14: Reconciliación conmigo misma

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—Una explicación...

Asiento un par de veces con la cabeza y me dejo caer en la cama de Hermione, quien tira las cenizas a la basura y barre lo que se ha caído sobre la alfombra. Asegurándonos de que no haya orejas del otro lado de la puerta (lo que solamente puede corroborarse abriendo y cerrando la puerta varias veces para poder ver el pasillo vacío, cosa que termina atrayendo a más de un curioso que escucha los portazos), nos sentimos libres de intrusos, y entonces les cuento a las chicas sobre la carta. Ya puedo estar sentada sin desplomarme de la vergüenza, y puedo hacer un relato que más o menos se entiende.

—Hubiera sido dulce que le mandaras la carta a George —comenta Hermione al final, mostrando una parte romántica secreta de su personalidad seria, lógica y responsable.

—Quizás, pero Leyla vio lo que hicieron mis hermanos mientras creían que la carta era mía —dice Ginny—. Leyla, si George te considera una hermana tanto como a mí, no tendrá problema en reírse un buen rato de ti. No creerá que sea en serio.

Suspiro y admito que Ginny tiene razón. Una carta sería igual a una broma. Solamente me creería si se lo dijera en la cara con absoluta seriedad y concentración, y no es algo que se me dé muy bien. Prefiero que las cosas queden confusas entre nosotros como ha sucedido históricamente antes de que crea que le mando una carta en broma.

Ginny saca de su bolsillo más caramelos y el humor general mejora en el tiempo antes de la cena. Para ese entonces casi ni tenemos hambre, pero bajamos de todos modos al comedor de la hostería y nos sentamos las tres en una esquina de la mesa.

—Chicas, a qué no saben: al final la placa de Percy estaba en el cajón de la mesada de Tom —nos cuenta Ron, pero ninguna contesta y nos quedamos sonriendo—. ¿Pero qué les pasa hoy? —Sigue sin haber respuesta—. Están chifladas.

Yo suelto una risita y me sirvo guiso de lentejas en el plato. Con la nieve de afuera, cambiaron el menú de verano por el de invierno. Cuando voy a servirme agua, George se levanta de su asiento, toma la jarra y me sirve en el vaso.

—Es lo más seguro —dice, guiñándome el ojo.

—No lo es si no estás mirando lo que haces —le respondo.

—Tiene razón —dice Fred—. No bañes a Leyla, tuvo suficiente por un año.

—Ojalá no tuviera que bañarme por un año —suspiro.

Cuando mi vaso y mi plato están llenos, George ocupa la silla vacía a mi lado, y Fred se sienta en la siguiente.

—Gracias —digo, para no olvidar los modales que alguien una vez quiso enseñarme. No recuerdo quién fue. No parece algo del estilo de tía Cissy.

—No estás enojada con nosotros, ¿verdad? —me pregunta George. Suena sincero. Mi corazón se encoge y comienzo a sentirlo en mi garganta, latiendo con miedo. Pero un codazo oportuno de Hermione es suficiente para acomodarme y pensar en algo. Ginny tose para devolverme al planeta Tierra. Harry y Ron nos miran como si tuviésemos monos bailando en la cabeza.

Monos en la cabeza... Un momento... Francesca, ¿acaso tú...?

No, no estoy bailando disfrazada de mono.

Solamente tenía curiosidad, le digo yo. Y nadie dijo que estuvieras disfrazada. Por cuanto sé de ti, puedes ser un simio o una jirafa.

El silencio de Francesca me da mala espina. Creo que pronto encontrará el modo de vengarse.

No lo dudes.

¡¿Ahora sí contestas, traicionera?!

—No, no estoy especialmente enojada —contesto a los gemelos, mostrando mi nueva habilidad de mantener dos conversaciones a la vez, en dos mundos distintos.

Leyla y el prisionero de Azkaban | (LEH #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora