Capítulo 10

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Resulta ser que Radda es una mujer rubia y regordeta, que trabaja en el hospital del Arotágono. La comandante Pilay la llamó para que me lleven a la ''Sala para heridas leves''. Lo que todavía no comprendo, es el por qué me llevan allí si un ojo hinchado puede desinflamarse con hielo. Ahmad y Avur me están llevando a esa sala, con los otros detrás. No sé por qué no se manejan en vehículos. Nos mojamos hasta tener frío, ya que a Radda no se le ocurrió traer un paraguas. Exceptuando el frío, la lluvia me agrada. Es decir, me gusta estar caminando mientras el agua me chorrea por todo el cuerpo.
Mis dos compañeros que se ofrecieron a llevarme resultan inútiles, ya que los aparto para decirles que puedo caminar sola.
—¡No hacía falta que me trajeran aquí! —grito bajo la lluvia, tratando de que me escuchen.
—Lo sé —dice Ahmad con los ojos entornados intentando que no les entre agua—. Pero no me extraña.
—¿Por qué no? —le pregunto, desconcertada.
—Porque es obvio que nos van a tratar así —dice Ahmad—, somos su prioridad en este momento. Ellos nos protegen por un tiempo, hasta que luego llegará nuestro turno para protegerlos a ellos.
Analizo por unos minutos la respuesta de Ahmad. Por una parte, creo que tiene razón. Pero la otra porción me dice que por más que intentemos salvarlos, protegerlos o lo que sea, no nos será tan fácil.
La sala para heridas leves resulta ser una habitación enorme, con muchas camas para los pacientes (de las cuales hay cinco ocupadas) y muebles de medicamentos. Dentro me encuentro con dos enfermeras más, y con algo que me deja helada. ¿Qué hace el señor Darssat aquí? Esta vez no lleva puesto su elegante traje negro, sino que está vestido de manera muy sencilla, con pantalones holgados beige y un saco de lana azul.
Cuando llego a él, que está justo al lado de una cama vacía, me dice:
—Me dijeron que uno de mis alumnos estaba herido y lo primero que hice fue despegarme de la almohada. Pero para ser sincero, pensé que sería algo más grave. —Esboza una sonrisa mostrando sus perfectos dientes blancos.
No tengo idea de por qué nos llama alumnos, pero no digo nada al respecto.
—De todas formas, los dolores más profundos habitan en nuestro interior, y no siempre son causados físicamente.
Me quedo observando al señor Darssat. ¿Qué le pasará por la mente en este momento para haber dicho eso? Pienso en Thaiss, en lo que dijo en la cena del otro día. Su comentario se parece mucho al del señor Darssat...
—Señor Darssat, no hacía falta que viniera a verme —le digo, sentada en la cama mientras una enfermera me sirve agua.
Él mantiene su sonrisa por unos cuantos segundos, hasta que se inclina hacia mí y se acerca a mi oído.
—Sé que dije que no me gusta que me llamen jefe, pero, entre nosotros, llámame Farter —me susurra.
—¿Por qué...? —empiezo, pero Farter se aparta—. No quiero estar aquí.
—Calma, sólo te daremos un remedio para la inflamación —me dice la enfermera. Destapa una botella cuadrada marrón, con una sustancia viscosa y negra. Me sirve en un vaso y me obliga a tomármelo. Cuando mis labios hacen contacto con el líquido, tengo ganas de tirar el vaso al suelo, porque tiene un sabor tan horrible como el que imaginé.
—¡¿Qué es esto?! —grito, después de que la sustancia haya pasado por mi garganta.
—Se llama berra —me explica la enfermera, tranquila—. Es muy útil. Puede desinflamar, curar dolores y heridas, e incluso hemos descubierto que es buena para la piel.
—Qué lástima que tiene un sabor espantoso —espeto, todavía sintiendo el gusto amargo de la berra.
Tomo un vaso entero de agua, y cuando estoy por pedir más, las enormes puertas de la sala se abren de repente, dejando entrar a un hombre vestido de azul oscuro (un traje muy reforzado, la verdad), y muy apurado. No me imagino cuánto le debe pesar esa ropa, si además está empapado. Corre hacia nosotros, haciendo unos ruidos graciosos con las botas mojadas. Se para delante de Farter.
—Señor, el delincuente... ya no está. Lo perdimos, desapareció... de un momento a otro —dice el hombre, agitado.
¿Un delincuente, en el Arotágono?
—Bien. —Farter se pone las manos en los bolsillos del pantalón. El hombre parece desesperado.— Tranquilo, Law. Ya lo encontrarán y lo atraparán.
