Sonata de una vida en Re m

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Vita cantus est. No tenía más de siete años cuando la escucho por primera vez, allá por las playas de Cádiz. Estaba solo. No sabía de donde venía. Corta, lenta, sutil. Ante todo bella, más que cualquier otra.

Pasaron algunos años, y seguía obsesionado con esa melodía. Comenzó a estudiar música. Quería comprender por qué aquella canción tenía tal efecto en él.

No fue hasta diez años después cuando volvió a escuchar esa voz, esta vez mientras caminaba por los jardines de su casa. La misma melodía, salvo que esta vez era algo más larga. El fragmento estaba lleno de cambios de intensidad y carácter, distinto al principio. Intentó buscar de donde venía la voz, pero al seguirla esta cesó.

Creció y a los veintidós años terminó sus estudios de piano, y durante este tiempo nunca se olvidó de la canción. Ese mismo año la escuchó de nuevo. Era la misma, una voz de soprano. De nuevo, al terminar el fragmento de melodía que conocía esta continuó, pero esta vez más poética, llena de rubatos y vibratos que la hacía más cantabile. Y la voz cantó: "Ars longa, vita brevis".

Tiempo después se casó y tuvo una hija, a la que llamó Calíope, por la musa conocida como "la de la bella voz", a la que cantó innumerables veces ese corto fragmento, con la curiosidad de saber cómo continuaba. Y así fue, el día de su cincuenta cumpleaños, a poco más de las siete de la mañana, esa voz le despertó. Más tenue, pero siempre bella e intacta. Recordaba cada nota y la canturreaba saboreando compás por compás.

Y continuó con un nuevo fragmento, esta vez a un ritmo más adagio y menos marcado. Cantó: "Nosce te ipsum".

Dedicó sus últimos años a componer. Escribía pequeñas piezas, inspiradas en aquella melodía que no salía de su cabeza. Pentagramas cuyo fin era mostrar esa sensación indescriptible que le transmitió aquella voz, cual hipnótico canto de sirena.

Sufrió una grave enfermedad, y permaneció en la cama sus últimos días.

En su lecho de muerte, al final de su vida, volvió a escuchar la canción, clara y fuerte como nunca, y más bella.

Sin poder respirar, cojeando y sin fuerzas se levantó de la cama y siguió la voz, llegando hasta el final del camino que salía de su casa. Cada vez más intensa, y allí estaba ella.

Gritó: "¿Quién eres?"

Ante la mirada del anciano hombre se quitó la capucha y descubrió el rostro de una mujer que dijo: "¿No sabes quien soy? Soy la muerte. Siempre he estado allí, desde el principio, anunciando lo inevitable con esta bella canción que ha sido tu vida. Eras tú el que buscaba y saboreaba cada segundo de la canción. Eras tú el que aguardaba expectante hasta el último momento. Pues una obra no termina hasta que el sonido del último violín despega el arco de la cuerda y hace de ese momento algo tan bello como cualquier anterior. Acta Fabula est.

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⏰ Última actualización: Aug 26, 2013 ⏰

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