Capítulo 1

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Isabel Santos y Enrique Durán habían pasado diez años intentado, sin éxito, tener un hijo. Cualquier otra pareja hubiese acudido al médico sin dudarlo, pero ambos se habían criado en la clase de familia cuya primera opción era pedir ayuda en su iglesia. Por eso, cada domingo al acabar la misa, se retrasaban en salir. Se sentaban en el primer banco y rezaban juntos frente al altar, pidiendo el milagro que tanto deseaban.

Enrique había cumplido ya cuarenta y cinco años, e Isabel no tardaría en llegar a los cuarenta. Todo el barrio, incluido el sacerdote que tantas veces les había animado a mantener la esperanza, daba por hecho que la pareja jamás concebiría un bebé.

Su vecina, la señora González, una trabajadora jubilada de los servicios sociales, les visitaba regularmente para explicarles los beneficios de la adopción. Lo único que quería Isabel era dar amor a un niño, sin importar si compartían parte del código genético, por lo que ella atendía a la señora González con mucho cariño. La esperaba con una bandeja de galletas recién salidas del horno y se sentaban juntas en el sofá del salón para charlar sobre el asunto durante horas. Enrique, por otro lado, no era tan fácil de convencer. Al ser hijo único le obsesionaba la idea de la propagación de su sangre y jamás escuchaba a su esposa cuando intentaba convencerle de que aquello no tenía ninguna importancia.

Sin embargo, un jueves por la tarde, cuando Enrique regresaba del trabajo, se encontró a Isabel en el recibidor, esperándole con una sonrisa de oreja a oreja y un test de embarazo positivo en la mano. Al niño lo llamaron Isaac, por recomendación del pastor de su iglesia, y lo criaron haciéndole saber en todo momento que su existencia había sido un favor de Dios.

Isaac heredó el pelo azabache de su madre y los ojos color miel de su padre. Fue un niño muy silencioso hasta que aprendió a reír, momento en el cual la casa se llenó de aquel refrescante sonido. Enrique temía que su hijo fuese a convertirse en un gamberro, y le reprochó a su mujer sus constantes intentos de provocarle la risa.

– Tú solo ves a un niño que ríe, pero yo veo que en sus mejillas se forman los mismos hoyuelos que en las de su padre –le contestó ella.

Enrique sonrió y no volvió a mencionar el asunto.

Todos los hijos de los miembros de la parroquia asistían al mismo centro, el Colegio de la Sagrada Resurrección. Sus padres no querían quedarse atrás, así que antes de que Isaac cumpliera los dos años ya tenía una plaza asegurada en aquel centro privado.

Un día, cuando Isaac ya tenía cinco años, Isabel le escuchó leyendo en voz alta uno de sus libros infantiles. Pronunciaba las frases sin tartamudear ni detenerse a pensar, entonando de acuerdo a lo que la historia requería en cada momento, mejor incluso que muchos adultos. Asombrada, decidió entregarle una Biblia, suponiendo que aquel don era otro regalo de Dios que debía ser bien aprovechado.

Isaac terminó de leerla en unas semanas, y fue entonces cuando comenzó su obsesión por leer más que ningún otro humano antes que él. Recorría la casa en busca de nuevos libros, y los devoraba sin importarle que no tuvieran dibujos o no pareciesen estar destinados a un público infantil.

Enrique Durán se hubiese escandalizado de saber que su hijo de once años ya había leído a George Orwell o incluso a Albert Camus; todos esos libros que él consideraba peligrosos y sólo guardaba en casa por no despreciar a quienes se los regalaban. Sin embargo, como pasaba todo el día fuera de casa trabajando, lo único que sabía era lo que su mujer le había contado: que a Isaac le gustaba mucho leer.

Y es que a Isabel Santos le traía sin cuidado lo que Isaac estuviese leyendo. No concebía que ningún libro pudiese causar algún daño. Observaba a su hijo en silencio, maravillada por la velocidad a la que pasaba las páginas de todo lo que caía en sus manos. Le encantaba cuando de pronto él soltaba una carcajada o comenzaba a llorar en silencio ante algo de lo que había leído. Y siempre escuchaba con atención cuando Isaac corría a contarle aquello tan emocionante que acababa de pasar en la historia. Estaba convencida de que su hijo era un genio.

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⏰ Última actualización: May 14, 2016 ⏰

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