Capítulo 9

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No sabía lo que estaba pasando. Hacía unos segundos lo único que quería era seguir charlando con ella, y ahora la estaba besando como nunca había besado a nadie. Seguían allí, arrodillados en el suelo, delante de la habitación de Mica; él le tomaba la cara con las manos y había enredado los dedos en su pelo. Ella tenía los brazos alrededor del cuello de Gonzalo, primero para no caerse y luego para evitar que se apartara. El beso había empezado de repente; él había cubierto los labios de Micaela con los suyos con la intención de que dejara de mordérselos. Ese gesto le había hecho perder los papeles. Pero en el mismo instante en que ella reaccionó y le acarició la lengua con la suya, todo su cuerpo había empezado a arder. No podía dejar de besarla, y siguió haciéndolo para asegurarse de que ella lo entendiera.

Micaela nunca había reaccionado así; su mente no paraba de repetirle que si aquello era un beso, nunca antes la habían besado. Los labios de Gonzalo eran fuertes e infinitamente tiernos a la vez. La besaba con pasión, pero también con dulzura, y el modo en que la sujetaba por el pelo, como si tuviera miedo de que se apartara, le hizo sentir algo que no esperaba: emoción. Gonzalo se separó un instante, la miró a los ojos unos segundos, luego volvió a inclinar la cabeza. Micaela no supo qué vio en ella, pero fuera lo que fuese, logró que volviera a besarla. Ese segundo beso era más tranquilo que el anterior, pero no por ello menos intenso.

Gonzalo parecía querer aprenderse de memoria la forma de sus labios, de su lengua... El ruido de una puerta abriéndose rompió el hechizo. De una habitación cercana salió una camarera empujando un carrito lleno de bandejas.

Ellos se miraron. Cuando Micaela vio lo que transmitían los ojos de Gonzalo, agachó la cabeza y empezó a recoger sus cosas. No estaba preparada para aquello, todavía no, y tal vez jamás lo estaría. Él era demasiado intenso, y ella estaba empezando a vivir su vida tal como siempre había querido. En su lista, la que aún llevaba como guía, el amor tenía un lugar muy importante, pero era imposible que fuera eso lo que él le estaba ofreciendo. Así que lo mejor sería poner fin a aquella situación en aquel mismo instante. Iba a hablar, pero él se adelantó:

-No sé qué me ha pasado. -Gonzalo ya estaba de pie, y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse-. No volverá a suceder.

A Micaela se le cayó el alma a los pies. Una cosa era que ella no quisiera que tuvieran una relación, pero que él la descartara con tanta facilidad le dolió.

-No te preocupes. -ella aceptó su ayuda y, ya de pie, vio que Gonzalo le mostraba una tarjeta. La llave-. Gracias -respondió tomándola.

Él se apartó un poco y esperó a que ella abriera la puerta.

-Voy a acostarme. Mañana será un día difícil en Biotex -le dijo, como si el beso no hubiera existido y sin acabar de formular la invitación para cenar que había tenido intención de hacer minutos antes.

-Ya, yo también estaré muy ocupada. Aún me faltan por visitar muchas cosas. -Vio que él se volvía y abría la puerta. Micaela era incapaz de entender nada, y optó por imitar la actitud de Gonzalo-. Buenas noches.

-Buenas noches.

Ambos se encerraron en la seguridad de sus solitarias habitaciones.

Gonzalo se fue al baño y se refrescó la cara. Las manos no dejaban de temblarle, y acabó con la camisa completamente empapada. Dios, ¿aquello había sido un beso? ¿Esa sensación de que su piel no podía contenerlo era sólo culpa de un beso? Una de dos, o hacía demasiado tiempo que no estaba con una mujer, cosa que era cierta, o sus hermanas tenían razón y el amor a primera vista existía. Bueno, eso tal vez sería exagerar, pero Gonzalo era lo bastante listo y tenía la suficiente experiencia como para saber que lo que acababa de pasar en aquel pasillo no sucedía cada día. Y por eso se había ido. Seguro que Micaela pensaba que estaba loco, pero cuando se dio cuenta de lo que estaba sintiendo, no supo cómo reaccionar y decidió que lo mejor sería alejarse de ella. Un hombre capaz de decirle a todo un comité directivo que su plan era ridículo había salido huyendo de una rubia con ojos de hada. Peor aún, no podía dejar de temblar, y tras salir del baño se sentó en la cama con la cabeza agachada para ver si así lograba recuperar el aliento. Imágenes de Micaela devolviéndole el beso se repetían en su mente y, para intentar alejarlas, se frotó los ojos con las manos. Mala idea. A pesar del agua, seguían manteniendo el olor de su pelo y ahora esas imágenes iban acompañadas de un aroma. Perfecto, a ese paso jamás lograría calmarse. Optó por desnudarse, ponerse una camiseta y acostarse.

En la oscuridad de su habitación, llegó a la conclusión de que lo mejor sería analizar aquel beso del mismo modo que analizaba las cosas en su trabajo: buscando las ventajas y los inconvenientes. Como ventaja, además de la evidente y exagerada atracción física que sentía hacía Mica, estaba que le encantaba charlar con ella, le parecía una chica fascinante y lo volvía loco que no dudara en llevarle la contraria. Al centrarse en la columna de los inconvenientes, Gonzalo se dio cuenta de que no tenía ninguno, pero entonces recordó lo que ella le había dicho el otro día sobre que él no era su tipo, y supo que eso iba a ser un problema. Bueno, Gozalo no se había ganado su reputación por ser mal estratega, y hacía mucho tiempo que no se sentía tan atraído por una mujer... ni tan desconcertado.

Una parte de él tenía miedo, no podía decirse que eso de las relaciones de pareja se le diera demasiado bien, pero otra sabía que tenía que arriesgarse, que besos como aquél no suceden a menudo, y que sería un error no averiguar si entre ellos podía existir algo más. Y a Gonzalo no le gustaba cometer errores.

Micaela estaba igual de alterada que Gonzalo, pero a diferencia de él, también estaba enfadada. ¿Qué había pasado con toda esa teoría de que quería estar sola? ¿Por qué le molestaba tanto que él se hubiera ido sin más? ¿Y por qué nunca antes había sentido nada parecido al besar a un hombre? Se puso el pijama y, en un impulso, buscó la lista. Se sentó en la cama y se quedó mirándola largo rato. Tal vez aún no estuviera dispuesta a luchar por conseguir el «amor», pero no tenía ninguna duda de que el beso de Gonzalo encajaba a la perfección en el apartado de «locuras». ¿Y si se arriesgaba? Era evidente que entre los dos había mucha química, y seguro que él no quería una relación formal. Mica sabía cómo pensaba alguien tan ocupado y centrado en el trabajo: sólo quería pasárselo bien y huía de los sentimientos. Estaba convencida de que Gonzalo era de ésos y ello lo convertía en el hombre ideal para llevar a cabo el último punto de su lista. Sólo esperaba no equivocarse.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora