Ahora se ha convertido en un recuerdo difuso, algo que ha sido claramente distorsionado, y es difícil de explicar el cómo lo sé, solo es algo que sé. Quizás es porque mis acciones no parecían las correspondientes a mis sentimientos, o simplemente es que he sido un gilipollas toda mi vida. Quizás, quizás sea de ese modo. La verdad me atormenta.
Parece un sueño atesorado, que bien pudo haber sido de hace siglos, pero que sigue en mi mente como si fuera ayer apenas cuando le vi por primera vez.
Sus ojos esmeralda que relucían en contraste con la oscura y sucia taberna, su cabello azabache que caía alborotado sobre sus hombros, y esa sonrisa vacía que cruzaba su rostro. Si me enamore, si llegue a amarlo, fue de esa expresión atormentada que tanto me recordaba a mi amado Nicolás. Él sufría, lloraba, era el hombre más humano que encontraría nunca en este mundo.
Bebía, vaya que lo hacía, cual ebrio se hundía en el placer del licor como ninguno, pese a la apariencia casi infantil que poseía, y cuando mis ojos encontraron los suyos, cuando ese instante eléctrico y enternecido me domino ¡ah, que belleza, que sublime! Supe que le quería, le quería irreparablemente, le quería, y le querría por la eternidad, y sin embargo él me miro cínicamente, con una media sonrisa en los labios. Me reto, me reto a acabar con su vida, a terminar con su sufrimiento. Pero ¿Por qué haría yo algo como eso? ¿Qué provecho tendría yo de aquello?
No, mi amor era más bien egoísta, si su mundo se acababa a pedazos, yo quería ser la luz resplandeciente en sus ojos, yo quería darle vida y llenarlo de calor, quería que sonriera de nuevo, que mirará hacia arriba y dejara de hundirse en el vacío, yo quería ser el centro de su mundo entero. Y más aún, le quería, quería retenerlo a mi lado, aunque desde un principio sabía que él me odiaría eternamente.
Vanidad, siempre la vanidad hablando ¿Qué me garantizaba que yo podría devolverle la ilusión la esperanza, el amor? ¿Qué me hacía creer que del mundo entero era yo el indicado para traer de vuelta al bello hombre atormentado, al perfecto mártir, y a lo que luego se convertiría en mi peor verdugo? Nada, nada en lo absoluto, pero era, pero soy, un vanidoso sin remedio, y un idiota engreído.
Así poco a poco le devolví la lucidez, la sobriedad emocional y mental suficiente para poder mirar los resquicios de lo que ese hombre había sido. Durante ese escaso tiempo de gloria que vivimos juntos, vi a un erudito, que se enternecía con los libros, con las dulces palabras, que por momentos lloraba desde su interior, vi lo que en mi faltaba, y al mismo tiempo una fragilidad inimaginable.
Aun ahora no lo entiendo, no lo entiendo ni un momento, pese a recordar claramente su rostro en aquella habitación, la primera vez que le mire llorar por ese motivo, tan tendidamente, y sin retener en su interior el dolor que le consumía, cuando vi las lágrimas sanguinolentas rodando sus sonrosadas, casi humanas, mejillas, empañando sus bellos ojos esmeralda, y esa sonrisa que trataba de retener las lágrimas "¡Me amas! ¿Pero que nunca te cansaras de mentirme?" Había pronunciado, antes de acercarse a mí y tomar mi rostro entre sus manos, besándome, besándome con una fuerza casi atemorizante, mis labios rozaban con fuerza los suyos, su lengua me invadía devastadoramente, y las lágrimas de sus ojos que no paraban de brotar empapaban mi rostro, manchándolo del rojo de su sangre. Apenas podía contener mi acelerado pulso, y apenas podía reaccionar ante sus lágrimas, mientras todo en mí se entregaba a ese beso, mi lengua se frotaba con la suya, el sabor de la saliva corriendo, el sonido de nuestros acelerados e incontenibles movimientos, y el de aquella respiración jadeante entre ambos. Le amaba, le amaba realmente ¿Por qué lo dudaba? ¿Por qué ponía en duda mis sentimientos? En la vida he sentido lo que he sentido por él, pero él siempre lo dudaba. Se separó de mí, apenas unos centímetros de mis labios, como si la sola idea de apartarnos fuera insoportable, y así lo era, entonces escuche las palabras que más me dolerían el resto de mi vida "Follame, como a todas esas putas con las que te encanta revolcarte cada noche... Enséñame que tan liviana es tu bragueta, no quiero tu piedad, miénteme, dime de nuevo esa enorme mentira en ese francés tan hermoso que utilizas, Je t'aime Lestat".