—Señor... Lo lamento —murmura el hombre, y se cae arrodillado frente a Farter.
—Law, vuelve a casa —le dice Farter. Se agacha, agarra al hombre por la cintura y lo pone de pie—. Ve a estar un rato con tu familia. Ellos son los que más te necesitan.
El hombre llamado Law asiente con la cabeza, le da un abrazo a Farter y se retira, corriendo.
—¡Law! —grita Farter, y el hombre se da vuelta—. Por favor, ¿podrías informarles a tus compañeros que se pueden retirar?
Law vuelve a asentir con la cabeza y cierra las puertas de la sala detrás de él.
—Law es un vigilante nuevo —nos explica Farter, con tranquilidad —. Muy buen hombre, de hecho.
—¿De qué delincuente hablaban? —pregunta Gutten, nerviosa.
Farter se pone serio, pero luego de unos segundos esboza una sonrisa.
—Siempre digo que un curioso debe averiguar las cosas por sí mismo —dice. Se saca las manos de los bolsillos, y una enfermera lo ayuda a ponerse su campera impermeable.
—Pero...
—¡Que tengan una linda tarde! —exclama Farter, saludando con la mano mientras cruza las puertas.
Sin pensarlo, me levanto de la cama y corro hacia él.
—¡Sattia! —me gritan.
Pero, para cuando estoy fuera de la sala, Farter se está yendo en un vehículo negro.
Quería preguntarle lo mismo que Gutten, pero con la certeza de que me iba a responder. Sin embargo, ahora lo dudo. Por lo poco que conozco al señor Darssat, sé que es muy bondadoso y sabio. Pero también es misterioso, y yo no voy a hacerlo cambiar.
El agua chapotea en los huecos de la vereda. Entro a la sala, me limpio los zapatos en una alfombra y vuelvo con mis compañeros.
—¿Qué estabas haciendo? —me preguntan Ahmad y Avur, a la misma vez.
—Oh, nada, sólo quería correr un poco —digo irónicamente —. Chicos, ¿recuerdan que cuando íbamos al gimnasio, esta mañana, un vehículo casi nos atropella?
—Sí —dicen todos, dándome toda su atención.
—Bueno, quiero saber a quién perseguían.
Están confundidos, desconcertados.
—¿Para qué quieres saberlo? —me interroga Avur.
Alzo las cejas, perpleja, ya que creí que era obvio.
—¿No les parece demasiada coincidencia con lo que pasó hace un instante? —les pregunto moviendo las manos, empezando a enfadarme.
—Tienes razón —dice Gutten—. ¡Podría tener algo que ver con el intruso!
—Exacto —dice Thaiss, mirando el suelo—. De hecho, ahora que lo pienso, es como si Farter quisiera ayudarnos. ''Un curioso debe averiguar las cosas por sí mismo''.
—Claro que quiere ayudarnos —dice Avur—. ¿Qué razones tendría para no hacerlo?
—Todas —dice Ahmad de repente —. ¿No han leído el manual que está en nuestra habitación? Ayudarnos está completamente prohibido.
—¿Qué? —digo en tono brusco—. ¿Por qué?
Ahmad frunce el ceño, y suelta un suspiro.
—Porque son las reglas —dice—. ''Nadie puede brindar ayuda a un Integrante de la Unión Internacional del Pentágono. La persona que incumpla las reglas, será encarcelada''.
—¿Quién puso esa regla? —protesta Avur.
—Supongo que cuando todavía no teníamos enemigos, los que ahora son de la otra asociación la presentaron, sabiendo que se separarían del Pentágono —nos explica Ahmad.
—¡Qué ingeniosos! —exclama Gutten con mala gana.
—Demasiado —comenta Thaiss.
Es cierto. Me imagino a unas diez personas deliberando sobre una nueva regla, en donde los integrantes del Pentágono son muy nombrados.
—¿Y por qué Farter no habría intentado eliminar esa regla? —pregunto en voz alta.
—Porque no puede —contesta Ahmad, relamiéndose los labios—. No se permite eliminar una regla. Sólo se la puede sustituir por una de mayor o igual nivel. O sea, si Farter quisiera poder ayudarnos, debería presentar una regla parecida a la que ya está, o que diga que si se la incumple, se pagará con un riesgo mayor. Por ejemplo, la muerte.
—Entonces, prefiere dejar las cosas como están y no empeorarlas —aclara Thaiss.
—No lo sé. ¿Está bien empezar una misión antes de lo acordado? —pregunta Avur, haciendo una mueca.
