Nos aferramos a una realidad que no existe, a preguntas sin respuestas, a creencias incoherentes, a costumbres olvidadas.
Creemos saberlo y entenderlo todo y no sabemos nada. Creemos tener las respuestas y, en realidad, carecemos de ellas.
Pensamos que somos superiores al resto, que podemos mirar por encima del hombro al de al lado sin importarnos los demás, que podemos escupirle en la cara a cualquier persona que nos levante la voz, que podemos echarle las culpas a gente que ni conocemos sólo para quitarnos el marrón de encima en ese momento.
Ponemos etiquetas, calificamos de "menos" o de "más" a la gente con la esperanza de sentirnos mejor al hacerlo.
No miramos más allá de nosotros mismos, de nuestra familia o, como mucho, de nuestro país o etnia.
Talamos bosques que no son nuestros, contaminamos ciudades a las que no pertenecemos, explotamos países sin importarnos las consecuencias.
Creemos ser los mejores pero sólo somos un cáncer. ¿Triste verdad? Pues sí, así de egoístas somos, y sólo unos pocos en el mundo son capaces de darse cuenta realmente.