Mi querida princesa de las Tinieblas

130 2 3
                                    

El invierno abrazó la ciudad sin intención de soltarlo, aunque yo hacía demasiado tiempo que mi piel era mas fría que la cálida nieve que caía poco a poco del cielo. Permanecía sola en aquella vieja e oxidada ventana, como de costumbre mirando el firmamento cubierto por la noche.  Ningún alma se oía en las frías y lúgubres calles de aquel lugar, la brisa me susurraba al oído a no ser que el silencio se rompiera por el bramido de algún felino.

Llevaba tiempo residiendo en una mansión en ruinas que no había sido restaurada por los supersticiosos que decían que estaba maldita y estaban en lo cierto. Era el mejor sitio para comer y con mi facilidad para desaparecer de la escena jamás había sido descubierta, ellos necesitan respirar y yo… anhelaba comer cada noche.  

En aquel instante, la calidez me abrazó por la espalda y unas manos me rodearon la cintura.

-No debes estar aquí.

 Le dije a Diego mientras daba un salto hacia atrás y me ponía a su lado, mirándole con mis ojos de color coral. Su sonrisa se esbozó al momento que ambas miradas fueron cruzadas, tenía una magia sobre mi demasiado fuerte, tan fuerte que me volvía vulnerable y  frágil como si fuera de cristal.

-Te he echado de menos Raquel.

Acto seguido, tomó mi pálido y frío rostro con ambas manos, besándome. Un acto tan cálido que me hacía olvidar absolutamente todo y sin decir nada le respondí el contacto físico profanando su boca hasta poco a poco ir acercándonos más, fundiendo por completo mi frialdad.

Me besó el cuello a medida que nos deshacíamos de las prendas que nos alejaban de dicha pasión, quería que fuera mío como lo había sido des de la primera vez que le vi en aquel callejón, humilde y caballeroso.

Y así, poco a poco lo manchaba de sangre y le vestía con piel de cordero. Pero es lo que más deseaba en este mundo,  que me hiciera sentir de tal forma cada una de aquellas eternas y solas noches, que me hiciera sentir la dama que fui hará cientos de años y que me apartase de mi caníbal naturaleza. Le amaba, tanto que si me lo pidiera terminaría mi existencia exponiéndome al sol o clavándome una estaca en este corazón que volvía a latir.

Sus caricias, besos… Alocaban mi ser. No podía estar un solo momento sin entrelazar mis dedos en su negra cabellera aferrándome como si de mi bien más preciado se tratase, mi querido y humano compañero…

No tardamos en formar un mismo ser, que hacía que me moviera como cual boa en el desierto, ondeando mi fogoso y desnudo cuerpo al ritmo de nuestros gemidos hasta caer rendida en su torso y poco a poco fundirme en él, hasta desaparecer.  Y así fue como nos despedimos, haciendo el amor, la vida y la muerte a la vez.

Tomé mi abrigo azabache y salí por la puerta con una lágrima en los ojos, descendiendo por las calles hasta llegar al puerto, así subiendo al próximo barco sin un destino marcado y seguir mi rutina de viajar sin rumbo. Toqué mi pecho y abracé el medallón bañado en oro que me dio mi amado en una de sus cartas, cual recuerdo a la perfección:

Mi querida princesa de las Tinieblas.

Son tantas noches sin poder oler tu esencia, sin poder sentir tu presencia.

A pesar de tu naturaleza eres y siempre serás la dama más hermosa de esta tierra, tus ojos me cuentan  tus hazañas y deseos más profundos.  Me hipnotizan y cautivan como cual marinero que cruza los mares rojos, siguiendo los cantos de una hermosa dama.

Espero regresar pronto,  necesito de ti para seguir sobreviviendo, amada mía solo tómame y hazme tuyo, te lo ruega este navegante errante. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 28, 2013 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mi querida princesa de las TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora