XX

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—La vida aquí es muy monótona, Ric. ¿Podrías dejarme pasar? Me estás poniendo de los nervios, y no quiero cabrearme.

Samuel estaba a nada de ponerse a repartir hostias a todo el que se le cruzara.

Mira que era mala suerte. El primer día, después de tanto, en el que se encontraría cara a cara con Guillermo, y tenía que cruzarse con el preso más cansino y chiflado de todo el lugar.

Tomás, quién lo vio desesperarse a lo lejos, se acercó para que no terminase liándola. Al fin y al cabo, estaban rodeados de guardias y no les convenía montar un espectáculo.

—Tío, ¿qué haces aquí? Ve a nuestra mesa, anda. Yo voy a por la comida.

El contrario asintió, agradecido. La mayoría de la gente en este mundo, no sabían lo que era encontrarse a alguien como Ric. No había palabra que encajara a la perfección para describirlo.

A Tomás sólo le hizo falta encender su mechero en la cara del preso, sin llegar a quemarlo, y mirarlo con frialdad, para que el chaval saliera despavorido.

—Ya está. —se dijo en voz alta. Y fue en busca de alimento.

Samuel, mientras tanto, iba en busca del chico.

Pasó entre varios presos, mirando hacia todos lados. ¿Dónde diablos se había metido? Lo más probable era que se estuviese ocultando en alguna zona del comedor. No sería muy difícil encontrarlo, pero aún así, no le gustaba tener que esforzarse.

Visualizó a Percy, que acababa de llegar a la mesa que compartían, con dos bandejas de comida. Quiso acercarse a decirle que Tomás ya había ido a por una para él, pero no lo hizo. Y gracias a que prefirió seguir buscando al novato, lo encontró en una mesa, comiendo, con la cabeza gacha. Estaba al lado de alguien más.

El castaño se dirigió a esta, sentándose frente a Guillermo, quién levantó la vista con temor.

—Se acabó el juego. Vámonos. —Y no hizo falta que se lo volviera a decir. El chaval se levantó de su asiento, llevando su bandeja con él, no sin antes mirar a quién se había sentado a su lado. Era al único que podía considerar como amigo. Él fue quién le advirtió sobre Tomás en las duchas. Y él se había acercado a él, para compartir asiento, sin insultarle o intentar buscar pelea. Incluso lo había saludado con un hola antes de sentarse. Pero... ahora debía irse.

Siguió los pasos del mayor, al mismo tiempo mantenía la vista fija en el suelo. Se sentía como un cachorrito que debía hacer lo que su dueño le dijera o lo castigaría.

Eso lo hacía sentirse más patético y débil de lo usual.

Llegaron a la mesa de los tres amigos, donde Percy se hallaba sentado comiendo.

—¿Dónde está Tom? —preguntó el inglés, alzando la vista a su compañero. Luego miró a Guillermo y le sonrió divertido.

—Ha ido a por comida —Se calló cuando el que estaba sentado le señaló la bandeja que estaba en el centro de la mesa—. De hecho, Tomás había ido a por mi cena también.

El contrario lo miró en silencio, sin cambiar la expresión de su rostro.

—Pero comeré de esta —Samuel no quería empezar una discusión absurda, así que prefirió dejarlo estar. Además a su otro amigo no le importaba si comía de una o de otra. No es que fuera algo importante, la verdad.

De Luque y Díaz se sentaron. Este último frente al de ojos azules y el otro, como de costumbre, de cara a Tomás, aunque este aún no había llegado.

—¿Cómo te han ido estos días en la enfermería? —El inglés terminó su comida, y empujó su bandeja hacia adelante con intención de chocarla con  la del contrario y volcarla.

El mejor lo vio venir y la detuvo con la mano contraria a la que sostenía el cubierto. Samuel sonrió, contemplando la escena de reojos.

—Bien. —respondió cortante.

El británico también sonrió. Podía notar su incomodidad.

Echó el peso de su cuerpo hacia adelante y alcanzó el brazo derecho del novato, provocando que este soltase el tenedor de imprevisto.

Guillermo intentó soltarse, pero la mirada de Samuel se lo impidió.

Cuando el joven volvió a fijar la vista en quién tenía frente a él, este le habló.

—Me han dicho que ahora perteneces a mi amigo. ¿Es eso verdad?

Como era de esperar, eso no le sentó nada bien al chico. Arrugó el entrecejo y golpeó la mesa, con la mano que aún estaba siendo sujetada por el inglés.

—¡Yo no soy de nadie! —dijo alzando la voz, lo suficiente para que nadie más que ellos tres pudieran escucharlo... Bueno, y Tomás que acababa de sentarse frente a Samuel.

—Creo que eso no es lo que acordasteis en la enfermería —habló el recién llegado—. ¿No es así, Samuel?

El nombrado desvió la mirada al más joven, quién lo observaba, ahora, con cara de cachorrito. No es que lo hiciera queriendo, evidentemente, sino que el castaño le causaba bastante miedo.

—En absoluto —respondió—. De hecho, él accedió a ser mi putita.

Guillermo se estremeció ante la palabra.

—Vas a tener que recordárselo, entonces —dijo con seriedad Tomás, el mayor de edad de los cuatro—. Y deberás hacerlo de una forma en la que jamás vuelva a olvidarlo. —Este comenzó a comer, al mismo tiempo que el castaño y el de ojos rasgados se miraban el uno al otro.

Samuel lo miraba con malicia, pero no por ello borraba la sonrisa de satisfacción de su cara. En cambio, Guillermo seguía con la misma expresión en su rostro. Se le había olvidado pestañear. ¿A qué se referían con eso?

Una forma en la que jamás vuelva a olvidarlo.

Aquello le ponía los vellos de punta. No conseguía, siquiera, pensar en las diferentes posibilidades que había. No podía hacer nada. Su mente estaba bloqueada, y ahora se arrepentía de haber actuado como lo había hecho.

Eso me pasa por bocazas, se repitió varias veces, hasta perderse en sus pensamientos.

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Sorry por tardar! Como algunos sabréis he estado mala, de hecho sigo estándolo, pero debido a que me encuentro bastante mejor, he podido por fin avanzar con los dos fanfics que escribo actualmente.

Así que espero que hayáis disfrutado con este episodio. <3

Os quiero mucho, mucho. Como la trucha al trucho.

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora