Limbo

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Iba a ser una mañana normal: me desperté cuando sonó la alarma, desayuné y me vestí como de costumbre y me encaminé al instituto. Parecía un día más de la rutina, de esos en los que te pasas las horas contando los días que quedaban para las vacaciones. Sin embargo, había algo que me transmitía inseguridad.
Las primeras horas de clase transcurrieron tan pesadas como siempre. Casi me creo que la sensación de inseguridad era infundada. Los profesores explicaban su tema con la más que acostumbrada letanía, y solo elevaban la voz para regañar a aquellos que cuchicheaban en coz más o menos alta.
En el primero de los dos recreos, me escabullí hasta la enorme y polvorienta biblioteca. Más concretamente a la sección de mitología y cultura popular, que se encontraba al fondo de un pasillo siempre en penumbra. Por aquel lugar no pasaba ni un alma y se respiraba tranquilidad; al menos para mí. Seguramente la mayoría habría dicho que era un lugar tenebroso.
Pasé la mano por los lomos de los libros, examinando los títulos en busca de alguno que me resultara atractivo. Me detuve a la altura de un grueso volumen, de aspecto antiguo y desgastado. Lo extraje con una mano y no sin esfuerzo de entre los demás. Pesaba mucho. Las cubiertas estaban cubiertas de cuero que seguramente habría sido de color chocolate, pero que ahora lucía ceniciento. En el centro tenía engastada una piedra en forma de lágrima, de color indefinido.
Abrí el libro y hojeé sus páginas amarillentas, de las que salió una nube de polvo. Estornudé sonoramente al tiempo que alguien hacía "¡shh!" detrás de la estantería a mi espalda.
Ignoré el siseo y me concentré en el libro, que había abierto por una página al azar.
El libro hablaba de sucesos paranormales: los clasificaba, describía e incluso incluía anécdotas, imágenes y fechas. Debía ser muy antiguo pues las fechas iban desde 1750 hasta 1900 más o menos.
Cargué con el libro hasta el mostrador para tomarlo prestado. Justo cuando la profesora encargada terminaba de apuntar el préstamo en su ordenador prehistórico, sonó la campana que indicaba el final del recreo.
- Gracias - murmuré y salí de la biblioteca casi corriendo.
Llegué a la clase, intentando recordar qué asignatura tocaba: atención educativa, también conocida como la hora en la que puedes hacer todo lo que quieras (dentro de unos límites, claramente) salvo hacer ruido.
Me senté en una esquina, con las piernas cruzadas sobre la silla y saqué un libro y un cubo de Rubik a medio hacer. Llevaba un rato concentrada, alternando entre ambos, cuando alguien me preguntó:
- ¿Qué hora es? - absorta en el cubo, casi no le oigo - Cat, Catriona ¡Estás en las nubes!
- Perdona - Me disculpé - ¿Qué decías?
- Te estaba preguntando la hora.
- Ah, sí - Me remangué dejando a la vista el reloj de pulsera -
¡Ugh! Se ha parado. Marca las once y cinco pero estoy convencida de que ha pasado más tiempo.
- Gracias de todas formas.
Volví al cubo de Rubik, pensando que la clase se estaba haciendo infinita de verdad. Alguien se levantó y abrió una de las persianas.
- ¡Se ha hecho de noche! - exclamó atónito. Era Jake, un chico con el que casi nunca hablaba - ¡Venid a verlo!
Los siete u ocho alumnos que éramos nos aproximamos en tropel. El profesor vino también, más despacio. Lo que había tras la ventana era Nada.
Una Nada imposible de describir: algo así como una densa negrura que no dejaba ver nada. El aula parecía girar en medio de una espiral violácea.
El profesor dijo:
- Abrid la puerta. Debemos ver qué ha ocurrido. Jake se dirigió hacia la puerta, resuelto. La abrió y casi se cae de bruces a la Nada, pero el profesor lo sujetó por los hombros, justo a tiempo.
- Podríamos tirar un lápiz - propuse - Comprobar si hay suelo ahí y si podemos salir.
- Buena idea, Catriona - sonrió el profesor - ¿Algún valiente que sacrifique uno de sus lápices?
Soltó una risita. Todos nos miramos entre nosotros y luego lo miramos a él, de hito en hito.
Debía creer que había contado un chiste muy gracioso. Finalmente, una de las chicas rompió el hielo y sacó un lapicero de su estuche: el típico de rayas verticales amarillas y negras, con la parte trasera roja, ya algo viejo. Se acercó a la puerta y lo lanzó un par de metros. El lápiz cayó al vacío y se hundió como si una fuerza invisible lo hundiera lentamente en melaza.
El silencio se hizo con el aula.
- No hay salida - sentencié.
El profesor se derrumbó en su silla.
- ¿Y ahora qué hacemos? - preguntó la chica del lápiz.
- Lo que queráis - respondió él, con la voz quebrada.
La mayoría sacó su móvil o se puso a parlotear a voz en grito; otros lloraban. Yo arrimé un pupitre vacío a una pared y puse mi maletín de pintura en él.
Durante ese infinito segundo, pinté un mural sobre la pared, absorta, como si estuviera suspendida en la nada que flotaba alrededor de los muros que nos resguardaban.
En el centro había dibujado, inconscientemente, una gema en forma de lágrima, de color indefinido: la misma que adornaba el libro que había cogido prestado en la biblioteca.
Di un par de pasos hacia atrás, para admirar la obra. Recorrí con la mirada todos y cada uno de los detalles. No había un centímetro cuadrado sin pintar. De pronto vi la gema.
- ¡EL LIBRO! - grité - ¡La respuesta está en el libro!
Saqué el libro, pasando las páginas a toda velocidad. Había dos encabezadas con los nombres "Limbo" y "lapso temporal"
Leí detenidamente las dos secciones. La que más encajaba era la llamada "Limbo"
"Se trata de una situación de completa incomunicación en la que un cuarto o edificio se queda atrapado en un lapso espacio-temporal.
Las señales son: todos los relojes se pararán, el lugar queda suspendido en una espiral negra y violácea..."
Lo lei de arriba abajo, buscando instrucciones para revertirlo. Casi paso por alto el apunte a pie de página:
Para revertir los cambios, pulsar la piedra de la portada hasta regresar a la normalidad.
Posé tres dedos de una mano sobre la piedra e hice presión.
Cerré los ojos.
- Catriona, estás en las nubes ¿Qué hora es?
- Las once y veinte, está a punto de terminar la clase.
Busqué con la mirada el mural que había pintado.
No estaba ahí. Tampoco lo estaba la piedra que adornaba la cubierta del libro.

Esta historia es para @CapitainDarkwood o @nisnis02, por el nombre de Catriona.

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