Salí de la cocina. Acabe con mi tortilla y un vaso de leche, y me recosté sobre el antiguo sofá de mi padre. Había perdido la noción del tiempo. Estaba preocupado. Aparte de mis frustrantes deberes de abogado, me sentía alejado con la sociedad. Sentía que a nadie le importaba, y mi actitud con las demás personas era casi siempre igual. Acabé divorciándome y quedé solo, sin mi antigua esposa y mis hijos. La verdad es que mi vida no pintaba nada bien. Estaba tan profundizado con mis problemas de abogado que incluso ahora todo parecía una rutina. A excepción de hoy: posiblemente me confirmarían el fin de mi sufrimiento
La noche anterior no había podido conciliar el sueño. Me dolía la cabeza, el cuerpo me temblaba y las gotas de sudor recorrían cada facción de mi cuerpo, incluso donde no pensaba que lo haría. Salí de la habitación y fui a la cocina en busca de un té. Había leído por ahí que esa era una buena manera para poder conciliar el sueño rápidamente y si por alguna razón no funcionaba tendría que resolver problemas matemáticos el resto de la noche. Además hacía un frio tremendo. No entendía las razones por las cuales estaba sudando. Sin duda el del problema no era el clima, sino yo.
Subí la escalera, tembloroso, luego de haber tomado mi té y caí sobre la cama rendido.
Las voces resonaban sobre mi cabeza, me tocaban, las podía ver y me asustaban. Una extraña mujer me decía cosas en otro dialecto y un tono que no reconocí. Sólo me indicaba que mesclara 2 sustancias y accionara un interruptor. Era casi idéntica a una bruja.
Luego de mesclar las 2 sustancias jalé el interruptor y de pronto, como si me lanzaran desde un barranco, desperté.
Todavía, meditando sobre el sofá, una tenue luz se infiltro sobre la ventana invadiendo la habitación con colores ligeramente azulados. La luz del alba.
Salí de mi trance al instante y poco a poco fui incorporándome instintivamente. Sentía algo que hace mucho tiempo había olvidado. Felicidad. Me encamine hacia la puerta de entrada y salí a la intemperie. El viento frio me hizo tiritar al instante pero decidí seguir con mi camino. Entonces un sonido me detuvo. El teléfono estaba sonando.
Regrese y descolgué el teléfono con la mano temblorosa.
—Sí, diga.
— ¿Señor Romero?
—Él habla.
—Ohh, bien, soy el doctor Austin, del centro médico de...
—Sáltese ese rollo y valla al grano— Lo interrumpí
—Está bien... —Se detuvo un momento. Al otro lado podía escuchar el hojeo de lo que seguramente era mi resultado. — Pues bien señor, me temo que sus resultados son... Positivos.
Sentía que me faltaba aire. De pronto mis esperanzas se destruyeron. Me habían rotó el alma.
— ¿Señor?— Escuché — Esto puede controlarse con un tratamiento adecuado.
No hablé y colgué el teléfono.
Nuevamente salí. Me alejé lo suficiente como para aclarar mis ideas y por fin supe que hacer.
Decidí que me alejaría del hospital y de cualquier cosa que me recordara a mi enfermedad. Aunque ésta la llevara dentro de mí. Dejaría que mi enfermedad me consumiera poco a poco y cuando finalmente fuese la hora de partir sería feliz, porque a partir de ese día viviría, literalmente, cada momento como si fuese el último
Epílogo
El doctor Austin volvió a llamar millones de veces un mes después. Al parecer habían cortado la línea telefónica. Él tenía algo importantísimo que decirle al paciente. Como todo ser humano cometemos errores, pero esta vez el doctor le hizo un favor. El verdadero resultado del paciente era negativo.
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