XIX

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Después de esperar, lo que le pareció una vida a Samuel, por fin comenzó a oír movimiento.

Dos personas se hicieron visibles al final del pasillo, dejando ver tres, a medida se acercaban.

De Luque se levantó del suelo, donde había hecho la espera y se acercó a los barrotes de su celda, esta vez sin tocarlos.

Pudo visualizar a Guillermo entre dos hombres de azul, lo cual lo hizo sentir maravillosamente relajado.

El joven se movía con una ligera dificultad, que podías notar si lo observabas muy detenidamente. Samuel lo notaba sin fijarse demasiado, ya se había acostumbrado al verlo cada día intentando andar en aquella habitación. Las tres figuras, ahora perfectamente claras, se detuvieron frente a la celda del que había estado parcialmente desaparecido por aquella zona, para abrirla.

Lo introdujeron en su interior y se marcharon de allí.

Por un momento, Díaz había dirigido la vista al castaño antes de entrar. No quería haberlo hecho. Estuvo imaginándose miles y miles de veces ese momento y sabía cómo quería actuar al llegar, pero no pudo evitarlo. La celda de este estaba justo enfrente y era muy difícil no mirar, más incluso al notar que estaba allí esperándolo. Observándolo.

Con suerte, no volvería a verlo hasta la noche en el comedor, o tal vez pudiera ingeniárselas para que lo dejarán allí dentro. Pero para eso tenía que meterse en líos. O hacerse daño...

Ya, ¿y cuánto duraría eso? ¿Vas a hacerte daño siempre que estés a punto de encontrarte con él? No puedes evitar lo inevitable, se decía a sí mismo. 

Y sabía que no tenía salida en cuanto a Samuel.

Tenía miedo de escuchar su voz en cualquier momento, pero eso no sucedió, lo que le resultó muy raro. Raro hasta el punto de ese sentimiento dentro de él se estaba volviendo desagradable.

Había estado imaginando tantas veces aquello, preparándose mentalmente para las duras palabras del inglés y su amigo, que llegaba a sentirse decepcionado de no recibir nada por parte de ellos.

¿Acaso no era mejor así? Sí, supongo. Pero no se conformaba con esa respuesta que se había dado. Supongo...

Todos los días en los que Guillermo había tenido que aguantar al castaño, lo miraba con odio, asco, también terror, pero no era eso lo que importaba. Lo único importante es que había estado guardando esas inmensas ganas de golpearlo hasta matarlo. Y eso que se dijo a sí mismo que no volvería a arrebatar otra vida, pero Samuel lo merecía. O era eso lo que lo hacía sentir mejor a la hora de imaginarse asesinándolo.

Samuel De Luque, Ahora también sabía su apellido. Se lo había mencionado, una vez, la enfermera con la que tan bien había congeniado. Por lo visto, su peor enemigo, había fingido varias veces estar enfermo, para luego comenzar a pelearse con todo el que pillaba. Gracias al cielo, a ella nunca la tocó. El joven pensó mucho sobre eso. Lo veía extraño. No es que él fuera, precisamente, alguien que trate a alguien de manera especial, a no ser que ese especial, sea malo.

Guillermo llegó a creer que quizás a ella nunca sería capaz de hacerle daño, a pesar de que una vez le dijo que no le importaría acabar con ella. En ese entonces no sabía esas cosas que ahora recordaría en todo momento.

Quizás Samuel tenga un sentimiento especial por ella...

O quizás sólo fuera un pensamiento tonto. Un pensamiento más. Posiblemente nunca lo sabría.

Lo que sí sabía es que a De Luque no se le permitía ir a la enfermería. En caso de que pasara algo, sería ella quién tendría que ir hasta su celda.

A partir de eso, imaginó ser ella. Tener que tratar diariamente a prisioneros enfermos o mal heridos. Corría mucho riesgo, pero parecía que le iba bien. Y esperaba que así fuera siempre. Se veía una buena chica, además... Ella le recordaba a Lidia. A su Lidia.

No era un parecido físico, más bien por su forma de ser y de expresarse.

Estar a su lado lo hacía sentir incómodo. Por una parte se sentía un ser despreciable, y por otra, pensaba que tenía una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. Aunque, evidentemente, ella no era Lidia. Nadie podía devolverla a la vida.

Tragó con fuerza, haciéndose daño en la garganta. Tenía la costumbre de hacer eso para volver a la realidad. Demasiadas imágenes perturbadoras se le pasaban por la mente al joven, y aunque deseaba que no le pasara aquello, tampoco podía hacer nada para detenerlo...

Empezó a respirar con regularidad, intentando recuperar la calma. Cuando visualizó su alrededor se dio cuenta de dónde estaba sentado.

Se encontraba sobre el suelo, con las piernas flexionadas, las manos sobre sus rodillas y de cara a la celda de Samuel, donde no sólo podía ver algo en su interior, sino donde este se hallaba de pie, tras los barrotes, mirando en su dirección.

¿Lo estaba mirando a él? ¿O tenía la mirada pedida en cualquier punto del pasillo?

Entonces le sonrió y no hizo falta ninguna respuesta.

Su corazón se había anticipado nada más verlo, pero ahora que sabía que lo miraba a él, se le había formado un nudo en el pecho.

Se levantó de golpe, impulsándose en el suelo con la mano derecha y salió corriendo a cualquier otra parte del estrecho cubículo, donde él no alcanzada a verlo. Pudo imaginarlo sonreír de nuevo, y sintió unas inmensas ganas de vomitar. Seguro que terminaría haciéndolo a lo largo del día...

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora