Una mirada y un café

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Una mirada, simplemente hizo falta eso, junto a un café sentados en la terraza, para saber que entre nosotros algo había.

Un frío sábado de Diciembre, nos conocimos, tú me preguntaste por una calle y yo te llevé hacia allí, porque no tenía nada mejor que hacer. Me hablaste de ti, de lo que pensabas, de lo que andabas haciendo en una ciudad como esta y de cientos de cosas más, mientras yo asentía con la cabeza, recordando las palabras de mi madre; no hables con desconocidos.

Debiste adivinar lo que pasaba por mi cabeza en ese momento porque miraste al reloj y citaste algo así como; dos amigos antes de serlo, debieron ser desconocidos. Me invitaste a un café frente a la plaza por la que me habías preguntado.

Al terminar, me diste tu número de teléfono, diciendo que me debías una dirección, yo lo cogí sonriendo ante tu locuaz intervención. Me diste dos besos y desapareciste por la calle anteriormente citada por mi.

Yo, intrigada te seguí hasta llegar a una pequeña academia de teatro donde, según indicaba un cartel, buscaban a gente que tuviese experiencia en ello, rodé mis ojos y sonreí para mi imaginándote interpretar y continué caminando por la callejuela.

Al llegar a mi casa, marqué tu número en mi teléfono y lo guardé con los contactos llamándote, Chico de la calle, asegurándome de esta forma que no perdía la única cosa que me mantenía en contacto contigo. Te llamé, dos veces, a la tercera ya fuiste tú quien me marcó, disculpándote y diciendo atropelladamente que estabas en la recepción del hotel confirmando tu reserva. Yo reí, preguntándote cómo sabías quién era. Tú, en cambio, te tranquilizaste y contestaste que no dabas tu número a cualquier persona. A continuación, hablamos de trivialidades de la vida. A la hora, colgué, diciendo que tenía que hacer algunas cosas y cenar.

En los días siguientes, hablamos, hasta que me anunciaste que te quedabas en la ciudad por cinco años mínimo y que te ayudase a encontrar apartamento. Yo acepté y te lo agradecí enormemente.

Al salir, de una visita a uno de los muchos apartamentos que vimos, mientras caminábamos por un parque me cogiste de la cintura, me pusiste frente a ti y me citaste a Becquer, yo me sonrojé y pillando la indirecta comencé a cantar la estrofa de una de mis canciones favoritas en la que decía algo así como:Y ahora yo te digo que sí. por ser y quererme así. Cogiste mi cara entre tus manos y me besaste levemente en los labios.

Elegiste ese piso, porque según dijiste daba vistas al parque en el que fuiste la persona más feliz del mundo.

Durante los primeros tres años íbamos al cine todos los viernes, los sábados quedábamos a tomar el café en la plaza junto a la escuela de teatro, los domingos íbamos a misa, los lunes, a veces, iba a tu casa y me enseñabas los progresos con el estreno, los miércoles venías a mi casa y te enseñaba a tocar la guitarra y los martes y jueves, simplemente nos echábamos de menos.

Una tarde, cuando paseábamos por ese parque tan especial, tres años después de ese instante en el que te declaraste, te paraste junto al lago, posaste tu rodilla en el suelo y con la puesta de sol frente a nosotros, los niños que correteaban y nos miraban curiosos, los chicos en bicicleta que pasaban junto a nosotros y el hombre de los helados que parecía que ya sabía lo que me ibas a decir; sacaste una pequeña caja con un hermoso anillo en su interior, me pediste matrimonio y me felicitaste el aniversario. Así, de esa forma tan simple y cariñosa, me hiciste la chica más feliz y agradecida del mundo. Tú te mostrabas nervioso pero a la vez tranquilo y a mí las lágrimas me traicionaron y te abracé como nunca lo había hecho. Después de unos instantes, cogiste mi barbilla, la subiste para que me pudieses mirar a los ojos, llorosos por la emoción y me dijiste que te lo tomabas como un sí. Yo acorté la distancia que quedaba entre nosotros, con un beso.

