Stalingrad

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Un cortante aliento reinaba
y dos alimañas en este imperio bailaban.
Batían sus macabras y negras alas
sobre la blanca nieve, blanca.

Se confundía la ceniza con los copos
que sobre millones de pestañas se posaban...
Graznaban los dos cuervos hambrientos
buscando carroña, buscando entrañas.

Entre los muros grises y polvorientos
un suspiro cansado nacía:
Un hombre agotado, destrozado
que entre los brazos a su rorro mecía.

Huía arrastrando el terror de una guerra
donde rojos y Jerries el albar pintaban.
Entre los brazos a su rorro mecía
pero este hace tiempo ya callaba.

Las dos bestias negras sobre un poste se posaron,
famélicas contemplaron aquella tétrica escena.
Una hermosa tragedia, pensaron.
Y rogaron a Muerte un banquete, rogaron.

Pisaba ya balas el viudo
y de rodillas ante su dios se postraba.
Contempló a su rorro con una sonrisa destrozada
y con lágrimas en sus mejillas ya congeladas.

El batir de unas negras alas se volvió a escuchar
buscando en aquella escena algo de suerte.
Y cuando se posaron sobre aquel supuesto manjar
solo encontraron una estatua haciendo honor a Muerte.

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