relatos breves

La verdadera historia de las galletas de la abuela

Decían que las mejores galletas eran hechas por las abuelas. Que las galletas más ricas y con ese toque especial sólo podía ser hecho cuando uno llegaba a edad adulta y que ese sabor era el sabor de la vida que pasaba de aquellos ancianos a nosotros, los jóvenes. Sin embargo, cuando hurgaba entre las cosas de mi abuela, debajo de una roída tela, encontré un viejo libro  que creo que es más viejo, incluso, que ella.

De tapa de cuero, hojas amarillas que el tiempo fue destiñendo, de bordes dorados y un aroma muy familiar que llegaba a mi nariz y que me bañaba en recuerdos. Aquel libro era sin duda el libro de las galletas de la abuela. 

Aunque ya sabía la receta de las galletas(como todo el mundo), encontraba rato aquel libro. Al abrirlo y leer la primera página del libro pude afirmar lo que había dicho. Ahí, en aquel papel amarillento y con grietas decía -La verdadera historia de las galletas de la abuela-.

Aquel titulo me llamó demasiado la atención. Cogí el libro de las cosas de mi abuela sin decirle y me fui corriendo a mi cuarto, cerré la puerta, busqué mis galletas favoritas que guardaba en debajo de la cama entre unos libros y me sumergí en los misterios que aquel libro me guardaba.

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La historia decía que hace mucho tiempo, donde las casas eran de madera, los hombres trabajan el metal a mano y las mujeres hacían las velas y vendían el pan, donde los arboles conservaban su vida y no había ni pestes ni guerra vivía una joven que reparaba vestidos. Aquella joven no tenía más de trece años, pero su talento para reparar vestidos era algo inusual en una niña tan pequeña por lo que cada día llegaba una mujer a pedirle su trabajo.

La joven trabajaba solo, no había nadie en casa cuando ella abría la tienda o cuando ella llegaba después de que el sol se escondiera, sin embargo, esto no era un dolor para ella porque cada día iba a trabajar con una sonrisa en el rostro, sus agujas y los distintos hilos para coser.

Todos los días era casi igual hasta que uno de aquellos días le tocó ir a dejar un pedido a la casa de una de sus clientas usuales. Por el camino iba saludando a todos con quien se cruzara en gesto de educación. Al salir de la calle principal, sólo por ser curiosidad, decidió tomar otro camino para llegar a la casa de su clienta. En aquel nuevo camino se topó con un hombre, ya viejo y demacrado, que al verla y reconocerla, le pidió que se acercara para pedirle un favor. La joven,con cautela, se acercó al hombre, el cual, tenía entre sus manos un viejo vestido de épocas ya casi olvidadas en la ciudad. Era un hermoso vestido de colores crema, que por la vejes, se habían teñido de un color gris.

La joven entendía que favor le iba a pedir aquel hombre hasta que él empezó a hablar. Pedía que le arreglara en vestido y que lo guardara. Me decía que era el vestido de su fallecida hija y que sólo una joven podía volver a vestirlo y volver a darle vida a aquella prenda.

Sin más palabras, la joven toma el vestido y se lo lleva con ella. Deja el pedido a su clienta y vuelve a la tienda para arreglar el nuevo proyecto que tenía. A aquel vestido le puso todo su tiempo extra que tenía de la tienda hasta que por fin estaba terminado. Ahora era un hermoso vestido de fiesta de un lindo color crema y corte elegante. Al observar su trabajo se percató que el vestido tenía un bolsillo por el lado que no había visto cuando lo estaba arreglando. Metió la mano y encontró una vieja nota muy bien doblada y puesta adentro del vestido para que no se rompiera.

Aquella nota mostraba una receta para galletas en la que enumeraba los ingredientes y la forma de prepararla. Al leer los ingredientes se percató de que algunos eran imposibles de encontrar o mejor dicho, imposibles de poner en un bol y mezclarlos con harina, mantequilla, huevo y levadura. La receta pedía que se pusiera en la mezcla un cuarto de felicidad y un gramo de juventud.