—No la estaremos comenzando, es como una investigación —dice Gutten.
—Claro que no está bien —murmura Ahmad, en contra de Gutten—. Será mejor que esperemos algunos días.
—¡Por favor, Ahmad! No seas tan estricto —exclama Gutten.
—No, Gutten, yo creo que él tiene razón —dice Avur al lado de Ahmad—. En un par de días ya estaremos haciendo esto... legalmente.
—Para mí no está mal —opino, apoyándome en la cama—. Siempre y cuando seamos precavidos. Pero ¡debemos hacer esto!
—Digo lo mismo —anuncia Thaiss, mirándome.
—Listo, tres contra dos —dice Gutten juntando las manos—. Ahora vamos a buscar a ese delincuente.
—No —la frena Ahmad, con la mano—. Es peligroso. Podrían tomarlo a mal.
—Si quieren quedarse en el edificio tomando un té y mirando la lluvia por la ventana, no los voy a detener —digo con actitud segura—. Pero yo no me voy a quedar sabiendo que puedo hacer algo, algo en lo que apoyarnos cuando comencemos la misión.
—Vayan —dice Avur entornando los ojos—. Yo me quedaré.
—Cobardes —replica Gutten, dándose la vuelta. Thaiss y yo la seguimos.
La actitud de Avur y Ahmad no me parece de cobardía, sino que es como... protección extra, que no hace falta. Pero no digo nada, ya que hemos decidido ir nosotras tres solas, y nadie me detendrá.
—Pero luego no se enojen cuando diga que se los dije —dice Avur a nuestra espalda.
Al atravesar las grandes puertas, me doy cuenta del cambio climático en menos de cinco minutos. Grandes, esponjosos y blancos copos de nieve caen sobre el Arotágono. Aterrizan en mi cabeza, en mi cara, en todo mi cuerpo, y a mi alrededor. Ya hay una fina capa de nieve en los techos, en las calles y sobre los vehículos.
—Y ahora, ¿dónde vamos? —pregunta Thaiss.
La verdad que no tengo idea, pero al parecer Gutten sí la tiene.
—A la calle del gimnasio —dice ella—. Trataremos de seguir los pasos del patrullero. Si iban tan rápido, de seguro han dejado marcas en el asfalto.
—Sí, pero... No creo que se vean —dice Thaiss, señalando la nieve en el suelo.
—No importa. Podemos preguntarle a la gente —propongo, mientras caminamos.
Thaiss, de la nada, sonríe y alza la cabeza hacia el cielo, cerrando los ojos.
—Lo increíble que puede ser la naturaleza... —dice—, y muchas veces no sabemos aprovecharla.
Empieza a latirme el ojo. Camino hacia un auto, paso la mano por el techo lleno de nieve y la dirijo hasta mi rostro, cubriendo todo el ojo con la nieve.
Cuando llegamos a la esquina del gimnasio, veo a Ogel salir por la puerta, con un bolso deportivo en un brazo.
—¡Eh, Ogel! —le grita Gutten, emocionada, mientras trota hacia él.
Él se vuelve hacia nosotras y sonríe ampliamente.
—¿Qué hacen todavía por aquí? —nos pregunta, frunciendo el ceño—. Por Dios, Sattia, ¿qué te ha pasado en el ojo?
—Alguien me pegó demasiado fuerte —digo, mirando de reojo a Gutten.
—Ogel, ¿sabes algo sobre un delincuente? —le pregunta Thaiss.
Él alza las cejas, y se rasca la nuca.
—Eh... sí, bueno, ¿cuál de todos?
—No lo sabemos —contesta Gutten.
—¿Y por qué lo buscan? —nos interroga Ogel, algo confundido.
—Porque... —Justo cuando comienzo a responder, recuerdo lo que nos dijeron Avur y Ahmad.
—Porque creemos que puede ayudarnos a resolver la misión —termina Thaiss, apurada.
Yo no quería decirlo. ¿Y si Ogel nos prohíbe buscar a ese delincuente? Quizá ya está prohibido, como dijo Ahmad, pero como nadie parece muy interesado en vigilarnos...
Ogel se queda en silencio un rato. Pienso que ya está, que tendremos que volver al edificio a tomar té mirando la lluvia.
—Está nevando mucho, y, aunque les cueste creerlo, hay lugares del Arotágono que son peligrosos. ¿Quieren que las ayude en la búsqueda de ese criminal? —nos propone Ogel, para mi gran sorpresa.
—¡Claro!
