Secretos: Perdido en las penas

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Cuando el sol se puso en la romántica ciudad de París y la oscuridad se dispuso a hacer su papel sobre la noche, las bellas luces hicieron su papel e iluminaron con un halo mágico las calles. Por donde quisiera que mirara, la gente reía y disfrutaba. El amor como siempre flotaba a su alrededor. Incluso tras pasar por la estimadísima Torre Eiffel, pudo contar más de 20 parejas acarameladas sacándose foto juntos con el monumento de fondo.

Y por primera vez en años, eso sólo consiguió irritar al pobre y alterado Adrien.

Sentado en lo más alto de la antigua catedral de Notre Dame, donde la bella vista de la ciudad reinaba, el joven escondido tras su usual máscara negra apenas se dignaba a mirar aquella escena. Permanecía distante, perdido en sus pensamientos y en sus agonías. Por primera vez ni estar en la piel de Chat Noir le hacía olvidar sus males.

.

Una petición de baja escolar. Eso era lo único que contenía el sobre.

Con una mezcla de confusión y terror, Adrien cerró el sobre y miró a su padre, que permanecía tan serio como antes. ¿Qué quería decir eso? Lo que había en ese sobre... ¿realmente era para él o sólo sería una broma? Imposible, su padre nunca bromeaba. ¿Qué significaba entonces?

—Padre, ¿qué es esto? —preguntó el rubio dejando el sobre encima de la mesa, bastante alejado de sí mismo. No quería tenerlo cerca.

—Es justo lo que parece —dijo Gabriel tomando el sobre de vuelta—. Te di una oportunidad y la has desperdiciado, así que volverás a estudiar en casa como hacías antes.

Si Plagg hubiese estado allí, estaría encantado de dar parte de su queso para hacerle una foto a la cara de Adrien y guardarla para la posteridad. Se había quedado de piedra con esa noticia, con los ojos como platos y la boca levemente abierta de la impresión.

—P-pero... si he hecho todo lo que me has ordenado... —aseguró el joven— E-estudio mejor en la escuela, saco las mejores notas... ¿P-por qué?

—¿Estás seguro?

Una voz fría que podría haber matado a su hijo si hubiera querido.

Adrien en seguida abrió la boca para reclamar algo, cualquier cosa a favor de su inocencia. Pero, cuando una imagen borrosa y veloz pasó por su mente, tuvo que cerrarla nuevamente. De repente, la seguridad que tenía en sí mismo desapareció por completo y fue sustituida por la duda.

Tal vez, y sólo tal vez, su padre se refería a...

—Cinco clases de piano, siete sesiones de mandarín, tres entrenamientos de esgrima. Y lo que es peor, una sesión de fotos a medias —enumeró su padre—. Son todas las clases y el trabajo que has estado evadiendo durante los últimos dos meses, y ni siquiera he mirado la lista de faltas de esa escuela.

El rubio bajo la mirada. Claro, ahora tenía sentido. ¿Cuál era la única excusa que podía hacer que se saltara algo tan importante como esas clases? Un Akuma salvaje atacando la ciudad parisina. Pero eso no podía contárselo a su padre por nada del mundo.

—Puedo explicarlo... —dijo el rubio algo quebrado.

—No hace falta —le interrumpió inmediatamente con un tono amenazante—. Ser "amigo" de ese delincuente y de otros tantos que habrá en esa escuela te está convirtiendo en uno de ellos, y no pienso permitirlo.

—¡Deja de llamar delincuente a Nino! —exclamó Adrien de repente.

Rápidamente, se llevó las manos a la boca, notando que le había alzado la voz a su padre. Éste le miró mostrando una leve sorpresa, como si no lo hubiese esperado. Pero esa expresión sólo le duró un instante, antes de poner la mueca más fría y firme que había usado jamás con su pobre hijo. El rubio, temeroso, se levantó de golpe y huyó de aquel despacho, corriendo escaleras arriba buscando encerrarse en su cuarto mientras el pobre Plagg le perseguía preguntando que era lo que había sucedido.

Días de Calima (Ladybug)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora