un color distinto, un color al que ni yo misma se ponerle nombre. 

-¿Cómo te llamas pequeño?- le pregunto después de un largo rato. Él no contesta, mueve la boca pero no emite sonido alguno, se frota la garganta. Supongo que le dolerá y no querrá forzar la voz para hablar. Me hace señas pero no las entiendo. Agita sus brazos y me llama con él. 

Él sale corriendo de mi lado, le grito, pero no para, cojo mi mochila y salgo corriendo detrás de él. El largo tren no se acaba nunca y nosotros corremos de vagon en vagon detrás del niño que acabo de conocer. Los escasos pasajeros del tren me miran, soy bastante blanca, mis ojos son azules y soy rubia. No encajo nada allí pero desde pequeña me puse un propósito, ayudar a los más pobres y fotografiar el mundo. Sigo corriendo aunque sin saber bien a donde ir. El tren se acaba y el pequeño esta mirando como las vías se van, como dejamos atrás el camino, abre la puerta y salta. Un grito ahogado aparece de mi garganta y veo como cae y rueda pero se vuelve a levantar. Me hace una seña para que yo lo haga también. Niego, pero el corre al lado del tren esperándome. Abrazo fuerte la cámara para que no se rompa, cierro muy fuerte los ojos y aprieto los dientes. Mis pies se levantan de la estropeada madera y al segundo caen en el suelo duro. El niño me mira, y me coge la mano. Andamos, el sudor cae por su frente, saco un pañuelo y se lo limpio. Lo cojo a cóscatelas y andamos por el desierto suelo. A lo lejos se ve unas pequeñas casas.

 

Un paso hacia adelante, dos hacía atrás. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora