Nota 15

12 1 0
                                    

Estaba sola con Santiago desde hace una semana, en una nueva casa aún más lejos de la otra.

Me encontraba en una habitación  más amplia e higiénica, pero al contrario de la otra estaba encerrada, me había propuesto hacer lo imposible por salir de allí.

La puesta se abrió, dándole paso a la figura de Santiago, llevaba fruta y jugo en sus manos, como de costumbre toque escasamente la comida, el solo se paro frente a la puerta sin decir nada, no dejaba de verme.

Comenzó a caminar y se sentó en el borde de la cama.

- ¿Por qué jamás fuiste capaz de amarme? -¿Por qué él y no yo?

- El es el amor de mi vida, me ayudó cuando nadie lo hizo, el supo como congelar mi infierno, el no busco lo que todos, el me amo; ¡Y tu lo mataste!
Al terminar la frase mis lágrimas estaban corriendo ya por mi rostro, Santiago intentó tocarme pero lo aleje.

- Ni siquiera lo pienses, ¡Me das asco!

Se levantó y tomó mis brazos, me sujetó lo suficientemente fuerte para no poder moverme, me dió un puñetazo en la mejilla. Me golpeó una y otra vez, como mi padre lo había hecho tantas veces.

Se alejó de mi cuerpo, y salió furioso de la habitación mi cuerpo dolía, dolía demasiado, sentí la sangre brotando de mi labio inferior y de mi nariz, me levanté y fuí hacía el baño, ví en el espejo mi tétrica imagen, mis ojeras prominentes, mis ojos cansados y carentes de alguna ilusión además la sangre recorriendo por mi rostro, me metí a la ducha, el agua ardía sobre las aberturas de los recientes golpes.

¡¿Por qué la vida se empeñaba en poner monstruos en mi camino?!
Sentada bajo el agua, sintiendo mis lágrimas correr, cada segundo era peor que el otro, los verdaderos demonios son aquellos que están a mi lado. 

Los Demonios Detrás Mi Sonrisa... Donde viven las historias. Descúbrelo ahora