Capítulo XII

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Acurruqué mi cabeza en su mullido pecho. Había empezado a tranquilizarme y mis ojos cada vez pesaban más y más hasta llegar al punto de dolerme. Cogí aire y lo expulsé pausadamente.
Noté como Derek se separaba de mi lado, añoré aquella sensación de total protección. Suspiré e intente incorporarme.

—Buenas noches, Anna.— Dijo ya en la puerta.— Descansa, mañana será un día muy largo.

Frotándome con delicadeza los ojos, acomodé mi espalda en la pared. No quería estar sola, pero tenía que empezar a vivir con ello.
Observé como la puerta se fue cerrando hasta dejar una pequeña franja abierta. Divise su mirada entre aquel espacio, admiré aquel azul incluso en la oscuridad.

Removiéndome algo incomoda, pestañeé seguidas veces hasta perder el sueño. ¿Acaso podría dormir en una habitación tan enorme como esta, sola? Estaba claro que no. Quedé completamente anonadada mirando hacía la puerta, como esperando algo que ni yo misma sabia. Supongo que me daba pavor el echo de que Ian volviese a mí y entrase por aquella entrada con el único fin de envolverme en la muerte.

Acomodé ambas rodillas junto mi pecho y dejé yacer mi frente entre ellas. Solo podía permitirme desahogarme cuando estaba sola y aunque no quisiera manifestar la debilidad que desprendía mi ser, era la única manera de deshacerme de los recuerdos que martilleaban mi sien constantemente.
Sellé ambos ojos al notar como una amargura ascendió por todo mi cuerpo, quemando, ardiendo como el fuego. Recordé cosas que no debería haber guardado en mi cabeza, noté como las pulsaciones de mi corazón aumentaban hasta tal punto de solo escuchar los bombeos de el mismo.
Una gota cayó con rapidez de mi lagrimal, poco después otras más se unieron, así hasta llorar tapada por mi dos manos.
Respiraba con dificultad mientras lágrima tras otra resbalaban por mi rostro húmedo. El coraje, la ira, la tristeza, la furia, un conjunto de sentimientos se mezclaban en mi interior y no sabia la manera de echarlos fuera de mi. ¿Tan complicado era no querer sentir nada? Aspiré con fuerza, desquité mis extremidades de mi faz para llevarlas a la sabana que cubría la colcha. La apreté con fuerza hasta volverla un rebujo y grité, grité por la angustia y el sufrimiento, el agobio, el estrés, chillé por todo lo que viví, por todo lo que vi y he seguido viendo.
Di un brinco al escuchar la puerta chocar contra la pared. Dirigí mi vista asustada en aquella dirección topándome con el rostro nervioso de Derek. Movía los ojos de un lado a otro buscando algo y me maldeci.

—¿Anna, estás bien?— Me interrogó acercándose a mi. Por su tono de voz pude distinguir cierta preocupación—¿Ha ocurrido algo?— Se pasó la mano por el pelo, antes de sentarse, de nuevo, a mi lado.

—N-No.— Tartamudeé.— Lo siento...— Cabizbaja intente maldecirme por la pataleta de antes.

—Eh...— Pasó su mano por mi barbilla y la alzó.— Es normal que estés así.— Secó las diminutas gotas que aún derramaban mis dos huecos, aprovechando el momento para acariciar sutilmente mis mejillas.—Pero me has asustado.

Sonrió algo más relajado y exhalé.—¿Cómo podía ser este hombre tan bueno?— Pensé, sin obtener ningún tipo de respuesta.
Quedamos mirándonos por unos momentos, hasta que la apartó de golpe. Pasó un brazo por detrás de mi espalda y de un movimiento me posó de nuevo en su pecho. Si quiera me había dado cuenta de que no llevaba camisa hasta que sentí su ardiente piel rozar la parte derecha de mi cara.

—La próxima vez que quieras gritar, antes avísame. He escuchado el chillido desde mi habitación y me levantado sobresaltado, pensando que te había ocurrido algo.

Mantuve los ojos en otra parte que no fuese su torso, desviándola hacía varios bandos con tal de fijar mi ángulo de visión en alguna pieza. Aquello fue en vano, así no tuve más remedio que posar mi mirada en sus pies descalzos.
Conforme razonaba una respuesta, notaba como mi cuerpo se iba relajando al suave tacto de su mano acariciandome la clavícula. Exhalé, apartándome de él. Me sentía abrumada y algo cansada, aunque no quería permanecer sola en el cuarto.
Bostecé sin darme cuenta, cayendo en la cuenta de que no había hablado en todo este rato.

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