Entre los cosmos.

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La historia de José es simple, él quería ser un astronauta cuando era niño. Pensaba estudiar física y aventurarse a salir de su mundo para ver con sus propios ojos el espacio, para ver las estrellas y el polvo cósmico vagando por ahí en el infinito. Tristemente José perdió las ganas de alzarse sobre el planeta y ser un vaquero galáctico en la soledad del cosmos, ahora quería dedicarse a ir de cantina en cantina estafando personas con juegos de mesa e iniciando peleas absurdas por mujeres que ponían su ser a trescientos pesos el tiempo que duraran en hacer brotar el placer ajeno.

Adicto al 'tierra salvaje' caminaba por las calles de un mundo que un día quizo ver desde arriba, al que quiso verle las venas como los prodigios que vigilan nuestro hogar en las alturas. Hacía cosas tan contrarias que en lugar de volar solo lograba caerse cada dos cuadras con la espalda pegada a la pared para lentamente deslizarse hasta el suelo donde si tenía suerte, se quedaría dormido hasta el amanecer del próximo día, sino tendría que levantarse para caminar hasta su próxima cantina.

A diario se preguntaba como terminó así, tan lejos de su meta original. Las banquetas eran totalmente diferentes a flotar en la nada. José no recordaba que lo orilló a vivir así, lo único que le venía a la mente era un sueño recurrente:

José vagaba en un campo de cosmos, vestido de ropas simples y un sombrero. Caminaba por varias horas hasta llegar a un paraje. En el fondo, siempre estaba sentada una chica que fue el amor de José por muchos años. Estudiante de aeronáutica eterna, siempre leyendo un libro de Julio Verne. Esto él lo sabía, lo que nunca supo fue que libro era en específico.
Al acercarse ella volteaba a verlo y el corría sonriendo a tomarla de la mano pero segundos antes de hacer contacto los dos caían en el vacío mientras el libro se elevaba solitario hasta el firmamento.

Despertaba José siempre en un campo de flores después de su eterna caída, la chica de su vida no aparecía por ningún lado. Al levantarse a buscarla desesperadamente le llamaba por su nombre. uno que no podía entenderse. A veces le decía Kara, en otras ocasiones Himelda, hasta la llamó Perséfone cuando pasó a buscarla por la casa de Plutón. Todo era en vano.

Pasaban las horas hasta que José se calmaba y trataba de mezclarse con la soledad del campo. Cuando llegaba a ese punto donde se sentía tranquilo siempre le comenzaban a caer pequeñas gotas de sangre en las mejillas. Él las veía, las tocaba e incluso las saboreaba, alzaba la mano para ver si continuaba esa pequeña brisa y para su mala suerte siempre continuaba. Suaves gotas de sangre regaban el campo y mechones de cabello bajaban bailando con el aire hasta enredarse en las flores. No había mucho que pensar, su chica amada se deshacía en el cielo y llovía su muerte sobre el. José derramaba un par de lágrimas cerrando los ojos y al abrirlos veía el libro deshojarse mientras caía en el filo del horizonte. Ahí, siempre despertaba.

Mojado en la banqueta, con su botella en mano y otra en la bolsa, adolorido por tanto golpe en la pared y con las manos frías. Así despertaba de sus sueños José. Cada sueño recurrente le dejaba un sabor amargo y una melancolía muy pesada, se levantaba sintiéndose algo sobrio y se ponía a caminar de nuevo. El sueño era horrible para él y no había con quien reconfortarse, era único en su especie.

Después de horas de transitar confundido y absorto, sin saber si quiera quien es y a donde va. Llegaba a un mausoleo descuidado en el fondo de un cementerio casi sin vigilancia, no le costaba nada entrar al mausoleo. El solo empujar la puerta con una pizca de fuerza era suficiente. Se sintió como en casa, iba a pasar un rato bajo techo después de varios días y ahí nadie le robaría la comida y podría beber tranquilo, sin que la policía le arrestara, sin que los transeúntes le criticasen.

Se sentó en medio de dos grandes cuadros que llevaban una placa con la inscripción:1989.
Le llamó tanto la atención pues era una fecha curiosa, le recordaba cuando emocionado a los 19 años había sido aceptado en la Agencia Espacial Europea y tendrá que viajar a Alemania para completar el registro de ingreso; ahora estaba lejos ese recuerdo pues 70 años después se encontraba en Granada llorando frente a un par de cuadros que hasta el momento eran su única compañía. Nació en el un gesto amable ante las dos personas a quienes pertenecía el mausoleo y con un cerillo que le quedaba en la bolsa encendió un par de velas que se encontraban ahí mismo. José apagó su soledad.
De su sobretodo sacó una foto doblada; el retrato de su eterna musa de los sueños, de la chica que moría en la lluvia sobre el campo de flore, de quien le esperaba en el fondo del paraje. La contempló unos minutos y después tomó un gran trago de su botella de alcohol,
le raspó la garganta como nunca y le provocó un par de lágrimas pequeñas. Se incorporó a los pocos segundos y volteó la foto, la cual tenía escrito un pequeño mensaje.
Lo leyó y con una débil sonrisa pensó: ¿será que fue sincero nuestro amor primero y por eso la vida, ya casi en el otoño como en primavera ,nos vuelve a juntar?.

José quedó dormido. no volvería a soñar con quedarse solo una vez más. José no despertaría esta vez...

"Abril de 1989.

Se que lo que duele la soledad José.
también pasé por la misma situación
pero no te preocupes más, aquí me quedaré yo.
Ya solo no estarás, ya sola no estaré
Ya terminó la noche. "

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⏰ Última actualización: Apr 17, 2016 ⏰

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