DETERIORO

75 1 0
                                    

En esa casa se escondían muchos secretos. Era una casa que se caía sin remedio alguno entre la oscuridad que el paraje deshabitado la proporcionaba: una montaña rodeada de un bosque muerto gris, y de un cielo que parecía estar siempre furioso. Aquel paisaje no me ayudaba en nada, o quizá sí; siempre mantenía mi ánimo caído en pie. Lo que quedaba de mi familia también lo procuraba: una hermana dos años mayor que yo, de una belleza pálida y fría, que pasaba los momentos del día en los cuales padre no la retenía tocando una melancólica canción en el viejo piano de cola. Y padre, un hombre al que no hablaba desde hace más de cuatro años, más o menos el tiempo que llevamos sin madre. Siempre que llegaba de sus largos viajes yo contemplaba desde el ventanal de mi alcoba cómo su carruaje estacionaba junto al portón principal y cómo su silueta entraba en la casa. Por las noches le oía en la habitación de mi hermana. Era repugnante oír el aliento agitado de ambos durante horas acompañado de continuos golpes causados por el cabecero y la pared. Solía observar desde mi cerradura cómo padre salía abrochándose su chaleco y cómo mi hermana salía a despedirse completamente desnuda, y tras obscenos gestos él desaparecía tras el corredor. Solía pasar una semana hasta que él volvía a irse durante meses, y entonces en el dormitorio de mi hermana solo quedaban llantos.
En mi opinión padre mató a madre. Ella murió aparentemente a causa de una caída desde el tejado de la casa, pero a pesar de que por aquel entonces era más pequeña recuerdo oírlos a ambos discutir la fatídica noche. Ahora supongo que madre se había enterado de la relación entre mi hermana y padre y luego él la había asestado un golpe y después había fingido el accidente. Tras aquello mi padre se volvió aún más violento y yo decidí no volver a hablarle ni a cruzarme con él, y él comenzó a marcharse.
Los criados también se marcharon haciendo que nuestro "hogar" cayera en un estado lamentable por el cual las enredaderas y plantas invadían los pasillos y las grietas amenazaban con matarnos bajo los escombros.
Solo reinaba soledad en aquel lugar, y llegó el día en que me cansé de ella y sin coger más ropa que mi camisón blanco descendí la escalera y atravesé la puerta. En ese momento me di cuenta de que hacía años que no salía de la casa, y solo supe correr adentrándome en la maleza. Corrí durante una hora hasta llegar a la cima de una frondosa montaña desde la que pude contempla la casa. Pude divisar el carruaje de mi padre, e incluso creí escuchar los gemidos de mi hermana desde su alcoba.
Y por fin pasó.
Por fin las paredes de aquel edificio donde había vivido toda mi vida cedieron y todo se convirtió en ruinas.

Las mansiones olvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora