MOLOBO
I
Me llamo Jaime, aunque todos por aquí me llaman Jim, y nací en Valencia, Spain, como les suelo decir a las personas cuando me las presentan. Hace más de veinte años mis padres, que gozaban de una posición económica muy holgada, me enviaron a estudiar finanzas a Estados Unidos, y aquí vivo desde entonces. Nada más acabar mis estudios con excelentes resultados, me ofrecieron un trabajo de corredor de Bolsa y no dejé pasar la oportunidad.
Desde entonces vivo en la Gran Manzana, ganando dinero a espuertas, muchísimo, más de lo que me hubiera atrevido a soñar en mi juventud. Tengo (en realidad tenía, pero eso lo explicaré en un momento) un pisazo de 200 metros cuadrados en uno de los barrios más caros, un coche de 150.000 $, en fin, todo este tipo de comodidades que conlleva el desenvolverse en el mundo de los negocios con N mayúscula.
El precio: mi vida personal. No me casé, ni tampoco tuve hijos, Mi familia en España fue menguando, primero murieron mis padres y de mi único hermano hace años que no tengo noticias. Mis amigos de aquí, más que tales, son conocidos, no puedo decir que tenga a nadie en quien confíe ciega e íntimamente. Un alma solitaria, podríamos decir.
Todo esto cambió hace tres meses, a media mañana en la oficina. Me empecé a sentir mal, mareado y con el estómago revuelto.
—Me parece que me ha sentado mal el desayuno, creo que voy a tener que visitar el cuarto de baño para sacarlo de donde está.
Pero justo entonces el dolor en el pecho se hizo tan intenso que me desmayé.
—Ha sido un amago de infarto, señor —dijo el médico cuando me reanimaron en el hospital—. No muy grave, pero por algo se empieza. Desde mi punto de vista, tiene usted dos opciones: una, seguir como hasta ahora jugando a la ruleta rusa y confiar en su suerte; la otra, despedirse de su vida y comprarse otra nueva basada en la tranquilidad y en un estilo sano y natural, ya me entiende: nada de comida basura, un poco de ejercicio… Sabe a lo que me estoy refiriendo, ¿verdad?
—Sí doctor, lo sé, pero yo no lo veo tan fácil.
—No es una cuestión de facilidad, es una cuestión de supervivencia. Usted mismo.
De modo que lo pensé y decidí que quería darme la oportunidad de alcanzar una honorable vejez, disfrutar del dinero ganado a costa de tanto trabajar a destajo y quién sabe, quizás conocer a una mujer… Así que vendí (muy bien, por cierto) mi piso y mi coche, y compré un todoterreno y una casita con un generoso terreno lleno de bosques en Hazard (sí, sí, la de la canción), Nebraska. Bueno, en realidad está en medio de la montaña a unos diez kilómetros del pueblo. El vecino más cercano tenía (y sigue teniendo) su granja a unos dos kilómetros de mi casa.
Y aquí estaba, respirando aire sin contaminar, después de acabar con la mudanza y de arreglar un poco la casita, porque estaba más bien abandonada. Había pertenecido a un anciano matrimonio cuya hija vivía en la costa y no quería saber nada del aire puro. Unos van, otros vienen. Quizás pudiese encontrar un trabajito en el pueblo, nada especial, pero así podría llenar mis días y darme la ocasión de tratar con gente.