Cruzamos la calle con Ogel, hasta una camioneta gris estacionada. Él le saca la alarma poniendo la palma de su mano en el vidrio, y la camioneta hace un ruido metálico. Nos indica que subamos. Gutten se queda con el asiento delantero, y Thaiss y yo atrás.
—¿Ya saben por dónde buscar? —nos pregunta, poniendo en marcha el vehículo. Siento algo que se desliza por mi cintura. Miro hacia abajo, y veo cómo el cinturón de seguridad automático se adhiere a mí, tal como a mis otros compañeros.
—Sigue derecho —le indica Gutten. Ogel lo hace, y avanzamos lentamente por entre la resbalosa nieve.
Me doy la vuelta en el asiento, mirando por la ventanilla trasera. Justo antes de que los copos de nieve vuelvan a tapar nuestro rastro, puedo ver marcas de ruedas en el asfalto, tal como dijo Gutten. De repente las marcas ya o están, así que le digo a Ogel que doble a la izquierda, porque a la derecha no hay otra calle.
—¿Qué hay de Ahmad y Avur? —nos pregunta Ogel, mirando la calle.
—No quisieron acompañarnos porque dicen que es peligroso —explico, mientras sigo mirando las marcas de neumáticos.
—Oh, aventura de mujeres —dice Ogel sonriendo—. Me parece perfecto. ¿Sigo derecho?
—Eh... No se ve bien... Creo que dobla a la derecha —le contesto. La nieve se ha mezclado con barro, y ahora las huellas de las ruedas son menos visibles. Ogel detiene el auto.
—Pero no hay calle a la derecha —me informa Ogel—. Salvo que quieras que entre a ese bar, no podremos doblar.
—En el bar no —dice Thaiss impaciente—. Ahí hay una entrada de auto, bastante camuflada.
Tiene razón. Hay un enorme portón gris, rodeado de un bar del mismo color.
—Esa debe ser la entrada para los empleados —dice Ogel.
—Voy a entrar a preguntar —dice Gutten, abriendo la puerta.
—¡No se te ocurra entrar ahí! —exclama Ogel, agarrándola del hombro—. Ese bar es uno de los más peligrosos del Arotágono. Aquí viene gente como Nando, por ejemplo. O mucho peor.
Gutten se queda un momento en silencio, hasta que luego frunce el ceño y se suelta de la mano de Ogel, como si se hubiese enterado de algo.
—¿No les parece demasiada coincidencia? —nos pregunta—. Las huellas del patrullero nos trajeron aquí, a un bar en el que viene gente como Nando.
—¿Estás diciendo que el delincuente es Nando? —le pregunta Thaiss, perpleja.
—Exacto, Thaiss —responde Gutten mirando hacia el bar—. Voy a entrar.
Cierra la puerta del auto y trota hasta el bar. Empuja la puerta de madera, y la pierdo de vista.
—Esta chica está loca —protesta Ogel, sacándose el cinturón y bajando del auto—. ¡Quédense aquí!
Cuando la puerta se cierra, Thaiss y yo nos miramos.
—¿Crees que sería mejor ir allá? —me pregunta Thaiss señalando el bar.
—No lo sé, el auto está en el medio de la calle —contesto. Por suerte no hay mucho tránsito aquí, porque si lo hubiera en este momento, estaríamos en problemas.
—Sí... Además, Ogel nos dijo que nos quedemos.
De pronto, siento el fuerte impulso de tener que entrar a ese bar.
Quizá sea por el simple hecho de que quiero hacer algo, y no quedarme con los brazos cruzados. En realidad siempre he sido así. No me gusta estar inmóvil cuando puedo hacer algo productivo, y mucho menos cuando alguien que conozco también lo hace. En este caso, Gutten es la que me incentiva a ir con ella, aunque no esté aquí.
Debo contenerme. Ogel dijo que nos mantengamos en su auto... Pero la necesidad de entrar ese bar es tan fuerte que no me puedo controlar.
—Thaiss, voy a entrar allí —le informo. Me bajo del auto, mientras ella intenta frenarme, pero sólo consigue venir conmigo.
El ambiente dentro de este bar es muy pesado. Hay un olor putrefacto inaguantable. Esperaba encontrarme con Ogel o con Gutten, pero no veo a ninguno de los dos. El camino está bloqueado por hombres con enormes músculos y espaldas anchas, vestidos con camisetas cortas y largos pantalones, la mayoría. Creo que Thaiss me dice algo, pero es imposible saberlo con todo el estruendo que hay en este lugar.
—¿Qué? —grito, pero al parecer ella tampoco me oye.
