Aquel era otro día más de su larga eternidad. En ese momento su padre adoptivo la miraba fijamente, en un intento de saber en qué estaba pensando, o más bien buscando algún indicio para solucionar la larga depresión en la que había estado desde que había renacido.
Recordaba castamente que desde que era una niña había intentado ocultar sus emociones y sentimientos a los demás, pues para ella siempre habían sido vergonzosos. El mostrar una pizca de emoción hacía que se sintiera débil ante los demás. Aquello no le gustaba.
Nació en 1922 en Bulgaria, su padre era uno de los doctores más reconocidos en el ejército después de la Primera Guerra Mundial. Su madre era una mujer de la alta sociedad Francesa, bastante aristocrática y culta. Su historia de amor no era convencional, pues su padre la había salvado después de que una bala perdida le diera en el vientre y no había nadie que la atendiera en aquel momento. Así fue como
se enamoraron y contrajeron matrimonio un año y medio después.
Pensaron que por la lesión de su madre no podrían concebir hijos, hasta que un día la mujer enfermó y después de una revisión se dieron cuenta que estaba embarazada. Vaya la sorpresa al enterarse que no solo era uno, si no cuatro.
Lamentablemente su madre murió después del parto, trayendo al mundo a tres varones y una mujercita. Dando inicio al legado Tzakovska. Antonin, Nikolai y Blagun, por último la niña, Aleksandra.Su infancia era borrosa, pues todos sus años de vida habían hecho desaparecer sus recuerdos casi por completo, así que solo recordaba haber sido muy feliz, ya que su padre les dió todo lo que pudo para que nunca pasaran necesidades y vivieran plenamente a pesar de no tener a una madre.
Cuándo cumplió catorce años se mudaron a una ciudad en Reino Unido, Edimburgo para ser exactos.
El padre quería tener un cambio de ambiente, aunque era obvio que todos lo necesitaban.Aleksandra comenzó su entrenamiento como enfermera y cuando los diecisiete años justo cuando comenzó la segunda guerra mundial. Era muy lista, así que no le fue difícil aprender tan joven aquella bella profesión, la cual llegaría a amar con toda su vida.
Su padre llevaba soldados ingleses a casa para curar sus heridas, así que lo ayudaba cuando había demasiados pacientes, haciendo que su conocimiento sobre aquella rama fueran más extensos. Cuando llegaban pacientes muy heridos y débiles que no podía salvar debía tener mucha fuerza de voluntad para seguir ayudando aunque viera diariamente la muerte y luchando contra su subconsciente después de no poder salvar sus vidas.
Recordaba que tenían un viejo granero con un enorme tamaño, el cual tenía un sótano bajo tierra que usaban para refugiados judíos que habían escapado del Alemania Nazi.
Al año siguiente comenzaron a suceder cosas extrañas. Varios soldados que patrullan el perímetro comenzaron a morir de manera extraña, así que su padre no se podía explicar lo que pasaba. Simplemente quedaban los cadáveres, pero no tenían ni una sola gota de sangre dentro de sus cuerpos.
El último día de su vida se había despertado a las tres de la mañana sobresaltada. Escuchaba claramente los bombardeos, mientras que al mismo tiempo el techo sobre ella comenzaba a hacerse pedazos. La madera caía sobre su cabello mientras el suelo se movía sin parar.
Tenía que marcharse en ese instante, así que se levantó y descalza caminó hasta la ventana para mirar lo que sucedía.Aquello hizo que su corazón doliera y que el llanto saliera de ella. El granero se quemaba con todas las personas dentro. Veintiocho en total, incluyendo niños y su padre. Ni siquiera se había dado cuenta de lo que sucedía en ese momento por el impacto, hasta que sintió un golpe en la cabeza y todo se puso borroso. Los oídos le zumbaban a tal punto que no escuchaba nada más que su respiración acelerada.
No sabía que sucedía, tampoco la razón por la que la cargaron hasta afuera y la pusieron de rodillas contra el pasto, atándole una cuerda alrededor de su cintura. Su visión nunca había sido la mejor, pero en ese instante estaba más borrosa que nunca. Solo podía sentir un inmenso dolor que no pudo sofocar mientras los gritos salían de su garganta.
No podía dejar de pensar en que todo aquel dolor que sentía era por la ayuda que le había dado a todos aquellos judios que llegaban a sus tierras. Si esa era la razón, había valido la pena estar en esa situación.
No sabía la razón de porque le habían todo aquello que no tenía nada que ver con golpes, pues habían decidido divertirse un rato con ella. Fue el peor dolor jamás sentido, algo que nunca se le desearía a una ninguna mujer. Ellos se robaron su virginidad, profanaron su cuerpo de maneras inimaginables.
Con la cuerda que aún llevaba atada a la cintura le daban vueltas, quemando su piel en cada roce. Después de seis turnos de violación decidieron parar, dejándola con la ropa echa jirones y con ganas de morir. Lo único que cubría su piel fría era un sostén mal acomodado y bragas rotas en cientos de pequeños pedazos.
La dejaron a la intemperie para que muriera. Ella realmente lo deseaba, después de lo que hicieron y cómo terminó su familia. No tenía nada más por lo que vivir. Lloró como nunca aunque cada segundo perdía más fuerza, ahogando sus sollozos con uno de sus brazos. Cada vez se le dificultaba más respirar, su pecho ardía. Cerró los ojos esperando su inevitable muerte hasta que escuchó levemente unos pasos acercándose a ella. La vida la estaba dejando lentamente.
—Dios, ¿Que fué lo que te hicieron? —una voz masculina fue lo único que pudo distinguir. Parecían campañas, así que por un segundo pensó que estaba frente a su ángel guardián.
El ángel se colocó en cuclillas a un lado de ella, moviéndola ligeramente para ver los daños que tenía. Como si no pesara más que una hoja de papel, la levantó en brazos. El crac de sus costillas quebrándose era lo incómodo que podían sentir.
—¿Cuál es tu nombre, cariño? —susurró mientras le miraba tristemente. Quería sacar un poco de conversación para evitar que se fuera del todo.
—Aleksandra... —articuló con dificultad pues su boca estaba magullada. Su mandíbula crujió solo con aquel pequeño movimiento.
—Espero que algún día me perdones por esto.
Al principio no entendío a lo que se refería el hombre hasta que sintió sus fríos labios colocarse en su cuello, sus dientes perforando y después un horrible ardor en todo el cuerpo.
Pareció una eternidad. Podía sentir como el fuego pasaba por sus venas sin detenerse, intentaba despertar para que todo parara, pero no podía hacerlo. Una parte de ella creía que estaba muerta y ese era su castigo por todas las muertes que lo había podido evitar.
ESTÁS LEYENDO
Cuando el amor llegó ⟨••Caius Volturi••⟩ (REESCRIBIENDO)
Fanfiction[REESCRIBIENDO] Un encuentro inesperado, dos personas solitarias sin experiencia alguna en el amor. Ella es una Cullen, él un Volturi. (Basada en los libros)