El hombre de los helados nos miraba de una manera tierna mientras nos acercábamos a comprarle unos helados, nos contó que había visto muchas de esas en lugares muy distintos pero que la nuestra había sido la más emotiva y nos deseó que fuésemos muy felices, se lo agradecimos, y así, cogidos de la mano, con las farolas encendiéndose a nuestro paso y tomándonos un helado, salimos de aquel parque que tanto había significado para nosotros dos.

Dos días previos a la boda, me invitaste a cenar en un lujoso restaurante, y decidimos que ya era hora de hacernos las típicas preguntas que la gente que acababa de conocerse se hacia, esa noche no averigüé cosas que me interesasen mucho de ti, pero de un modo di gracias porque se podía notar el nerviosismo y la tensión por lo que sucedería unos días más tarde.

Llevaba sin verte, un día entero y no podía aguantar más, si no habíamos hecho las cosas como el resto por qué tendríamos que hacer esto igual, y así te lo expuse cuando te llamé para quedar a tomarnos nuestro café reglamentario de los sábados, aceptaste rápidamente.

Al despedirnos nos dimos un abrazo y susurramos nuestros nombres que sabíamos de apenas un día. Me dijiste que no hacia falta que llevase ningún vestido largo, ni estrafalario, que siempre iba hermosa, te agradecí el cumplido y te dije que se me haría raro verte con una corbata, tú replicaste que nadie había dicho que fueses a llevarla.

Me desperté temprano, me duché y me puse el vestido blanco que me había comprado hacia dos meses sin pensar que lo llevaría para una ocasión así, me ricé las puntas de pelo y me recogí dos mechones con unas horquillas, me maquillé de una manera casi innescrutable y salí de mi casa junto a mi padre con dirección a la iglesia, cuando quedaban diez minutos para llegar un mensaje llegó a mi móvil, con una dirección y una frase que decía; te la debía; allí es donde comeremos después de la boda lo ha reservado mi madre. Deseando verte. Sonreí como una tonta al pensar lo que habían cambiado las cosas.

Llegamos a la iglesia, y cuando entré, agarrada del brazo de mi padre, que me miraba orgulloso, la música de órgano empezó a sonar. Tú estabas frente al altar, no me podías ver, pero yo a ti, sí. Llevabas un traje azul marino, te habías peinado el pelo hacia un lado, normalmente lo llevabas alborotado y una corbata que combinaba con tu vestimenta. Nos casamos, y al salir de allí, tu madre se me acercó llorando de la emoción y me dijo: Has conseguido que mi hijo sea lo que siempre quiso ser, vas hermosa y no te enfades con él por la corbata, le obligué yo a llevarla. Le dije que simplemente había sido una broma lo de la corbata, le dí dos besos y cuando te intenté localizar, mi madre estaba haciendo lo propio contigo.

En ese instante, mi hermana pequeña corría hacia mi, y me acordé de los niños que había cuando me pidió matrimonio, al llegar me abrazó y me dió la enhorabuena.

Al llegar al restaurante nos destinaron a una pequeña mesa redonda, tú y yo nos sentamos juntos. Nuestros padres comenzaron a hablar y estuvieron toda la comida hablando de cuando éramos pequeños, de las cosas más tontas que hicimos... Nosotros nos mirábamos y nos sonrojábamos.

La música empezó a sonar y tú me invitaste a bailar, me apoyé sobre tu hombro y nos empezamos a mover al ritmo de la canción. Tu mirada y la mía chocaron al terminar la canción y tus labios se posaron sobre los míos, tu mano apretó mi cadera con la tuya y con la otra me acariciabas la mejilla.

Después, de eso, nos fuimos a vivir a tu apartamento, por las mañanas te hacia el desayuno, menos los fines de semana que me lo llevabas a la cama.

Ahora me encuentro en la plaza, tomando un café y esperando junto a mis dos hijos, a que tú salgas de tu compañía de teatro para poder ir a dar un paseo por el parque.

Porque tú y yo teníamos otro significado de la normalidad, éramos normales a nuestra manera y diferentes a la suya, pero siempre felices. Y el nombre no define a la persona, si no su forma de pensar, su personalidad...
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Hola, en este libro va a ver un poco de todo, poesías, textos, mini historias con una reflexión al final...
Espero que les guste, y no duden en preguntar dudas, en mandar ideas y/o comentarios y en votar si les gusta.

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