—Sattia, será mejor que... —Thaiss deja de hablar por una sola razón. Todos los hombres que antes estaban tan concentrados en sus juegos de cartas, bebiendo su cerveza, o hablando con el de al lado, ahora están con su mirada en nosotras. Continuamos caminando entre ellos, con la cabeza hacia abajo, en busca de Ogel o Gutten.
Me estremezco al escuchar una voz dirigida a nosotras.
—¡Miren a quién tenemos aquí! —dice la voz grave. Sin embargo, seguimos nuestro paso tratando de permanecer tranquilas.
—¿Qué hacen ustedes en este lugar? —dice otra voz, más conocida.
Es como por instinto que levanto la cabeza, y me encuentro cara a cara con Nando. Estoy a punto de empujarlo y seguir mi camino, pero él me pone una mano en el hombro, y me apreta fuerte.
—Suéltame —le escupo, casi gritando.
Nando frunce el ceño y me mira a los ojos.
—Este no es lugar para ustedes —dice relamiéndose los labios.
—Nando, ¿qué estás esperando? —dice un hombre a su espalda.
—Déjala —le dice Thaiss a Nando. Pero él sólo la mira de pies a cabeza—. ¡Déjala!
Lo que sucede a continuación me deja petrificada. Thaiss alza la mano y la descarga contra la mejilla de Nando, haciendo un ruido que se escucha en todo el pestilente bar.
—¡Házselo pagar! —grita un chico joven.
Nando se lleva la mano a la mejilla y mira a Thaiss con expresión asesina. Cuando se gira hacia mí creo que va a hacerme algo, pero sólo me suelta del hombro con un empujón.
—Váyanse —dice en voz baja—. No tienen que estar aquí.
Se da media vuelta y se adentra entre los otros hombres.
—Nando, ¿qué estás haciendo? —le pregunta uno musculoso —. ¡Idiota! Si tú no haces algo, lo haré yo.
El tipo se frota las manos, y todo sucede muy rápido. Quería ponerme una asquerosa mano encima, pero de repente sale volando. Ogel aparece, dejando a Gutten a nuestro lado. Cuando más hombres se nos vienen encima, salimos del bar y mis fosas nasales se alegran de recibir aire puro.
Subimos a la camioneta, todos apurados, y Ogel acelera justo antes de atropellar a un hombre gordo.
—¡¿Qué creen que estaban haciendo?! —nos grita, desesperado —. No vuelvan aquí nunca más.
Se produce un silencio muy incómodo, mientras Ogel conduce hasta un lugar seguro y estaciona la camioneta.
Se da vuelta hacia nosotras.
—¿Al menos pudieron recolectar información? —nos pregunta. Una gota de sudor le cae por la barbilla.
—Nada —dice Gutten encogiéndose de hombros.
—Nosotras sí —dice Thaiss de repente—. Ahí estaba Nando. Le pegué en la cara, e igual nos dejó ir.
—¿Que le pegaste en la cara? —repite Ogel, perplejo—. Creo que no les dije que en ese bar, un sólo golpe puede significar la guerra.
—Pero Nando me perdonó —dice Thaiss, mirando sus manos—. O quizá... sólo lo imaginé.
—No, Thaiss tiene razón. Nando insistía en que nos vayamos —comento.
—Entonces él no puede ser el intruso, ¿cierto?
Gutten ahora mira a Ogel.
Pero yo no sé qué contestar. Puede que Nando sólo sea un poco agresivo, cuando quiere, pero hoy se comportó tan extraño...
—Será mejor que las lleve al edificio —dice Ogel volviendo a poner el auto en marcha—. No le digan a nadie lo que sucedió hoy, ¿de acuerdo?
—No tengo ninguna intención de hacerlo —contesta Gutten.
De pronto vuelvo a fijarme en el clima. La cantidad de nieve en las calles es increíble, ya que ésta no para de caer. Pero ahora también hay un salvaje viento azotando los árboles.

Ya en el edificio, veo a Avur jugando a los videojuegos en nuestra habitación, y a Ahmad sentado en el sillón mirándolo. Sin embargo parece no tener su atención en el videojuego, como si estuviera pensando en otra cosa.
—Volvimos —dice Gutten.
Ahmad se levanta y camina hacia nosotras, mientras Avur sigue concentrado.
—¿Qué tal les fue? —nos pregunta Ahmad.
Thaiss, Gutten y yo intercambiamos miradas nerviosas, y empiezo a contarle a Ahmad todo lo sucedido en esta última hora.

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