MÍRAME

187 6 3
                                    

Parado, de nuevo, ante aquella larga escalera, la cabeza le daba vueltas. Intentó masajear sus sienes para calmar esos insistentes clavos que no paraban de adentrarse en su cerebro. Abel miró hacia arriba. Los escalones parecían multiplicarse hasta el infinito. ¿Dónde le llevarían? Y, ¿por qué estaba, otra vez, allí? Miró su reloj. Las 3:33 minutos de la madrugada. Siempre la misma hora. Una sensación invadió su cuerpo, induciéndole a subir peldaño a peldaño, intensificando las náuseas que le provocaban cada pequeño ascenso. Su mano aferraba, temblorosa, el suave pasamanos de madera, dejando un brillante rastro de sudor. Cuando llegó a la mitad de aquella cuesta escalonada, escuchó un alarido a su espalda. Se dio la vuelta y... volvió a verla.

–¡¡Mírame a mí!! –le gritó Abel.

Ella seguía mirándose el pecho y, con el brazo estirado, casi inmóvil, le señalaba con su dedo índice. Abel quiso correr hacia ella, para obligarla a cruzar su mirada, pero sus pies no obedecían, permaneciendo pegados en el mármol.

–¡¡Por piedad, mírame!! –sollozaba.

En un gesto tosco, rápido y deshumanizado, ella clavó sus ojos azules en él. Abel gritó de pavor y... despertó en su cama, empapado en sudor como si saliera de la ducha. Miró a su lado. Sara estaba junto a él. Aliviado, respiró, llenando al máximo sus pulmones. Se acomodó y abrazó el cuerpo helado, en estado de putrefacción, de su amada. Un ruido. Miró hacia la esquina, en la oscuridad. Sara le apuntaba con su dedo acusador, con la otra mano agarraba su pecho sangrante y sus ojos lo miraban fijamente. Y, ahora, sí estaba despierto.

MÍRAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora