Capítulo 28. Había pasado

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28.

Lloro. Sigo llorando, no he podido dejar de hacerlo. Llorar es todo lo que soy capaz de hacer.

Siento la cabeza adormecida, los ojos ardiendo y el nudo en mi garganta sólido, estancado allí e impidiéndome respirar correctamente. Pero no puedo dejar de llorar. Lo intento, tomando inspiraciones profundas, sosteniéndome de la puerta metálica para detener los espasmos, pero es inútil. La frustración me invade de a poco, y la desesperación lo empeora todo.

Sé que debo dejar de llorar. Sé que no puedo irme a casa si no quiero que me expulsen. Pero quiero que me expulsen. Quiero que todo sea un sueño. Quiero despertar.

Me he dicho una y otra vez que esto no es real, que pronto Leah vendrá a buscarme y a insultarme por haberla dejado sola toda la mañana, que al ir a la cafetería nos encontraremos con Ginna, que ella me mirará mal y yo también, que Logan me saludará desde lejos, y que me taparé los oídos por escuchar a Leah hablando de Carlos con sus amigas.

Pero también me he dicho que soy una estúpida, que me merezco todo lo que me está pasando y que obviamente nada de lo que he imaginado pasará. Porque Leah no vendrá a buscarme, no iremos a la cafetería juntas, ni la escucharé hablando de Carlos. Porque ha besado a Logan y él la ha besado a ella. Porque mi prima está del lado de Chelsea... Porque Ginna me mirará con satisfacción y yo caeré frente a ella.

¿Cómo es posible? No puede ser verdad, no pude haber visto aquello. No es verdad, no es verdad. Carlos no pudo haber estado besando a Ginna. Carlos no haría algo así, él no cometería el mismo error dos veces. ¿O sí? No, claro que no.

Respiro profundo y al fin hace efecto. Por eso, después de unos minutos, salgo del cubículo, me miro en el espejo del baño de chicas y trato de borrar cualquier vestigio de llanto en mi rostro. No lo logro por completo, pero dejo de sentir que me quebraré de nuevo en cualquier momento.

Me dirijo a la cuarta clase del día, mezclándome entre el tumulto de estudiantes que caminan en los pasillos cuando suena el cambio de hora. Lo mismo hago en el siguiente timbre, y en el siguiente a ese. Paso desapercibida, en clases y en los pasillos, pero no puedo arriesgarme en el receso, y por eso pienso aprovecharlo para ponerme al corriente en todos los cursos en los que me he atrasado una semana, escogiendo la mesa más alejada de la puerta en la biblioteca. Pero trago en seco, y antes de pensarlo más de la cuenta, me encamino a la cafetería.

Me convenzo de que nadie me notará, de que solo compraré agua y que estaré de vuelta en la biblioteca antes de que lo sospeche, o alguien sospeche de mí.

Al llegar hago una pequeña fila junto a los estudiantes de años menores al mío, probando mi invisibilidad, porque nadie voltea a verme, todos están inmersos en sus conversaciones. La única que me nota es la señora detrás del mostrador, saludándome con un asentimiento que yo correspondo apenas.

Y me dispongo a salir de allí con lo que necesitaba, sin mirar en dirección a las mesas ocupadas, cuando sucede.

—¡Maldito cabrón hijo de puta! —escupe, mientras la bandeja sigue rebotando en el suelo.

La cafetería entera se queda en silencio, todos observando la escena y yo quedándome petrificada en mi lugar.

Él se para al mismo tiempo que lo hace el pedazo de plástico, deshaciéndose del menú de hoy embarrado en su ropa y mirando fijamente al chico de primer año que está arrepentido, que no lo ha hecho apropósito y que no deja de disculparse con voz temblorosa.

Pero él parece no escucharlo, porque toma al chico del cuello y lo estampa contra el suelo, pegando su cara al desastre de allí.

—¡Come, pedazo de mierda! ¡Come! —grita y primero es uno, luego otros más, y al final casi todos los que lo apoyan.

Gritan después de él, al unísono.

"Come, come, come." Y el chico lo hace.

Los obedece. Lo obedece y él lo suelta cuando empieza a vomitar. Entonces levanta la mirada, triunfante. Todos ríen, señalando al chico a sus pies.

Estoy dispuesta a irme, sintiendo mi estómago revolverse, cuando el azul reconoce al café aterrorizado en mis ojos. Y algo cambia en su mirada en ese instante. Pero no me quedo a averiguar qué, porque ahora todos hacen lo que él hace.

Y Logan está viéndome. Y yo corro.

Llego a la biblioteca, agitada y sintiendo que mi cabeza va a explotar. La bibliotecaria me regaña, pero al instante llega a mi lado, haciéndome sentarme en una de las sillas. Y no entiendo por qué, sino hasta que noto puntos oscilando a su alrededor, y como poco a poco todo pierde enfoque, mientras escucho como ella me pide desesperada que respire.


Abro los ojos, asustada por los chillidos de quien está sosteniéndome por las mejillas. Intento apartarme para llevarme las manos a los oídos, pero no me dejan y me atrevo a mirar a la persona frente a mí, que parece haberse calmado.

La bibliotecaria me examina con sus ojos, que lucen aún más grandes de lo que son gracias a sus gafas. Mueve la boca, y hago un gran esfuerzo para entender qué es lo que me está diciendo.

Me suelta y la veo alejarse, reconociendo sus últimas palabras. Buscará a Xoana, y eso significa que Xoana vendrá a buscarme y a llevarme a la enfermería, donde me bombardeará con preguntas y hará un informe que le entregará a la directora. Y la directora me mandará a llamar.

—¡No! —suelto, pero es demasiado tarde—. Maldita sea —me quejo y tomo las cosas que dejé aquí antes de ir a la cafetería. Me mareo en el proceso y estoy a punto de caer por mis piernas temblorosas, pero muerdo mi lengua y salgo corriendo de la biblioteca, llegando al cuarto del conserje a esconderme antes de escuchar a Xoana y la bibliotecaria caminando airadamente por el pasillo.

Suspiro y llevo mis manos a mi cara, intentando calmarme.

No sabe mi nombre, repito mil veces, no sabrán que fui yo, intento convencerme, pero sé que es en vano. La bibliotecaria me conoce, quizás no sepa mi nombre, pero podría buscarme junto a Xoana y reconocerme. Pero vamos, ¿desde cuándo se preocupan de verdad por la salud de los estudiantes si no implica sangre o una fractura? No van a buscarme. ¿Pero por qué lo harían? Solo me agité y cerré los ojos por un momento. Fue un pestañeo, o, ¿o me desmayé?

Niego, distrayéndome con todos los productos de limpieza que hay en el pequeño espacio. Decido salir recién cuando el receso culmina, y guardo las cosas que no necesito en mi casillero para dirigirme a clases.

No me sorprendo cuando toca el último timbre, puesto que he estado contando los segundos para que eso suceda, solo intento no toparme con ninguno de mis compañeros en la maratón que hacen hacia la puerta de salida.

Es graciosa la forma anhelante en la que miran el exterior, pero me limito a tomar mi mochila e irme, rodeando el estacionamiento a paso rápido. Me digo que ya terminó, que llegaré a casa pronto y que mañana todo regresará a la normalidad.

Sé que no quiero aceptar lo que sucede. Sé que estoy siendo patética, que siempre lo he sido. Pero no puedo concebir esta realidad, en donde engañan, maltratan y mienten. ¿Qué ocurrió con todo aquello que creí tener?

Lo mismo que el año pasado.

Mis pies se detienen y me siento deshacer al ver el convertible negro aparcado a tan solo unos metros. Parpadeo, reconociendo a la perfección a la persona apoyada en él con el celular en las manos.

Carlos... —susurro y él llega a escucharme, porque despega su mirada del aparato para clavarla en mí.


Pero no puedo ver cuál es su reacción, el caos se desata.

Until you're mine © |Logan LermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora